‘El pasado Jueves Santo, 148 jóvenes universitarios fueron asesinados en Garissa (Kenia), víctimas de una violencia sectaria, despia-dada y cruel. Nada más alejado de la barbarie criminal
que la universidad, donde se busca con profun-didad y con rigor la verdad, para contribuir a través del saber, la investigación y la ciencia a mejorar la vida humana. La universidad es el ámbito para desarrollar conciencias ilustradas, para ejercer la libertad
responsable de la palabra y el diálogo respetuoso, para promover la justicia y el progreso en nuestras sociedades.’ Son palabras extraídas de una publicación de las Universidades Jesuitas.
Qué diferente el tratamiento mediático y político de esta noticia, si los comparamos con el del reciente accidente del avión de
Germanwings o con la masacre igualmente sectaria, despiadada y cruel del semanario
Charlie Hebdo, que se saldó con 12 muertos. Sin conocer el detalle y filiación de los fallecidos, apostaría a que todos o la inmensa mayoría eran de raza blanca.
Los estudiantes abandonan la Universidad |
Garissa, al oeste de Kenia, a unos 200 kilómetros de la frontera con Somalia, cuando la prensa occidental y la ayuda de emergencia aban-donen la cuidad, quedará a merced de un nuevo ataque en
el marco de la estrategia yihadista, una vez que la mayoría de estudiantes está huyendo de esa universidad. Estudiantes que no pertene-cen a las clases acomodadas de Kenia –alumnos de universidades europeas o americanas- sino que son hijos de unos padres
que con mucho esfuerzo están financiando sus estudios a costa de sacrificar al resto de sus hermanos.
¿Os imagináis que eso mismo hubiera pasado en una universidad europea o americana? Para empezar, es inimaginable que los asaltantes hubieran podido actuar con la facilidad con la que lo hicieron.
Y para terminar, la reacción internacional, mediática, política y ciudadana hubiera sido mucho más contundente.
Qué hueca me suena la Declaración Universal de Derechos Humanos cuando dice en sus primeros artículos:
1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
2. Toda persona tiene los mismos derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición…
3. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Por eso, sabiendo que no soy nada original y seguro de que me saldrá gratis, he titulado así este post:
Ni keinata naiz.
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