Vivimos
en la cultura de la norma. Tenemos normas para casi todo. Y esas normas, a
veces, chocan con los más elementales principios de la decencia, el sentido
común y –reto-mando el hilo de ayer, sigo hablando de calidad- con las necesidades y expec-tativas de los
clientes.
Decía
Frank Zappa que ‘sin desviarse de la norma, el
progreso no es posible’. Sin llegar a su nivel de transgresión, y
parafraseándole, podríamos afirmar que para las empresas, especialmente las de
servicios, será muy difícil conseguir y, más importante, mantener la fidelidad
de sus clientes si anteponen sus normas internas al servicio que él espera de
ellas.
Lo que
queremos los clientes es, primero, solución a nuestros problemas; y después,
propuestas de un mejor servicio a un mejor precio. No equivoquemos el orden. Lo
primero, es lo primero.
Lo que
suele pasar es que como las empresas están muy ocupadas en vender sus servicios,
les molesta que un cliente les vaya con un problema y les haga perder el tiempo.
En vez de interesarse seriamente por él, escucharle, entenderle, y ofrecerle una
solución razonable, que él pueda entender y aceptar, aplican normas y protocolos
de todo a cien, que lo mismo valen para un roto que para un descosido, olvidando
que cada cliente es una persona distinta de todas las demás. Y sucede que la
aplicación de esas normas –que el cliente no tiene porqué entender y/o
compartir- puede derivar en que tengan que emplear en la atención de ese cliente
mucho más tiempo que el que les hubiera llevado aplicar el sentido común.
Ayer
ponía el ejemplo de Pepephone. Hoy pongo el de Zara. Cualquier artículo se puede devolver en un plazo
conocido. Sin dar explicaciones. Seguro que un porcentaje de esas devoluciones
rozan el abuso o la mala fe, pero Zara no cuestiona al cliente y despacha
con rapidez la devolución. Probablemen-te, entienden que no vale la pena
indisponerse con él, ni perder el tiempo –mientras están discutiendo no están
vendiendo- en áridas discusiones que no conducen a ninguna parte.
Porque,
como decía Dale Carnegie: ‘Lo que se transmite con más precisión no es lo que se dice sino lo
que se siente’.
Lo que dices es verdad. Pero a mí -que ahora veo los toros desde la barrera y, por lo tanto, dispongo de una perspectiva nueva- me parece más urgente recuperar el espíritu que antaño tenían las Cajas.
ResponderEliminarLas entidades bancarias -el negocio bancario- están tan mal vistas por los ciudadanos que, hagan lo que hagan, hoy por hoy serán miradas con recelo.
La muy mala gestión de los años de la burbuja (todo valía con tal de preservar y/o engrosar la cuenta de resultados) por parte de directivos y órganos de gobierno terminó en tal deriva de malentendidos y rencores (digámoslo claro) por parte de muchos clientes, que costará mucho recuperar el buen nombre y la confianza. El rescate del sistema financiero y los escándalos que se han ido destapando, conllevan un coste en descrédito que costará dios y ayuda sufragar.
En definitiva, la óptica del cliente, que tanto nos preocupó a los que estuvimos en departamentos de Calidad, deberá en los años próximos (quizá en las décadas próximas) orientarse a recuperar la confianza. Y eso pasa por reconocer, de antemano, nuestros pecados.
Un abrazo.
David Abella
Gracias, David,
EliminarYo no hablo tanto de las Cajas/Bancos (que también) como de las empresas de servicios en general, que han prescindido de la orientación al cliente, por la que tanto trabajamos los de Calidad.
Un fuerte abrazo, compañero,