La primera acepción de sinfonía en el diccionario de la Real Academia Española es: 'Conjunto de voces, de instrumentos, o de ambas cosas, que suenan acordes a la vez.'
Álvaro Arbina, un arquitecto de 27 años, corredor de 400 metros en sus años de estudiante, que se ha pasado al running, ha acertado con el título de una novela coral que va penetrando en las neuronas del lector como la música de una sinfonía, con sus allegro, andante y lírico; y un final en el que todas las voces dan consistencia una trama perfectamente estructurada, con sólidos cimientos y un andamiaje que se desmonta para dejar al descubierto una fachada representativa de la transformación de Bilbao en la cuidad industrial que alumbró el comienzo del siglo XX.
Podríamos clasificar La sinfonía del tiempo en las estanterías de la novela histórica, como su primera novela: La mujer del reloj, a la que, a mi modo de ver (o de leer) supera en la consistencia de la trama, la complejidad de los personajes, la descripción del contexto histórico y social y, especialmente, lo cuidado de la prosa. Si el qué me resulta más atractivo, el cómo demuestra la evolución de un escritor que hace algo más que contar historias.
Sea por estas u otras razones, muchos lectores han apreciado y están apreciando La sinfonía del tiempo, una novela de largo aliento que se lee en un suspiro. Pensándolo bien, quizá merezca una segunda lectura para valorar mejor la evolución de la prosa de un arquitecto que tiene la pinta de que no va a diseñar casas, sino novelas.
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