La tarde-noche del jueves invitaba a correr. Buena temperatura, poco viento, y una dura jornada laboral, necesitada de alguna actividad física para llegar 'bien' cansado a la cama. Pero mi hijo Iñigo me hizo una oferta que -como en la película del El Padrino- no podía rechazar: acompañarle al pre-estreno de El puento de los espías, la última película de Steven Spielberg, con guión de los hermanos Coen y protagonizada por un espléndido Tom Hanks, en plena madurez.
Por las dos veces que consultó el reloj y por el comentario que me hizo al salir. 'demasiado larga' (135 minutos), deduzco que él no salió, como yo, pensando que había asistido a una obra maestra. Con mayúsculas.
Ambientada en plena guerra fría, con John F. Kennedy y Nikita Jrushchov al mando de los EE UU de América y la U.R.S.S. (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), de las que luego surgieron Rusia, Ukrania, Bielorrusia, Georgia, Azerbayan, Kazakistan, Uzbekistan...
Comienza con la muda persecución por parte del FBI (¿o es la CIA?) de un gris, impasible y triste espía soviético, que pinta cuadros en la orilla del East River de New York; y su captura, en camiseta y calzonzillos de los que usaban nuestros padres, en un no menos triste apartamento. Nada que ver con las novelas de espías de John Le Carré o con las de James Bond.
Mark Rylance (Rudolph Abel) y Tom Hanks (James Donovan) |
Ahí arranca la historia, que introduce en ese momento al abogado James Donovan (Tom Hanks) socio de un prestigioso bufete, que hará una defensa honesta, super-profesional, contra todo su entorno, respetando la pre-sunción de inocencia y las reglas; y dando una lección de integridad, reconocida por el presunto espía Rudolph Abel, interpretado por un extraordinario Mark Rylance -a quien consigue salvar de la pena de muerte- que cada vez que le preguntan si está preocupado por su vida o por su futuro responde: '¿Ayudaría?'-
El canje se produce a las 5:30 de una gélida mañana berlinesa |
El desenlace de la película tiene que ver con la nego-ciación que el propio Tom Hanks tiene que hacer en Berlín Este, donde se acaba de construir su ya derribado muro, para intercambiar al espía ruso por un piloto americano y un estudiante despistado, capturados por rusos y alemanes del Este, ante quienes el letrado James Donovan, lejos del todo divismo y con fría profesionalidad consigue un sensacional dos por uno.
Angela Merkel, en el rodaje, en medio de Steven Spielberg y Tom Hanks |
Especialmente emotiva es la despedida del impasi-ble Rudolph Abel de su letrado, del hombre que, primero, le salvó la vida y, después, le dio la ¿libertad? a cambio de la libertad, esa sí, de dos ciudadanos america-nos.
La película desmitifica la absurda guerra fría, con una fotografía precisa, sin alar-des, captando hasta los detalles menos relevantes y haciendo cierto aquello de que una imagen vale más que mil palabras.
De las palabras, me quedo con la repetida pregunta de Rudolph Abel: '¿Ayudaría?'. De las imágenes, estoy tan subyugado que solo puedo deciros: id a ver esta película.
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