Os contaba ayer que he leído casi toda la obra de Antonio Muñoz Molina. No me sucede lo mismo con Umberto Eco, que nos deslumbrara en 1980 con El nombre de la rosa, una novela extraordinaria, magníficamente llevada al cine por Jean-Jacques Annaud en 1986, y soberbiamente interpretada por Sean Connery y un jovencísimo Christian Slater.
Leí con interés El péndulo de Foucault (1988) y no he podido con Baudolino (2000), pese a intentarlo varias veces, lo que me alejó de este autor tan premiado y reconocido.
Resulta un misterio para mí cómo, 15 años después, caí en la trampa de Número cero. Digo trampa porque me he sentido engañado y mis expectativas, quizá demasiado altas, se han visto frustradas. Y mira que la trampa era evidente. Fijaos en la carátula de la novela, en la que el tamaño de la letra del nombre del autor supera ampliamente al tamaño de la letra del título.
No es una novela que os vaya a recomendar, aunque se lee fácil, es corta y perfila unos personajes bastante reconocibles. Su lectura se puede complicar para quienes estén totalmente alejados o desconozcan la realidad socio-política de Italia en las últimas décadas, con la que yo –quizá por mi edad y por mi interés por ese país- estoy lo suficientemente familiarizado.
¿Volveré a darle otra oportunidad a Umberto?
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