Sostenía Ernest Renan que 'el olvido, también el error histórico, son factores esenciales para la creación de una nación'.
Se cumplen 300 años del Tratado de Utrech, entre cuyos flecos siguen coleando Gibraltar y Cataluña. Seguimos recor-dando y parece que no hemos perdonado ¿verdad?
Tranquilos, que no me meteré hoy en esos charcos, si bien os invito a leer las portadas en castellano y en inglés. ¿Observáis la diferencia?
Dando por bueno el discurso de Renan, creo que ni yo ni nadie puede olvidar lo que me/le han hecho. Lo que sí podemos hacer es mirarlo con otros ojos, aunque en aquel momento nos haya sentado mal, y dejar que el tiempo vaya cicatrizando las heridas, a medida que nos volvemos más sapientes y más pacientes, dando paso al perdón.
Como dice el papa Francisco: 'El perdón significa que lo que me hiciste no me lo cobro, que está pasado el balance de las ganancias y de las pérdidas. Quizá no me voy a olvidar, pero no me lo voy a cobrar. O sea, no alimento el rencor'.
No es un borrón y cuenta nueva. Es la disposición personal a otorgar el perdón. Y ese perdón sólo se hace efectivo cuando el destinatario lo puede recibir, es decir, cuando está arrepentido y quiere reparar lo que hizo. Una cosa es dar el perdón y otra muy distinta tener la capacidad de recibirlo.
Echemos un vistazo a nuestro alrededor: la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, las personas con las que compartimos otras facetas de nuestra vida, los vecinos, nuestro entorno social y hasta político. Y pensemos -utilizando, otra vez, una frase del papa Francisco cuando habla de las Madres de la Plaza de Mayo- en cómo nos sentimos cuando nos topamos 'con el cinismo de las autoridades (sean quienes sean y del signo que sean) y nos sentimos 'basureados'.
En el Diario Vasco de hoy, el psicólogo Bernabé Tierno sostiene que le da mucha tristeza encontrarse con que, en política, el otro nunca hace nada bien. Y, así, no es que no podamos olvidar, es que resulta muy muy difícil perdonar.
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