Vamos con la cuarta entrega tras Viernes 13. Sanfermines. 14 de julio. Pobre de mí. y
15 de julio. Antes de la final de la Copa del Mundo. publicada ayer.
Contestando alguna consulta, no serían capítulos correlativos, sino sueltos de un proyecto de novela que tiene por escenario los Sanfermines 2018. Antes, después y entre esas entregas podría haber mucho más. Vamos allá.
Para las 7:40, Isabel Burgui estaba entrando por la puerta de la Caja Rural de Navarra, en la Plaza de los Fueros. Diez minutos antes, había salido de su casa, en la Avenida de Roncesvalles, un piso de su abuela, en el que vivía sola desde hacía dos años, cuando la convivencia en su casa se puso difícil, con unos padres muy conservadores y dados a juzgar todo lo que hacía. Tenía 28 años, un buen trabajo como analista de riesgos y le gustaba disfrutar de la vida. No se planteaba formar una familia y sus relaciones eran de usar y tirar.
Apenas maquillada, vestía su habitual uniforme de trabajo: traje negro o azul marino y camisa o blusa siempre blanca. Zapatos cómodos, sin apenas tacón. Su porte y elegancia natural permitían adivinar un cuerpo esbelto, con las proporciones justas y en forma por la práctica diaria de la natación.
Era el personaje que se había construido para sobrevivir sin sobresaltos en un ambiente cargado de tics machistas, independientemente de la edad de los hombres. Era la única mujer del departamento y la mano derecha de Fermín Alsua, un hombre no muy distinto de su padre, que la trataba como si fuera su hija. Extremadamente puntual, a las 7:59, como cada día, salía del ascensor con un Buenos días, Isabel, que ella devolvía con un formal Buenos días, Fermín.
Casi a la vez, llegaron Patxi y Josean, algo más jóvenes que ella, que llevaban un par de años en la Caja. Vestían con descuido trajes baratos de Zara, sin corbata, que se toleraba en los calurosos meses del verano pamplonica. Transcurrido año y medio, seguía sin entender cómo había podido acostarse con Patxi, tras la cena de Navidad de la Caja, en 2016. Era un chico mono, al que sedujo con facilidad y que resultó ser tan fogoso como parecía. Demasiado fogoso para su gusto. Ni él ni ella quisieron seguir más allá y jamás habían mencionado aquel episodio en sus conversaciones, aunque sospechaba que Patxi, bastante bocazas, habría presumido con sus amigos de haberse tirado a la estirada de su jefa.
Los dos charlaban animadamente de los recién acabados Sanfermines y de la noticia morbosa del fin de semana, cuando Patxi, mirándola de reojo, y en un tono de voz que ella podría escuchar sin esforzarse, contestó el comentario de Josean, al que no había prestado atención, diciendo: 'Es que son unas calientapollas.'
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