Donde cualquier
otra habría visto una amenaza, ella vio una oportunidad. El tipo que la había
abordado tan descaradamente tenía toda la pinta de ser un gañán, pero su amigo,
al que había visto de reojo y les observaba a un par de metros, era muy
atractivo, mucho. Le faltaban cinco centímetros para llegar a la altura ideal,
que era la que ella, que medía 1.75, alcanzaba con tacones, pero tenía una cara
bonita, cuidadosamente mal afeitada y un cuerpo fibroso, que se adivinaba
debajo de unos vaqueros ajustados y una camiseta de tiras muy corta que apenas
le llegaba a la cintura.
¿Dónde vais a encontrar algo mejor?
Hizo la pregunta
deliberadamente en plural, mirando al menos alto y más pasivo de los dos, que
le devolvió una sonrisa que dejaba a la vista una dentadura perfecta. Mientras
tanto, se desembarazó del gañán que la había abordado, quien dio un paso atrás,
colocándose al lado de su amigo, lo que le dio la oportunidad de hacer una
rápida valoración. De cara no había color, pero sus cuerpos no desmerecían el
uno del otro. Desde el verano de 2016, en Ibiza, no se había acostado con
dos tíos y estaba en el portal de su casa con dos a los que podía hacer una
faena discreta, sin orejas, sin rabos, sin música y sin más público que las
plantas del salón. Les calculaba entre 25 y 27 años y por el acento del gañán
no parecían de Pamplona. Apostaría a que eran donostiarras. Quería averiguar
cómo estaban de borrachos y les dio conversación, marcando distancias y
provocándoles a la vez: '¿Os ha comido la
lengua el gato?'
El gañán entró al trapo nada más ver el pico de
la muleta: ‘A ti te comería yo lo que tú quieras’.
- Para, Aitor –le dijo su amigo, el
guapo- ¿No ves que estás hablando con una señora mayor?
- Jajajaja!!!! Mayor y
tortillera –contestó el gañán, mientras la señalaba con el
dedo y guiñaba el ojo a su amigo.
Ella les siguió
dando cuerda, poniéndose teatralmente digna: ‘Me estáis faltando ¿eh?, mientras su cerebro racional procesaba la
conveniencia de ceder a sus instintos. La dicción no dejaba indicios de
borrachera y reforzaba la hipótesis de que fueran donostiarras, pero estaba
perdiendo el interés por el guapo, demasiado subordinado a las bravatas del
gañán, que le parecía cada vez más gañán. En otro sitio y en otras
circunstancias, se habría tirado a la piscina, pero faltaban pocos minutos
para la una, al día siguiente -bueno, ese mismo día- tenía que trabajar, aunque
entraba a las nueve, y decidió cortar la faena, devolviendo los toros a los
corrales.
‘Bueno, chicos, esta vieja tortillera se va a dormir’ -les dijo, mientras se acercaba al gañán y le daba un sonoro beso en
cada mejilla. Repitió la jugada con el guapo a quien, de propina, le dio una
palmada en el culo. Se volvió, abrió la puerta del portal y se apresuró a
cerrarla desde dentro, porque intuyó un peligro que se confirmó cuando un pie
se interpuso entre la hoja y el marco de la puerta.
'Deja que te cantemos una nana' -le dijo el guapo mientras el gañán empujaba la puerta con tal violencia que ella se caía de culo dentro del portal.
'Deja que te cantemos una nana' -le dijo el guapo mientras el gañán empujaba la puerta con tal violencia que ella se caía de culo dentro del portal.
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