
Del matrimonio de Joxe Mari Larrañaga y Janika
Walczak, en 1958, nació Raquel, que volvió a Azpeitia con su familia en 1980.
Era una chica muy delgada, con el pelo negro ondulado y con un aire a las
actrices de Hollywood de los años 50, que, además de euskera y castellano,
hablaba inglés, alemán y, por supuesto, polaco. Ese dominio de los idiomas
facilitó que pronto encontrara trabajo como traductora e intérprete y el que le
llevó a Galicia, aquel verano de 1982.

Desde el primer día tuvo detrás de ella al tercer
portero, Jacek Nowak, un chico muy rubio, muy alto y muy guapo, algo más joven que ella, estudiante
de ingeniería mecánica y de español. A Raquel le divertía mucho la torpeza de
aquel chaval, muy descarado y abierto, que, sabedor de sus nulas posibilidades
de jugar, salvo catástrofe, se convirtió en su sombra y su axiliar, además de
objeto de las burlas y coñas de sus compañeros.
En la estricta convivencia impuesta por el
seleccionador Antoni Piechniczek, resultaba difícil ir más allá del orden
establecido de desayuno, entrenamiento, descanso, comida, descanso,
entrenamiento y cena, pero, ya en Barcelona, Jacek se las apañó para visitar clandestinamente
la habitación de Raquel con la que vivió un tórrido romance, que se interrumpió
con la vuelta a casa de los polacos.

En 1988, en medio de las revueltas del sindicado
de Solidaridad contra el régimen del presidente Jaruzelski, abandonó Polonia y
se instaló en Azpeitia, con Raquel, con la que había seguido manteniendo el
contacto y una relación, cuyos momentos álgidos tenían lugar en verano, cuando
ella disfrutaba de sus vacaciones con él. Encontró trabajo en una empresa
metalúrgica, Corrugados Lasao, y dos años después, en 1990, se casaron en la
basílica de Loiola.
El 7 de abril de 1992, el día en el que se firmó
el Tratado de Maastrich, concebido como la culminación política de Europa,
vinculante para todos los estados firmantes del tratado y para todos los
futuros miembros de la Unión Europea, nació Rebeca Nowak Larrañaga.
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