Federer-Nadal

El domingo, justo al comienzo del cuarto set, me coloqué delante de la televisión dispuesto a disfrutar de uno de los mayores espectáculos que se proyectan en la pequeña pantalla, para la que parece especialmente diseñado el tenis ¿o es al revés?.

En ese momento, Federer ganada por dos sets a uno a Nadal, que en ese cuarto set empató el partido a base de tesón, esfuerzo y precisión, frente a la elegancia natural, la prodigiosa muñeca y el talento del suizo, capaz de meter tres aces consecutivos y de aprovechar cada pelota corta de Rafa.

El quinto set comenzó con Nadal rompiendo el servicio de Federer y cobrando ventaja, que defendió con uñas, dientes y bastante más, llegando a ponerse 3-1 y quedándose a una bola de consolidar el 4-2, después de haber salvado un 0-40. Nadal en estado puro.

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En ese momento, surgió el mejor Federer, el mejor tenista de la historia, que cuando juega a ese nivel de perfección, es imbatible, incluso por Nadal. Con algún problema físico, decidió acortar el partido, jugándosela en cada raquetazo. Aliado con la red y con las bendiciones del ojo del halcón en cada bola dudosa, encadenó cinco juegos seguidos, trufados de aces y golpes magistrales como cada uno de los trece que dio para adjudicarse el mejor tanto del partido y contrarrestar los otros trece, igualmente magistrales, que había proyectado Nadal.

Fue entonces, rendido al extraordinario espectáculo que nos estaban ofreciendo los dos mejores tenistas que he conocido, cuando me di cuenta que casi me daba igual quién de los dos ganara, siempre que se prolongara el placer de seguir viendo a esos dos genios, a esos dos caballeros, a esas dos maneras tan distintas de abordar la enésima final que les enfrentaba.

Lástima que el ojo de halcón se aliara con Federer y nos dejara con las ganas.