Sandra le esperaba
a la puerta de su despacho, al que la hizo entrar, cerrando la puerta a
continuación. Apresó a Ane con un fuerte abrazo, interminable, que acompañó con
dos largos besos en cada mejilla, que le hicieron sentir un extraño cosquilleo,
seguido de un estremecimiento. Se sentía a
gusto y arropada entre los brazos de su jefa, a la vez que turbada por
las reacciones que ese contacto estaba provocando en su cuerpo. Era la primera
vez que Sandra, muy besucona, muy de cogerle las manos, muy de acariciarle los
brazos o la espalda, la abrazaba de esa manera, que le confortaba y le
incomodaba a la vez. No era como los achuchones de su madre o su abuela.
Mientras una parte de sí quería seguir en esos brazos, otra parte le pedía que
pudiera distancia entre las dos.
El teléfono puso
fin al dilema. Sandra se apartó y lo atendió de inmediato, dejando a Ane de
pie, confundida y mirando al suelo, mientras se le escapaba alguna lágrima. Fue
una conversación breve, que Sandra cerró con un: ‘Te llamo luego.’
- Era Laura, de Pamplona, le he dejado recado de que me
llamara con lo que supieran allí. Han dado la noticia en la radio, a media
mañana, una violación en un portal. Las imágenes que hemos visto en la tele al
mediodía corresponden al momento de la detención. ¿Sabes algo de Aitor?
Ane negó con la
cabeza y rompió a llorar, a la vez que adelantaba sus manos, poniendo una
barrera para evitar el abrazo de Sandra, que la tomó de un brazo, mientras le
decía: ‘Calma, mi niña, calma.’ y la
sentaba en una silla, mientras ella permanecía de pie.
A sus 30 años,
Sandra Urkiola era la responsable de una de las tiendas más pujantes de Zara, donde
había empezado a trabajar con 18, mientras estudiaba en la Universidad de
Deusto. Le encantaba la moda y le ponían los retos. De mediana estatura,
morena, con unos ojos magnéticos, elegante, atrevida e hiperactiva, le bastaban
cinco horas de sueño para aparecer siempre radiante. En sus doce años en Zara,
los dos últimos al frente de uno de los buques insignia de la firma, donde había conocido a y tratado con muchas chicas y algunos chicos, ninguna le había
entrado como Ane, que era la niña de sus ojos. Tampoco ella acertaba a entender
qué había visto una criatura tan sensible y delicada en un tipo tan vulgar, prototipo
del hombre que ella detestaba. Pensó en decirle aquello de ‘ya te lo decía yo’, pero sabía que esa era una forma equivocada de
abordar el problema. Lo que procedía era un ejercicio de empatía y asertividad para que Ane
pudiera abrirse, hacerse preguntas y tomar decisiones.
- ¿Cómo te sientes, Ane? En ese estado no puedes trabajar.
La identidad de tu novio no tardaré en conocerse y aquí estás muy expuesta.
Eres de las mejores vendedoras que tenemos, lo sabes, pero no podemos abusar de
ti. Cógete unos días, sal fuera, enciérrate en el despacho de tu madre… ¿Por
cierto, lo saben tus padres?
- Me gustaría irme a Pamplona esta misma tarde. Puedo
trabajar allí. No me conoce nadie. Tardo una hora en el bus. Habla con Laura
para arreglarlo.
Sandra no salía de
su asombro, mientras le daba vueltas a lo que Ane le acababa de proponer. Igual
no era tan descabellado.
- Ni hablar, Ane. Tú te vas a casa y punto. ¿Qué me dices
de tus padres?
- El aita va a pasar de un momento a otro y le contaré lo
que sabemos. Te pido por favor que hables con Laura y que arregles mi traslado.
Tengo que estar con Aitor, tengo que escucharle, necesito escucharle, él no
puede haber hecho algo tan horrible. Estoy segura de que me necesita, de que
todo ha sido un error. Tengo que saber la verdad.
¿Qué verdad, Ane? –le preguntó
Sandra mientras volvía a sonar su teléfono, lo descolgaba y le decía: Tu padre sube a estar contigo. Os dejo
solos. Llámame cuando termines –mientras salía del despacho y le señalaba
el teléfono que llevaba en la mano.
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