El domingo nos
daban la noticia del fallecimiento en el hospital de una ciudadana alemana de
51 años. Sería la 14ª víctima del atropello producido la tarde del 17 de agosto
en La Rambla, atribuido a Younes
Abouyaaqoub, a quien también se imputa el asesinato de un joven al que habría
robado el coche para huir, tras cometer el atentado. Una víctima más fue
apuñalada en Cambrils. 16 víctimas.
Sin embargo, parece
que son nueve más los fallecidos. Se han encontrado restos de tres personas en
el explosionado chalet de Alcanar, cinco murieron por disparos de los Mossos en
Cambrils y el citado Younes Abouyaaqoub también fue abatido por disparos de los
Mossos. Ocho jóvenes de origen árabe y el supuesto instigador, un hombre de 45
años, imán de Ripoll. Nueve víctimas del fanatismo, propio o inducido, sobre las que empiezan a
caer toneladas de olvido y corrosivas gotas de rencor. Por cierto, todos
hombres, ninguna mujer.
En esta sociedad
occidental en la que nos ha tocado o hemos tenido la suerte de nacer, tenemos
víctimas de primera, de segunda y de muchas más categorías inferiores, como las
que mueren cada día en los confilctos armados o soterrados que tenemos buen
cuidado de mantener alejados de nosotros, mientras les seguimos vendiendo armas
para que se sigan matando entre ellos.
‘No tinc por’, rezaba la
pancarta que encabezaba la manifestación del pasado sábado en Barcelona,
mientras desde todos los medios tratan de meternos el miedo en el cuerpo y
justificar así más recortes en nuestras libertades, haciendo de la seguridad,
en abstracto, el gran negocio del siglo XXI. Eso sí, la factura que pagamos por
esa seguridad, que nadie puede garantizar al 100%, es muy concreta y cada día
más elevada.
Cualquiera de
nosotros tiene más riesgo de fallecer en un accidente de tráfico, un infarto,
un cáncer galopante y muchas más circunstancias sobrevenidas, que en un
atentado terrorista.
A mi modo de ver,
por ese pequeño riesgo no podemos sacrificar nuestra libertad. Lo que sí
podemos hacer, cada uno en nuestro entorno, es tener un comportamiento
cívico, integrador, respetuoso y exigente con la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Buscadla en Google y leedla con atención. Son sólo cuatro hojas, cargadas de
sentido común, que se leen muy fácil, con un preámbulo y 30 artículos que
conviene tener siempre presentes.
Abramos los ojos y
miremos más acá y más allá de lo que nos quieren enseñar.
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