Ayer, por aquello del boca a oreja, fui a los cines Antiguo Berri a ver Hannah Arendt, una película ambientada en 1961, centrada en la participación como reportera de la revista The New Yorker, en el proceso contra el nazi Adolf Eichmann en Jerusalén, de la filósofa alemana de origen judío, que terminó siendo ciudadana norteamericana.
Los artículos que publicó en la revista y el libro que editó después: Eichmann en Jerusalén, un informe sobre la banalidad del mal, provocaron una gran controversia al afirmar que el mal puede ser obra de gente corriente, de personas que renuncian a pensar y se limitan a obedecer, a cumplir órdenes. También fue atacada por reflejar su visión de los Consejos Judíos, que habrían sido colaboradores, aunque no necesariamente voluntarios, en las enormes dimensiones que alcanzó el holocausto. Hanhhah Arendt se recrea en los matices, frente a la simplificación de quienes todo lo ven blanco o negro, del 'conmigo o contra mí'. Como sucede hoy, la mayoría de sus detractores no se molestaron en leer el libro y se quedaron con los titulares sensacionalistas de los más radicales.
Barbara Sukuwa construye un personaje sólido, creíble, de una pieza; el de una fumadora empedernida, rabiosamente independiente -incluso de sí misma- intelectualmente arrogante, con el que podemos sintonizar desde la primera secuencia.
Magníficamente ambientada, es una película muy recomendable porque nos hace pensar. Y como dice la protagonista en el alegato que hace al final, delante de sus alumnos y algunos profesores del claustro: '... pensar da fuerza a las personas para evitar el desastre cuando todo parece perdido'.
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