sábado, 31 de agosto de 2019

Weltklasse Zürich. Primera final de la Diamond League

En cualquier competición atlética, de cualquier nivel, la primera prueba del programa suelen ser los 400 metros vallas. El argumento es fundamentalmente logístico. Montar las 80 vallas, 10 en cada calle, en el sitio justo, lleva su tiempo. 

Sin embargo, el jueves, en la primera de las finales de la Diamond Legue de este años, en Zürich, los 400 metros vallas cerraron el programa. Acertaron los organizadores porque quienes tuvieron la suerte de verlo asistieron a la mejor carrera de la distancia en toda la historia. Ganó Karsten Warholm, con 46.92, la segunda mejor marca de todos los tiempos, detrás de los 46.78 de Kevin Young, que datan de los JJ OO de Barcelona 92. El bravo atleta vikingo, de 23 años, que mejoró su propio record de Europa,  es el máximo aspirante a derribar esa vieja barrera, pero deberá estar atento al americano Rai Benjamin, de 22 años, segundo con 46.98. Los dos entran en el exclusivo club sub-47, en el que sólo había dos atletas antes que ellos.

La otra gran carrera del día fueron los 800 metros masculinos, en los que se impuso, en un final espectacular, el joven americano (22 años) Donavan Brazier, con 1:42.70, marca personal. Fue una carrera brutal, con un paso de 48.23 por el ecuador de la carrera y todos los atletas en fila india, detrás de Nijel Amos, que pasó el 600 en 1:14.13, acabando segundo en 1.42.98. Para que nos hagamos una idea de su tremendo final, a falta de 200 metros, Brazier era sexto, a treinta metros de Amos. Ni el mejor Borzakowski lo hubiera mejorado. Buscad en Youtube porque merece la pena. Hasta seis atletas corrieron por debajo de 1:44.

Siguiendo con los hombres, otro jovencito, el cubano Juan Miguel Echavarría (21 años) ganó la longitud con 8,65, record de la Diamond League, muy por delante de todos sus rivales.

En los 100 metros el único que bajó de 10" fue el joven americano Noah Lyles (22 años), con 9.98.

Con cinco atletas por debajo de 13', el ugandés Joshua Cheptegei fue el mejor con 12:57.41.

La altura fue para el ucraniano Protsenko (2.32), la pértiga para el americano Sam Hendricks (5.93), y la jabalina para el estonio Magnus Kirt (89.13).

Si tuviera que elegir a una mujer, me quedaría con la bahameña Shauane Miller-Uibo, que arrasó en los 200 metros con 21.74, marca personal y record de la Diamond League.

Gran nivel en elos 1.500 metros, liderados por la holandesa Sifan Hassan (3:57.08), con tres atletas por debajo de 4'. 

Las atletas keniatas dominaron los 3.000 metros obstáculos. Ganó Beatrice Chepkoech con 9:01.71. Gran marca.

Las otras ganadoras del diamante fueron la bahameña Salwa Eid en los 400 metros (50.24), la americana Sydney McLaughlin en los 400 metros vallas (52.85), la jamaicana Shanieka Tickets en el triple salto (14.93), por de delante de Yulimar Rojas (14.74); y las chinas Lijiao Gong en el lanzamiento de peso (20.31) y Huihui Lyu en la jabalina, con 66.88.

Falta un mes para Doha. Ya estamos salivando.

jueves, 29 de agosto de 2019

Dos buenas amigas

Su cambio de imagen tenía mucho que ver con la dieta y con la práctica de una actividad física sistemática. El orden en las comidas y la ingesta de frutas y verduras habían sustituido al caos que era su alimentación, con largos ayunos, que alternaba con atracones de grasas, dulces y proteínas. El crossfit había sustituido aquello de subir al monte, que era el deporte jatorra por excelencia de aquellos que huían de machacarse, fuera corriendo, nadando, andando en bici… o practicando cualquiera de los deportes más o menos olímpicos.

De ser una jovencita algo entrada en carnes, había pasado a tener una imagen mucho más estilizada, fibrosa y austera. Se le afiló la nariz, descubrió sus pómulos, desaparecieron los mofletes y perdió hasta tres tallas de pantalón.

Antes del crossfit había probado con la natación –se aburría- el running –se lesionaba- y con la bici, que ya sólo utilizaba para desplazarse por la cuidad cuando no iba andando.

La primera vez que apareció por el box de Ibaeta, fue un domingo por la mañana y venían casi de gau pasa después una bertso afaria en la que se cruzaron algunas apuestas alcohólicas. Sin saber muy bien ni cómo ni por qué, se vio levantando unas pesas, caminando sobre otras, saltado a la comba, subiendo y bajando escaleras, dando saltos, remando en el ergómetro, empujando neumáticos… Se lo pasó bomba y descubrió una coordinación muy superior a muchos de sus compañeros de farra. Aquel mismo domingo, por la tarde, después de levantarse de la siesta con una tremenda resaca, buscó la web del CrossFit Donostia, apuntó su teléfono y el lunes llamó para concertar una cita. Se presentó allí y le atendió un chico de Astigarraga muy aficionado al bertsolarismo, que la reconoció de inmediato, le enseñó las instalaciones, le explicó la filosofía de ese deporte y le acompañó en la práctica de algunos ejercicios. Era un chaval joven, guapo, simpático y muy fuerte, que le convenció para empezar… y que alimentó algunos sueños húmedos y prácticas onanistas.

Hacía dos años de aquello y se había convertido en una asidua al box, donde coincidía frecuentemente con Aiora Lasa. Habían estudiado juntas en el Lizeo Santo Tomás y fueron buenas amigas hasta que la querencia de Maider por el bertsolarismo la introdujo en unos ambientas ajenos a los de la mayoría de las chicas de su edad. Siguieron manteniendo contacto, felicitándose por sus cumpleaños o quedando en alguna cena de la cuadrilla, cada vez más alejadas y con intereses muy diferentes. Aiora siempre fue muy buena deportista, pero orilló esa práctica, muy centrada en su carrera de medicina, limitándose al running más o menos ocasional.

Para las dos fue una sorpresa coincidir en su pasión por el crossfit. Fue Aoira quien le dio las primeras indicaciones dietéticas y era con ella con la que se picaba en el box. ¡Cómo disfrutaban las dos con aquellos piques! Las dos solían ir en bici y muchas veces, tras acabar el wod (work of day), tomaban un café, un zumo o un batido para recuperar fuerzas.

Aquel 6 de agosto Maider se hubiera quedado de buena gana, pero Aoira tenía prisa por ir a comer a casa de sus padres. Una pena, porque le hubiera gustado desahogarse con ella.

Fueron juntas en bici hasta el Antiguo, donde se quedó Aiora, mientras ella seguía hasta Sagues, intentando dejar la mente en blanco. Seguía preocupada por la entrevista con la rusa.


miércoles, 28 de agosto de 2019

El hermano gemelo.

Cuando volvió a casa, se encontró con el piso tan desastrado como de costumbre. Fue directo al frigorífico y cogió una ensalada de quinoa de Eroski y la bandeja de pechugas de pollo que había sacado del congelador a la mañana. Mientras atacaba la ensalada, en el mismo envase que traía y con el mismo aliño, puso a calentar una sartén y le echó unas gotas de aceite, sobre las que colocó dos filetes para que se fueran haciendo.

Abrió una lata de cerveza, que vertió en un vaso, y puso la radio. Era la hora de los informativos y le interesaba conocer el tratamiento que daban a la situación de bloqueo político y, muy especialmente, lo que decían del PNV. Aunque sólo tenía 24 años, llevaba más de tres trabajando para el gabinete de comunicación del partido, al que llegó mientras estudiaba en el campus donostiarra de la Universidad de Deusto.

Uno de sus profesores, que trabajaba para el lehendakari Urkullu, le ofreció trabajar en la campaña de las elecciones autonómicas de 2016, en las que, como decía ese mismo profesor, le tocó desde planchar un huevo a freír una corbata, preparando sobres, revisando listados, haciendo llamadas, escribiendo twits más o menos ingeniosos con los replicar las ideas, ocurrencias o ataques de los rivales políticos…

Fue esta faceta suya de twitero la que despertó el interés de Ibon Rekondo, responsable de comunicación del partido, que lo puso a su lado y con quien seguía trabajando desde entonces.

A Kepa, que nunca había tenido inquietudes nacionalistas, ni nada parecido a una ideología, le entró en vena la droga de la política y se metió a ciegas en el oscuro laberinto de las cloacas del poder. Le ayudó su ingenio natural, su magnífico estilo personal, vestido siempre con la mejor de sus sonrisas, y su presencia física, que conseguía poner siempre al servicio de los sucesivos políticos para los que trabajaba.

Ese 6 de agosto había sido un día duro. Ibon, que vivía en Durango, le había convocado a las siete de la mañana. En un momento en el que el partido gozaba de la mejor posición de los últimos años, el escenario de dos nuevas elecciones en el horizonte, exigía analizar todas las opciones posibles y, sobre todo, los mensajes a transmitir a los ciudadanos de Euskadi, a los medios, a los agentes económicos y sociales y al resto de los partidos. Parecía cada vez más probable que se repitieran las elecciones generales en España, que, en tal caso, se celebrarían el 10 de noviembre. Y había que valorar en qué medida podría interesar un adelanto electoral de las elecciones autonómicas, para las que quedaba más de un año. El objetivo de la jornada era ir modulando los mensajes y dejar puertas abiertas a pactar con el más amplio espectro posible, dentro de lo que los electores estuvieran dispuestos a aceptar.

Estuvieron analizando distintas encuestas y estudios sociológicos, repasando la verborrea de los tertulianos de uno y otro signo, desbrozando la jungla de las redes sociales y la fauna que se mueve por ellas, y escuchando muy atentamente lo que les iba llegando del sector empresarial y de los movimientos sociales afines. A Kepa, que delante de su jefe presumía de poder hacer el mismo trabajo para cualquier otro partido, le tocaba el rol de poli malo, buscando brechas por la que atacar la estrategia y los mensajes de PNV. Había estado inspirado y había conseguido enfadar al casi siempre imperturbable Ibon Rekondo.

Salvo una crisis, que no esperaban, tenía por delante tres semanas tranquilas, coincidiendo con la Semana Grande Donostiarra y la Aste Nagusia de Bilbao, en la que cobraban protagonismo los Ayuntamientos, gobernados por el PNV, poniendo el foco en la gestión, con un perfil bajo del partido

Se había citado con Ibon el 26 de agosto y no tenía ningún plan especial para esos veinte días. Con un poco de suerte, si cristalizaban las gestiones que había encargado, con la más absoluta discreción, podría acompañar a su hermano gemelo a Birmingham y a Paris. Y allí...

martes, 27 de agosto de 2019

Un lobo solitario

Estaba siendo una mañana tranquila en el laboratorio. En agosto se quedaba menos de la mitad de la plantilla y siempre temían que alguna crisis infecciosa pudiera superarlos. Como responsable del servicio de Inmunología del Hospital Universitario de Donostia y por aquello de dar ejemplo, solía coger vacaciones en agosto, mes que aprovechaba para hacer largos viajes en tren, que le habían permitido recorrer toda Europa, América del Norte y Japón. Estaba soltero y respondía al perfil del lobo solitario, lo que le permitía disfrutar a contracorriente de las hordas de turistas en busca de sol y playa. Natural de Irun, había estudiado en Francia, hizo la carrera de medicina en Burdeos y hablaba francés como cualquier nativo. Se había esforzado en aprender inglés y se manejaba bien en ese idioma, que le permitía moverse con solvencia por gran parte del mundo.

Pero este año era distinto, porque tenía que quedarse en casa por mor de su hobby, que él había convertido en su segunda profesión. Fue un mediofondista mediocre antes de empezar en la Universidad y, tras dejar la práctica activa del atletismo, consiguió el título de entrenador. Todas las tardes, a las 17:30, bajaba desde el Hospital hasta la pista de Anoeta, donde dirigía los entrenamientos de una veintena de atletas entre los que, desde hacía cuatro años, destacaba un chaval que venía del fútbol y que llevaba una progresión que no había conocido en los más de treinta años que llevaba trabajando con fondistas y mediofondistas.

Mikel Agirre llegó donde él en el otoño de 2014. Lo adoptó sin mucho entusiasmo. Venía de correr la Behobia-San Sebastián del año anterior y algunas carreras populares. La última había sido el Memorial Josetxo Imaz de Ordizia, que había acabado en 34’:57”, con un sprint final en la pista de Altamira, que asombró a la media docena de atletas que arrasó en los últimos trescientos metros. Aquel 2014, contra todo pronóstico, ganó la San Silvestre Donostiarra, con un gran final en la calle Easo, dejando atrás a los mejores fondistas y mediofondistas locales.

Tres meses de entrenamiento sistemático hicieron que aquel chaval de 19 años superara a atletas que, antes de que se pusiera a las órdenes de Rubén González, le hubieran sacado cuatro minutos de ventaja.

Desde entonces, había seguido creciendo más y más, orientando su carrera al medio fondo. En 2018 llegó a las finales de 800 y 1.500 metros del Campeonato de España y en 2019, a las puertas de un nuevo Campeonato, estaba entre los favoritos y muy cerca de las marcas mínimas para el Campeonato del Mundo de la IAAF, a celebrar en Doha a caballo de los meses de septiembre y octubre.

Nunca había entrenado a un atleta de ese nivel y sentía un cierto vértigo, agudizado por presiones externas para orientar a su pupilo a otros entrenadores con más prestigio y trayectoria profesional. Él siempre le había dado libertad para elegir, pero Mikel lo tenía claro: quería entrenar en casa y quería entrenar con él.

El Campeonato de España, a celebrar el 31 de agosto y el 1 de septiembre, obligaba a entrenar en agosto y estaba siendo el mejor agosto del modesto entrenador Rubén González, asombrado de la capacidad y la calidad del único atleta que seguía en el tajo del mini-estadio de Anoeta. Era 6 de agosto y faltaban más de tres semanas para el Campeonato. Por su nivel, Mikel necesita competir antes y necesitaba hacerlo con atletas capaces de correr en ritmos en los que ni siquiera hubiera soñado unos meses atrás.

Ya había confirmado su participación en la reinauguración del estadio de Vallehermoso, el 25 de agosto y necesitaba buscar más competiciones, antes de ese día. Se habían planteado incluso soñar con la Diamond League, que tenía competiciones en agosto, en Birmingham y en Paris, pero era muy complicado que le dieran una oportunidad a un atleta desconocido en el panorama internacional. Llevaba dos semanas insistiendo con la Federación Española, con escaso éxito, y había contactado también con sectores atléticos y académicos en Francia, buscando el hilo del que tirar para que le hicieran un hueco en Paris.

Justo estaba repasando el último mail que había mandado a la Federación Española, cuando recibió la llamada del responsable de medio fondo, tan sorprendido como él porque habían recibido invitaciones de Birmingham y Paris y necesitaban saber en qué pruebas, 800 ó 1.500 metros, iba a competir Mikel Agirre en cada uno de esos dos templos del atletismo.