Un Mundial femenino de fútbol es, además de una competición deportiva, un acontecimiento político repleto de tantas y tan delicadas reivindicaciones que, si le cuentas a alguien que el máximo mandatario de la selección ha besado sin permiso en la boca a una de sus jugadoras, cree que es un chistecillo malo de Benny Hill. Pero el chistecillo se ha llevado por delante la repercusión deportiva de una victoria histórica; un hombre fuera del campo y fuera de sí, plantando besos sin parar y agarrándose la entrepierna como señal indiscutiblemente masculina de victoria, robándole las cámaras a muchas mujeres que ganaron dentro. Y aquí estamos, otro siglo más.
Es natural que, en su primera intervención en la cadena Cope, Rubiales haya insultado a todo el mundo que se ha metido con él entre risas de sus entrevistadores, más perdidos aún que él. Son las declaraciones de una persona que se considera incomprendida por parte de unos supuestos márgenes de la sociedad que no saben de qué va el mundo, y lo siente así porque es poderoso, porque reparte prebendas, porque se rodea y se deja entrevistar por gente que, como él, cree que los que van en dirección contraria son los otros. Pero el deporte femenino sigue teniendo un espíritu político que no tiene el masculino por tratarse del poder establecido y hegemónico; cualquier disturbio político en el primero, como el protagonizado por Rubiales, debe tener consecuencias políticas a la altura, como su destitución fulminante. Se trata de una selección de fútbol, no de un circo ambulante con el que perpetuar precisamente lo que se combate.
El verdadero problema es que Rubiales no tiene ni idea de que ha hecho algo mal, Rubiales no supo que había hecho algo mal minutos después cuando bajó al vestuario y bromeó con que se casaba con Jenni Hermoso, ni por la noche cuando dijo que los que lo criticaban eran imbéciles, ni mucho menos cuando hoy publicó un vídeo pidiendo disculpas. En ese momento ya no tenía ni idea de nada en absoluto: ni de por qué está mal besar en la boca a una mujer porque te da la gana, ni de por qué estaba pidiendo disculpas por ello.
Y ese es el origen de tanto problema relacionado con el abuso: cómo actuar si se percibe que de la otra persona se puede disponer festivamente y justificarlo con euforia sabiendo —sobre todo sabiendo— que a esa persona te une un vínculo que obliga a cortesías desagradables. La cuestión no es tanto hacer algo mal, como no saber cuándo se está haciendo. Lo primero es culpa de uno; lo segundo, de un universo moral construido a lo largo del tiempo muy detalladamente que ha hecho creer a Rubiales que eso no está mal, que eso es natural, que quien se ofende tiene un problema con la alegría o el amor.
Son los que están quitando hierro o directamente aplaudiendo a Rubiales agarrados a unas costumbres entre las cuales está disponer con euforia del cuerpo de alguien siempre que sea subalterno y del sexo débil, algo simpático incluso si se produce en el marco de una celebración; a los jefes no se les ha visto nunca plantarles un beso en la boca ni siquiera cuando los despiden. Tampoco vamos a saber, me temo, si les seguiría pareciendo bien que ese señor le diese un beso en la boca sin permiso a sus hijas. Aunque es de suponer que todos los que se declaran feministas porque tienen hijas y tienen madre, ejercen sólo cuando ellas están presentes.
En estos diez días hemos asistido a episodios tan lamentables y vergonzantes como la ¿entrevista? en la cadena COPE del periodista Juanma Castaño a Rubiales, en la que éste insultaba a diestro y siniestro a quienes le criticaban, y aquel le reía las gracias. A la inenarrable Asamblea Extraordinaria de la RFEF del pasado viernes 25, con la incalificable -sin perder el decoro- intervención de Rubiales, jaleado a aclamado por muchos se los asistentes, entre ellos los seleccionadores Luis De la Fuente y Jorge Vilda. A la reacción del Gobierno y del Consejo Superior de Deportes. Y, por fin, a la decisión de la FIFA, inhabilitando a Rubiales. ¿Qué otra cosa podían hacer?
El domingo 27, en Noticias de Gipuzkoa, Pablo Muñoz publicaba un artículo titulado 'La soberbia de un gañán con poder' que, a mi modo de ver, define a la perfección al personaje.
Las chicas ganaron. Campeonas del mundo, nada menos. Quizá porque no se lo esperaban tiene más mérito el título y, en este país que celebra los triunfos deportivos como si fueran glorias apoteósicas, las chicas confiaban en que la gesta iba a ser mediáticamente intensa y duradera que, por fin, la calle iba a aclamar y comentar cómo también las mujeres han sido capaces del máximo éxito en una disciplina deportiva tan protomachista, tan ranciamente masculina como el fútbol. Pero apareció en escena un baboso, y estropeó la fiesta. De aquellas jóvenes, tan capaces, tan empoderadas, tan ilusionadas, casi se dejó de hablar veinticuatro horas después de recibir el trofeo de su vida.
Luis Rubiales, como presidente de la Federación Española de Fútbol, estaba en el palco, con las autoridades, o sea, la reina, la infanta, el ministro y unos cuantos prebostes y enchufados. Luis Rubiales, en pleno lance y cara al público, ya apuntó maneras cuando celebraba el segundo gol de “sus chicas” echándose la mano a la huevada, ¡toma moreno!, en una provocadora señal de chulería. Luis Rubiales, todo un personaje, llegó a la presidencia de la Federación para forrarse y con la promesa de que quienes le apoyasen también se forrarían. Menos que él, claro, porque 1.850 euros al día, más casoplón, mas dietas, más participación en negocios futboleros solo o en compañía de otros, es bicoca que no está al alcance de cualquiera.
Luis Rubiales, personaje turbio cuyo currículum no pasó de futbolista de medio pelo, es el típico hombrecillo macho-machote venido a más que se endiosó con el cargo y nunca se tomó en serio el fútbol femenino. Pertenece a esa especie viejuna de no evolucionados que llama “guapas” a las jugadoras, pide la cuenta como “la dolorosa” y se refiere a su pareja como “la parienta”. Luis Rubiales se cree presidente con derecho de pernada y, a saber por qué la elección, cuando llegó a la felicitación la jugadora Jenni Hermoso, le plantó un beso en todos los morros. Millones de telespectadores pudieron ver y alucinar tanto el beso no consentido como la desafiante tocada de entrepierna.
Luego, cuando se armó la que se armó, aún tuvo le desvergüenza de casi ordenarle a la chica avasallada que firmase con él un documento de pelillos a la mar, casi de consentimiento en el atropello, la efusión del momento. La Jenni, bendita sea, le dejó con el documento al aire y que cargue con las consecuencias. Y ahí quedó Rubiales, entre sobrado y acojonado, esperando que amainase la tormenta. Pero no escampó. La foto del beso forzado y la de su apretón de huevos en el palco han hecho historia, historia vergonzante de hasta dónde llegan la prepotencia y el abuso de poder.
Aunque Luis Rubiales comprobó que por su sobrada le caían todas las furias oficiales del averno futbolístico, cuando se vio abandonado por políticos, colectivos sociales y lameculos mediáticos, convocó a asamblea de federaciones sabedor de que a ella acudirían mayoritariamente sus presidentes incondicionales, deudores de favores prestados. Ante sus devotos, pronunció un discurso altivo, chulo, misógino y soez, en el que culpó de su infortunio al “falso feminismo” y, en el colmo de la desvergüenza, a Jenni Hermoso con la que, según él, tuvo “un piquito consentido”. Ante su relato victimista y surrealista, los suyos, los leales de favores prestados y sumisión interesada, Rubiales vociferó que no pensaba dimitir, faltaría más. Y, enloquecido, anunció subida de sueldo a sus más leales. Todo ello ante el silencio sonrojante de buena parte del fútbol español. Ante semejante chulería, no queda otra que sea el propio Gobierno el que inhabilite a este elemento.
Tras esta historia lamentable, lo que sí ha quedado claro es que en eso del fútbol hay demasiado macho sin desbravar, demasiada prepotencia en las alturas, demasiada turbiedad en el desempeño de las funciones y demasiado oportunista de plantilla en cargos públicos, por deportivos que sean. A Luis Rubiales aún le quedarán favores que cobrar y amiguetes dispuestos a cubrirle las vergüenzas, porque los pillos con cargo público siempre flotan. Y como con mucha agudeza vaticina un twittero, “la Real Federación Española de Fútbol anuncia que Luis Rubiales será trasladado de diócesis”.
Soy muy escéptico respecto de un cambio en las estructuras del fútbol, algo muy parecido al crimen organizado, de la misma manera que creo que lo que han hecho estas 23 mujeres no tiene marcha atrás.
Ellas y muchos de nosotros han dicho y hemos dicho #SeAcabó, ya basta. Recordaremos para siempre el gol de Olga Carmona en 2023, igual que el de Andrés Iniesta en 2010. Cata Coll, Ona Batllé, Irene Paredes, Laia Codina, Olga Carmona, Teresa Abelleira, Aitana Bonmatí, Alexia Putellas, Jenni Hermoso, Alba Redondo, Salma Paralluelo, Mariona Caldentey, Oihane Hernández, Ivana Andrés... se quedarán en nuestra memoria, lo mismo que futbolistas más próximas como Nerea Eizagirre o Amaiur Sarriegi, a quienes es posible que en un entorno menos tóxico, hubiéramos visto en el campo y en la foto de arriba. No olvidemos que una decena de futbolistas españolas renunciaron a la selección.
Nuestras hijas y nuestras nietas jugarán al fútbol o a lo que les de la gana y se expresarán en el campo, en las canchas y en las pistas.
Creo -ya lo he dicho más de una vez y antes de ahora- que esta dedicación-afición de las chicas al fútbol nos va a privar de excelentes atletas. Ahí está el ejemplo de Salma Paralluelo, una chica de 19 años, con una planta fantástica, que, con 15 años corría los 100 metros en 12.10 y con 17 años los 400 metros en 53.70.
Ella y todas las demás mujeres tienen en derecho de elegir y el derecho de ser respetadas, dentro y fuera del campo, las canchas y las pistas.
Y de ser reconocidas por sus éxitos, exactamente igual que los hombres.
Así que dejemos de hablar de Rubiales y hablemos de las futbolistas. Se lo han ganado.
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