Como podéis ver en el cuadro, mi relación con la B-SS empezó en 1986. Por aquel entonces, era un árbitro de fútbol a punto de retirarme con 31 años. La lesión que sufrí en esa carrera, que me tuvo 6 meses en el dique seco, precipitó mi decisión. Recuerdo haber pasado el km. 15 justo por debajo de una hora, haber sufrido como un perro subiendo Miracruz y haber tenido que pararme en la bajada por un dolor insoportable en la rodilla, llegando a la meta después de varias paradas y a muy duras penas.
Esa relación nunca ha sido fluida, ni siquiera en 1991, cuando marqué mi mejor tiempo, después de haber sido derribado, pisado y magullado en la salida. Intenté mejorar esa marca en 1992 y 1993, pero la climatología no ayudó y, además, acusé los maratones que tenía en las piernas (2h:41':59" y 2h:40':45"), en esa época en la que el maratón de Donostia se celebraba en octubre.
Fallé por primera vez en 1994. Corrí el maratón de New York y pensé que no era buena idea salir en la B-SS una semana después.
Desde 1995, me dediqué a hacer de liebre de compañeros y amigos con distintos objetivos. Recuerdo especialmente la experiencia de 1997, con Andoni Arrazola y el subidón que le dio al ver que había llegado a la meta en 1h:15':54".
Durante 3 años: 1999, 2000 y 2001, acompañé a mi mujer y disfruté de verdad con su esfuerzo, su progresión, su ilusión y su motivación.
En 2002, volví a competir y volví a sufrir de lo lindo, sin la recompensa del tiempo que esperaba hacer. En 2003 apenas pude entrenar y no salí y, a partir de ahí, me dio pereza preparar una carrera durísima, en la que mi única satisfacción era el calor del público.
Volví en 2007, otra vez como liebre de un compañero que quería bajar de 1h:25', saliendo con dorsal blanco y remontando desde la salida hasta la meta. Fue una gozada.
En 2008 debutaba mi hijo Iñigo, del que fui liebre hasta que, en 2010, ya no le pude seguir. Y desde entonces corro para seguir sumando B-SS, y marcándome objetivos cada vez más discretos. Para mañana, bajar de 1h:30'.
¡Ojalá! la climatología nos sea propicia, o al menos neutral; y el público -lo mejor de la carrera- siga haciéndonos ese pasillo por el que pasamos como si fuera una serpenteante alfombra roja, sobre la que sentimos deslizarnos hasta el Boulevard.
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