Por circunstancias familiares que no viene al caso comentar, derivadas de la
avanzada edad de mis padres, me han tocado recientemente algunas largas esperas hospitalarias. Si no hubiera tenido la precaución de aprovisionarme
de lectura, hubieran sido horas de cien minutos y minutos de mil segundos,
esperando resultados de las interminables pruebas, que han sustituido al ‘ojo
clínico’ de los médicos más veteranos, que –de lo que recuerdo- resultaba
bastante efectivo, al menos en el ánimo de los pacientes.
Gracias a la magia del
e-book, han sido tardes sin comer y sin cenar, alimentándome de las
novelas de Lorenzo Silva, mientras me olvidaba del tiempo y no sentía
los mordiscos del hambre.
Empecé con la
última: Donde los escorpiones, que manda a Rubén Bevilacqua
y Virginia Chamorro nada menos que a Afganistán para investigar la
muerte violenta de un soldado español en circunstancias que nada tienen que ver
con la guerra sorda que se libra en ese país.
De los mismos
protagonistas, ya había leído El alquimista impaciente (Premio
Nadal 2000), La niebla y la doncella, La estrategia del
agua, La marca del meridiano (Premio Planeta 2012), y Los
cuerpos extraños. Me faltaban la cuarta entrega: La reina sin
espejo y una anterior, publicada en 2004, Nadie vale más que otro,
que son cuatro casos cortos y menos complejos de lo normal, asesinatos
‘corrientes’, que me ha entusiasmado y, sobre todo, la primera El lejano
país de los estanques, que nos presenta a la soldado Chamorro
recién salida de la academia, con quien el ya veterano Vila
ejerce de Pigmalion. Para mí, la mejor de toda la saga.
Para los
amantes de la novela negra, Vila y Chamorro cumplen
de largo con los requerimientos del género y son capaces de atraparnos desde la
sencillez de sus medios y lo menesteroso de su trabajo, casi anónimo, exento
del glamour de los grandes detectives de Hollywood. Pero lo que les hace diferentes y
les confiere una imagen de marca es su condición de picoletos atípicos,
un punto desengañados a medida que acumulan ascensos y trienios.
Es interesante
leerse la saga completa de las nueve novelas y apreciar cómo evolucionan esos
dos personajes, lo mismo que la sociedad a la que sirven, mientras la soledad
se instala en ellos, con ramalazos de complicidad en los que una mirada vale
más que mil palabras huecas.
Los diálogos
son brillantes y las reflexiones de ya subteniente Bevilacqua
que, como yo, tiene más pasado que futuro, tienen el punto justo de ironía, de
humor, de escepticismo y hasta de mala leche. A mí me ha encantado esa
inmersión en su pasado, cuando todavía era sargento, y no dejo de mirar al
futuro, esperando el momento en el que la ya sargento Chamorro,
tan alejada de aquella moza de la primera entrega, tome el protagonismo que su
proverbial discreción se empeña en retrasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario