Si no hubiera sido por la recomendación de mi hija, difícilmente
habría leído Los renglones torcidos de Dios, novela de Torcuato
Luca de Tena, publicada en 1979, cuya protagonista es Alice Gould,
una detective privada de Madrid, que ingresa voluntariamente en un hospital
psiquiátrico en busca del asesino del padre de su cliente.
El propio autor –que coqueteó con el franquismo, lo que explica
deslices como escribir Iñaqui, en vez de Iñaki, para referirse a
uno de sus personajes, o que califique de racistas a dos etarras que
también forman parte de la trama- se internó durante 18 días en un
psiquiátrico, conviviendo con enfermos mentales que le sirvieron para construir
algunos de los personales de la novela.
Como todas la buenas novelas, atrapa al lector desde el
comienzo, con un personaje potentísimo y con unos secundarios muy bien
descritos, desde los médicos hasta los enfermos, pasando por policías y
detectives, que en una hipotética versión cinematográfica podrían encajar en el
género de thriller psicológico, en el que no faltan asesinatos,
conjuras, un minucioso trabajo de investigación y una duda que poco a poco va
calando en nuestra mente sobre la protagonista.
Y ahora que me está tocando tratar con médicos y personal
sanitario en general, no puedo sino suscribir la dedicatoria del libro, que
explica el título de la novela: ‘Los renglones torcidos de Dios son, en
verdad, muy torcidos. Unos hombres y unas mujeres ejemplares, tenaces y hasta
heroicos, pretenden enderezarlos. A veces lo consiguen. La profunda admiración
que me produjo su labor durante mi estadía voluntaria en un hospital
psiquiátrico acreció la gratitud y el respeto que siempre experimenté por la
clase médica. De aquí que dedique estas páginas a los médicos, a los enfermeros
y enfermeras, a los vigilantes, cuidadores y demás profesionales que emplean
sus vidas en el noble y esforzado servicio de los más desventurados errores de
la Naturaleza.’
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