Mañana, cuando vaya a votar, lo haré con menos dudas que las últimas veces, con menos dudas que casi siempre. Desde que tuve oportunidad de hacerlo, creo que sólo una vez, a causa de un viaje repentino, he
faltado a la cita con las urnas. Son treinta años largos votando y muy pocas veces he estado seguro de que estaba haciendo lo correcto. Unas pocas veces, he votado a favor de una persona o de una idea. En bastantes ocasiones, he votado en contra de quienes
nos quieren imponer un modelo de sociedad en el que no me reconozco y que no quiero para mis hijos. Y últimamente voy a votar -con una pinza en la nariz, como dijo en su día Maruja Torres- porque creo que mi abstención se podría entender en el sentido de que 'el que calla, otorga'.
Otros dos candidatos despertaban mi curiosidad. Eran nuevos en la plaza y esperaba de ellos un discurso distinto, propuestas nuevas, concretas y alejadas de lugares comunes. Me encontré con topicazos, buenismo
y falta absoluta de propuestas concretas, que no llegaron a salir de un rostro permanentemente crispado y de otro bien parecido y sonriente, que lucía una bonita camisa. No seré yo quien vote ni a una ni a otro.
Haciendo una excepción a mi costumbre de acostarme pronto, aguanté hasta el final. Mi mujer, por una vez, se fue antes a la cama. Ayer a la mañana, en el desayuno, comenta-mos nuestras impresiones, recordamos las encuestas y el voto útil, ese recurso tramposo al que confieso haber recurrido en alguna ocasión. Y decidí que no voy a hacer trampas, que no me voy a hacer trampas, que me voy a levantar y voy a votar al que creo que es el mejor candidato y no al menos malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario