Tenía un cuerpo al que todo le sentaba bien, desde la ropa y la comida, hasta el deporte y el sexo. ¿Qué tal le sentaría la muerte? Discreto, amable, elegante y humilde, a sus 33 años era una persona respetada, incluso admirada, especialmente en su entorno, donde había conseguido pasar desapercibido, pese a su proyección pública.
Gracias a su talento, sin demasiado esfuerzo, aunque sí con método y disciplina, y con las dosis justas de ambición, había llegado donde nunca soñó que podría estar, pero mantenía los pies en el suelo, los mismos amigos de su etapa escolar y sus mismas apetencias materiales. Sabía, por Séneca que no es pobre el que poco tiene, sino el que mucho desea. Por eso esa rico, sobre todo en tiempo para sí y su familia.
Llevaba una vida normal, siempre que consideremos normal haberse comprado -y pagado en su totalidad- un piso de más de cien metros cuadrados en la mejor zona de la cuidad, disponer de una más que saneada cuenta bancaria, estar felizmente casado con una chica preciosa que le adoraba y ser padre de dos chavales a los que llevaba a diario a la parada del autobús escolar y recogía por la tarde para darles la merienda y jugar con ellos.
Esa tarde no podría hacerlo y pidió a los sicarios que le habían secuestrado que, antes de matarle, avisaran a su mujer.
¿Continuará?
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