Para
mí, que me precio de ser positivo, un título como El lado bueno de las
cosas es una propuesta que no podía rechazar. Si, además, ha sido
candidata al Óscar a la mejor película y su protagonista ha sido galardonada con
el Óscar a la mejor actriz principal, ver la peli se convierte casi en una
obligación.
Nunca mejor dicho. Lo que yo pensaba que serían dos horas de disfrute delante de la pantalla del cine, se convirtieron en una penosa obligación de aguantar hasta el final sin levantarme. Porque no recuerdo haber estado tan cerca de salir del cine sin terminar de ver la película.
La
historia no se sostiene, la mires por donde la mires. Los personajes son
inconsistentes. Y de los actores, no se salva ni Robert De Niro, en una burda
caricatura de un sesentón italoamericano, fracasado, apostador y supersticioso, cuya vida gira alrededor de
los Philadelphia Eagles, un equipo de fútbol americano, que deambula por la
mitad de la tabla. El final de la peli está al nivel de los telefilmes que ponen en la tela los domingos por la tarde, a la hora de la siesta.
La oscarizada actriz protagonista, Jennifer Lawrence, no aparece hasta bien avanzada la
película y se limita a correr sin estilo, a ser arisca y/o promiscua con cuantos
se cruzan en su vida; y a unas escenas de baile (¿es ella la que baila, o una
doble?) que me hacen recordad aquello de Sabina de que 'cantaba regular,
pero movía el culo con un swing que derretía el hielo de las
copas'.
¿Será ese culo el que le ha dado el
Óscar?
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