domingo, 5 de agosto de 2018

15 de julio. Antes de la final de la Copa del Mundo

Vamos con la tercera entrega. Recordad que la primera, publicada el 22 de julio, se titulaba Viernes 13. Sanfermines. La segunda, publicada ayer: 14 de julio. Pobre de mí

Era domingo y Asier estaba solo en casa. Sus padres seguían en Lanzarote y su hermana Andrea en paradero desconocido, aunque fácilmente adivinable. Ayer anoche le puso un whtasapp tan escueto como directo: No dormiré en casa. Volveré mañana para cenar. ¿Qué me vas a preparar? No le había contestado. No le gustaban las conversaciones por whtasapp a las que Andrea era adicta. Estaba derrengado y necesitaba dormir. Antes de acostarse, habló por teléfono con Rebeca, su novia, a la que no había visto en todo el sábado y con la que se había intercambiado varios mensajes telegráficos por whtasapp. Estuvo evasivo y quedaron para comer hoy en casa. Después de la comida, una siesta y -esperaba- algo más; y a las seis de la tarde verían la final de la Copa del Mundo entre Francia y Croacia, que Rebeca, futbolista y muy futbolera, no se quería perder por nada del mundo.

Se durmió por puro agotamiento, pero su reloj biológico no falló y las seis de la mañana estaba despierto. Necesitaba nadar. Era domingo y la piscina abría a las ocho. Se preparó dos huevos cocidos, que acompañó de ocho dedos de pan integral con aceite y tomate. Aunque la tenía descartada de su dieta, se dio el capricho de cuatro dedos de pan con mantequilla y mermelada, que mojó en un tazón de leche de avena con Ricoré, sin azúcar. Dedicó cincuenta minutos a una tabla de estiramientos, se afeitó los cuatro pelos de la cara,  y eligió un trunk (bañador) azul marino muy british. Se miró en el espejo de cuerpo entero, para darse un chute de autoestima, que bien que necesitaba, diciéndose a sí mismo: ¡Qué bueno estás, Asier! Se puso un pantalón corto de Osasuna, una camiseta de tiras del Club, las chancletas y una toalla, y a las ocho en punto entraba por la puerta del Club Natación Pamplona. 

Fue directo a la piscina. Era el único nadador digno de ese nombre, al que respetaron la media docena de jubilados de ambos sexos, dejándole libre la calle por la que se hizo cien largos hasta completar cinco mil metros. Una hora después, antes de que llegaran más jubilados, terminó su sesión, se secó y volvió a casa.


A las nueve y cuarto estaba de vuelta. Antes de ducharse, consultó el móvil. Tenía tres llamadas perdidas de su jefe, Mikel Arizkun, y un mensaje de whtasapp: 'Llámame. Es importante.'

Mikel era un buen jefe, muy bueno. Licenciado en Psicología, tenía 45 años, 20 de experiencia y era el responsable de la División de la Policía Judicial. Casado, padre dos hijas de 13 y 11 años, y maratoniano, con una marca de 2:39:40, conseguida en 2010 en Donostia. Un tipo de pocas palabras, que era la demos-tración empírica de la cita de Einstein: 'Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.' Viéndole trabajar, adquirían sentido conceptos como: compromiso, dedicación, capacidad, autonomía, profe-sionalidad... Con él siempre había un para qué y dejaba muy claro que hay fines que se descalifican por los medios de los que algunos se valen para alcanzarlos.

'Te llamo en una hora' -le contestó- y antes de ducharse puso en remojo el arroz integral y picó las verduras: unas vainas, una berenjena, un calabacín, un pimiento rojo, otro verde, una cebolla, una cabeza de ajos, brócoli y cuatro espárragos trigueros, con los que iba a preparar el arroz de la comida. Mientras lo hacía se comió un bol de cereales y semillas con puré de manzana.

Tras ducharse, llamó a su jefe, que le contestó de inmediato, interesándose por él, por cómo había dormido, por cómo estaba. Asier le contestó con poco más que monosílabos y Mikel fue directo y al grano: 'La chica ha retirado la denuncia y la van a soltar esta misma mañana.'

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