El futuro de la dignidad humana depende de nosotros.
Daniel Day Lewis en su espectacular caracterización |
Con este
frase, hacia la mitad de las dos horas y media que dura la peli, Abraham Lincoln
zanja del debate generado en su gabinete sobre la oportunidad de presentar en
ese momento (enero de 1865) la decimotercera enmienda a la Constitución de los
Estados Unidos, que abolió oficialmente la esclavitud en ese país.
Ayer a
la tarde, en Madrid, disfruté de esta gran película y hoy, en el tren de vuelta,
empiezo a escribir este post, que estoy terminando por la noche, ya en
casa.
Apoyado en la brillantísima interpretación de Daniel Day Lewis,
Spielberg firma una película redonda, que nos presenta a un Lincoln con múltiples
aristas: el líder mesiánico, el estadista, el político calculador, oportunista y
populista, y el hombre en su entorno familiar, donde su personaje se humaniza,
hasta mostrar las mismas debilidades que cualquiera de nosotros.
Una peli
en la que ¡sorpresa! los republicanos más radicales quieren abolir la esclavitud
y los demócratas se resisten. Magnífico papel de un difícilmente reconocible
Tommy Lee Jones en el papel del congresista republicano Thaddeus Stevens, cuya
vehemencia y acritud contrasta con la más equilibrada y pragmática posición del
presidente y de algunos congresistas, que hacen bueno aquello de que la política
es el arte de lo posible.
Tommy Lee Jones como Thaddeus Stevens |
Política con mayúsculas, más llamativa que
nunca en esta vieja Europa, huérfana de líderes de verdad, como Lincoln, que
subraya la fuerza de la unión y que recibe como ciudadanos de la Unión, con
todos sus derechos, a los secesionistas del Sur.
Por cierto que una secuencia de
la película, en palabras del propio Lincoln, se hace una explicación muy
didáctica de lo que es un estado federal y de los límites que ese estado impone incluso a alguien tan poderoso como el presidente de los Estados Unidos, que necesita de
todos sus recursos para que el Congreso apruebe esa ya famosa enmienda
XIII.
De obligada visión para todos los políticos de Europa, inmersa en
un proceso de descomposición, que sólo se puede revertir, como hace Lincoln,
apelando a la dignidad humana, totalmente olvidada en esta sociedad que nos está
tocando vivir; en la que estamos abandonando los valores del humanismo cristiano -en
los que se sustenta la cultura occidental- sustituyéndolos por el materialismo,
el relativismo y el hedonismo; y donde la cultura del esfuerzo y la simple
decencia están pasados de moda.
¡Qué lejos estamos, de un 'gobierno de la gente, por la gente, y para la gente'! como proclamaba Lincoln.