Sí, ya sé que estaréis esperando que hable de la Media Maratón de Donostia de esta mañana, a la que ha asistido como espectador, de los 10 km de Iurreta, Campeonato de España de 10 km en ruta, o del Campeonato de Euskadi de Clubes . Os pido que esperéis a mañana, porque tanto el cuerpo como alguno de los lectores de este blog -bueno, más bien algunas lectoras- me piden que siga con el post que publiqué ayer y que empezaba así: Tenía un cuerpo al que todo le sentaba bien.
Podría ser un relato corto o el comienzo de una novela negra. Ni yo mismo sé lo que es. Ayer, era un recurso para cumplir con mi cita diaria con los pacientes seguidores del blog, para lo que que tiré de las notas y borradores que tengo por ahí, por si algún día me decido a escribir en serio.
Así que vamos hoy con otra protagonista o, tal vez, la otra protagonista. Podría ser otro relato corto o el segundo capítulo de una novela negra. Lo dejo a vuestra elección.
Colgó el teléfono, se encerró en el baño y rompió a llorar. Por si había alguna duda, su jefe le acababa de confirmar que era un machista y un perfecto cabrón. Y un cobarde. Ayer, después de una reunión de casi dos horas, no le dijo ni palabra; y hoy le llamaba desde Madrid para decirle que la Compañía estaba considerando buscar alternativas a una mujer con dos hijos de 5 y 3 años para ocuparse de la Dirección Regional.
Marta era auditora en una multinacional, en la que empezó a trabajar nada más terminar la carrera. Tenaz, perfeccionista, brillante, simpática, vestida siempre con su mejor sonrisa y con una elegancia natural, en la frontera justa de la seriedad y la sofisticación, había conseguido ser la mejor de su promoción, reclamada ya fuera de las fronteras naturales de su zona, por su capacidad para conseguir llegar mucho más lejos que cualquiera en la búsqueda y contraste de la información.
Desde su etapa escolar, había destacado por su capacidad de planificar todas sus actividades, fueran académicas, deportivas, sociales, sentimentales o de ocio. Con 16 años había puesto el ojo en un chico de 19, por el que suspiraban todas las mujeres de la cuidad, y con 24 años se había casado con él, en la catedral, en una boda que fue portada de la prensa local. Con 25 años tuvo su primer hijo, con 27 el segundo, y con 30 le tocaba hacer realidad su ambición profesional, que no tenía más límites que la cima. Sus hijos ya estaban criados y su marido les podía dedicar todo el tiempo necesario.
Cuando terminó de llorar, se lavó la cara, se secó hasta hacerse daño con la toalla, se volvió a maquillar con el máximo detalle y volvió a su despacho exhibiendo su sonrisa de siempre.
Sabía que lo que le estaba pasando le podía pasar, simplemente por ser mujer y madre de dos hijos, y también para eso tenía un plan. Si no lo conseguía por lo civil, lo conquistaría por lo militar.
Podría ser un relato corto o el comienzo de una novela negra. Ni yo mismo sé lo que es. Ayer, era un recurso para cumplir con mi cita diaria con los pacientes seguidores del blog, para lo que que tiré de las notas y borradores que tengo por ahí, por si algún día me decido a escribir en serio.
Así que vamos hoy con otra protagonista o, tal vez, la otra protagonista. Podría ser otro relato corto o el segundo capítulo de una novela negra. Lo dejo a vuestra elección.
Colgó el teléfono, se encerró en el baño y rompió a llorar. Por si había alguna duda, su jefe le acababa de confirmar que era un machista y un perfecto cabrón. Y un cobarde. Ayer, después de una reunión de casi dos horas, no le dijo ni palabra; y hoy le llamaba desde Madrid para decirle que la Compañía estaba considerando buscar alternativas a una mujer con dos hijos de 5 y 3 años para ocuparse de la Dirección Regional.
Marta era auditora en una multinacional, en la que empezó a trabajar nada más terminar la carrera. Tenaz, perfeccionista, brillante, simpática, vestida siempre con su mejor sonrisa y con una elegancia natural, en la frontera justa de la seriedad y la sofisticación, había conseguido ser la mejor de su promoción, reclamada ya fuera de las fronteras naturales de su zona, por su capacidad para conseguir llegar mucho más lejos que cualquiera en la búsqueda y contraste de la información.
Desde su etapa escolar, había destacado por su capacidad de planificar todas sus actividades, fueran académicas, deportivas, sociales, sentimentales o de ocio. Con 16 años había puesto el ojo en un chico de 19, por el que suspiraban todas las mujeres de la cuidad, y con 24 años se había casado con él, en la catedral, en una boda que fue portada de la prensa local. Con 25 años tuvo su primer hijo, con 27 el segundo, y con 30 le tocaba hacer realidad su ambición profesional, que no tenía más límites que la cima. Sus hijos ya estaban criados y su marido les podía dedicar todo el tiempo necesario.
Cuando terminó de llorar, se lavó la cara, se secó hasta hacerse daño con la toalla, se volvió a maquillar con el máximo detalle y volvió a su despacho exhibiendo su sonrisa de siempre.
Sabía que lo que le estaba pasando le podía pasar, simplemente por ser mujer y madre de dos hijos, y también para eso tenía un plan. Si no lo conseguía por lo civil, lo conquistaría por lo militar.
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