Esta tarde, mi mujer y yo hemos visto Antes del amanecer, una película romántica, que transcurre en el vagón de un tren primero, y por las calles, cafés, terrazas y parques de Viena, después, para terminar en el andén de la estación.
Me ha encantado. Es una película tan sencilla como encantadora, que habla del amor, de la química que surge entre dos jóvenes desconocidos, desde el momento en que cruzan sus miradas por primera vez.
A nosotros, que somos anteriores a las generaciones del inter-raíl, nos ha evocado situaciones que, tal vez, hayan vivido o puedan vivir nuestros hijos. Y hemos pensado que sería bonito que pudieran disfrutar de miradas, gestos, besos y conversaciones como esas; de días tan perfectos, que recordarán el resto de sus vidas.
Como nosotros hemos recordado momentos, conversaciones, miradas, gestos y besos reales de los que hemos disfrutado cuando teníamos la edad de los protagonistas, aunque no estuviéramos en la romántica cuidad de Viena, ni viajáramos en tren por Europa.
No pasa nada extraor-dinario. La acción es casi inexistente. La intriga brilla por su ausencia. No podemos maravillarnos con efectos especiales. No hay escenas de sexo, ni vemos cuerpos esculturales. A cambio, disfrutamos de la sonriente mirada de Ethan Hawke, dirigida a una Julie Delpy, que nos recuerda a la Venus de Boticelli y es la perfecta encarnación de esa francesita con la que todos hemos soñado en nuestra primera juventud.
Dentro de su sencillez, tiene un gran final, muy abierto, que nos deja con las ganas de conocer cómo sigue esa historia de un amor tan breve y tan perfecto.
Mañana, vamos a ver Antes del atardecer, secuela que tuvo que esperar 9 años (es de 2004) y sabremos si Jesse y Celine acudieron a la cita que comprometieron en el andén de la estación de Viena, mientras se daban el último beso, antes de que ella subiera al tren que la devolvía a París.
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