Desde que, el mes pasado, saltó la noticia, sigo con interés la suerte de Edward Snowden, el joven ciberespía que se arrepintió de trabajar para la Agencia Nacional de Seguridad, se escapó de los Estados, denunció en The Guardian y The Washington Post docu-mentos clasificados como alto secreto del programa de vigilancia PRISM, y se encuentra en la terminal de tránsito del aeropuerto de Moscú, a la espera de que alguno de los países a los que se lo ha solicitado, España entre ellos, le conceda asilo político.
Lo primero que me llamó la atención de este caso fue que alguien se sorprendiera de estas prácticas. Nos guste más o nos guste menos, la tecnología lo permite y la paranoia por la seguridad que padecemos en el mundo occidental, especialmente en los Estados Unidos, crean el caldo de cultivo que favorece estos comportamientos.
Lo segundo es que se discuta el derecho de este ciudadano a pedir asilo donde él desee. Lo que Snowden ha denunciado es de interés público y, como denunciante, su acción está totalmente justificada, porque ha sacado a la luz programas de vigilancia que colisionan con el derecho que todas las personas tenemos a nuestra privacidad.
La persecución que Estados Unidos está ejerciendo sobre Snowden es menos deplorable que el servilismo con el que se están comportando todos los demás países y especialmente los europeos. ¿Por qué será?. ¿Podría ser porque esas prácticas de ciberespionaje -más o menos sofisticadas- están extendidas por todo el mundo?
Tal como yo lo veo, estamos cada vez más cerca de los escenarios descritos por George Orwell (1984) o Aldous Huxley (Un mundo feliz). Y para salir de esas pesadillas , ahora mismo, lo mejor que se me ocurre es reflexionar sobre cómo de orgullosos podemos estar de nuestros comporta-mientos, sobre el uso que hacemos de nuestra privacidad, sobre nuestros hábitos en relación con virtudes como la prudencia y sobre el nivel de seguridad que estamos dispuestos a sacrificar a cambio de disfrutar de una mayor libertad.
Tal vez Barak Obama debería reflexionar sobre esta frase de Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y uno de sus padres fundadores: 'Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros'.
Tal vez Barak Obama debería reflexionar sobre esta frase de Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y uno de sus padres fundadores: 'Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros'.
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