Si no fuera porque mi madre está en el hospital, esta mañana hubiera estado en Pamplona, en la manifestación convocada contra la sentencia de 'La Manada'.
Ayer a la tarde, cuando subíamos en bus al hospital, mi hija me comentaba su decepción por la escasísima presencia masculina en las concentraciones de ayer y me hubiera gustado aportar mi granito de arena.
Estos días hemos escuchado muchas voces contra una sentencia que, a mi modo de ver y desde mi conocimiento del asunto, es, como mínimo, desconcertante. Lo que resulta más difícil escuchar es el clamoroso silencio de muchos hombres. Por eso, creo que no es casualidad que unos jueces -¿del sexo masculino?- hayan dictado esa sentencia. Y tampoco es extraño que haya un juez que se atreva con un voto particular, que absuelve a los acusados con argumentos que parecen expresados en la barra de un puticlub ante una ronda de cubatas de garrafón.
Termino con una curiosidad casi antropológica. A primera hora de la tarde, he escuchado en la radio cómo un grupo de seguidores de la Real Sociedad coreaba 'hijo de puta' a Iñigo Martínez su llegada a Anoeta. Me pregunto qué pensarían esos vociferantes individuos si los de 'La Manada' fueran gipuzkoanos, abertzales y no guardias civiles o militares. Ahí lo dejo.
Mientras no cambiemos radicalmente nuestro modelo educativo y nuestra tolerancia con comportamientos que son intolerables, seguirá habiendo Manadas y jueces como los de Pamplona. No, así, no.
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