El pasado miércoles,
mientras comía, leí en el periódico que a las 15:30, en La Sexta 3, emitían Cinema Paradiso,
una de mis deudas pendientes. Así que reorganicé mi agenda, me senté delante de
la tele, y me dispuse a saldarla. Contando dos o tres interrupciones
publicitarias obscenas, hasta las 18:00 horas, disfruté de una película
maravillosa, imprescindible, que hace honor a la fama que le precede y que nos
devuelve a la época mágica del cine.
Es un homenaje y una
declaración de honor al cine. A ese cine que recuerdo de mi época de chaval,
las sesiones dobles, la censura, la fila de los mancos, los gritos, los
aplausos, las lágrimas, las risas...
El cine como acontecimiento social, como
rito y hasta como liturgia, tan alejado de ese cine aséptico y profiláctico de
nuestros días, en salas pequeñas y semi-vacías o en el aislamiento del vídeo
doméstico.
Cinema Paradiso nos permite rememorar un tiempo pasado, tal vez no mejor, en el que
reconocemos comportamientos, valores y principios ya olvidados en este mundo
tan políticamente correcto que nos está tocando vivir. Y nos permite disfrutar
de extraordinarias interpretaciones como la del gran Philippe Noiret,
que borda el papel de Alfredo, el viejo proyeccionista del Cinema Paradiso del
pueblo siciliano de Giancaldo.
Los que no la hayáis
visto, os estáis perdiendo algo más que un clásico: una verdadera joya.
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