Hace dos o tres años, la hicimos cuesta abajo. Fuimos en bus hasta Leitza, repetimos el desayuno y tras una paradita para almorzar, a primera hora de la tarde, llegamos a Andoain y en tren volvimos a casa.
Ayer, cogimos el tren de las 7:50 y a las 8:05 estábamos en Andoain. En unos pocos metros empezamos a andar en dirección a Leitza. Hacía frío y el cielo estaba cubierto.
Si bajando apenas se nota la pendiente, subiendo sí. Andoain está a 68 metros de altitud y cuando llegamos a Leitza, 27 km después, estamos a 490 metros. Por consiguiente, la pendiente media es del 1,56%.
Al principio íbamos prácticamente solos, superados por algún ciclista y media docena de corredores de ambos sexos.
Cuando llevábamos más de una hora andando, nos hemos cruzado con Elena Santervas, inconfundible, que traía muy buena marcha. Luego me ha dicho que se ha metido 16 km entre pecho y espalda.
Poco antes de las 11:00, superado el km 14 y aprovechando un rayo de sol, hemos parado a almorzar. Poco más de 10 minutos, porque no nos queríamos quedar fríos.
A las 13:03, tras atravesar 33 túneles y 11 puentes, hemos llegado a Leitza, que nos ha recibido con un sol que calentaba de verdad y se agradecía.
A las 14:00, en coche, han llegado nuestro hijo con su novia y hemos ido a reponer fuerzas al Musunzar. Satisfechos, a las 17:00, y conduciendo Iñigo, que no bebe, hemos tomado el camino de vuelta.
¿Qué más se necesita para ser feliz?
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