lunes, 20 de agosto de 2018

15 de julio. Las dudas

Cincuenta y tres horas después de llegar, Iñaki seguía con ella. Cincuenta y tres horas en las que apenas había dormido y que había dedicado a cuidar, a mimar, a escuchar, a comprender, a aceptar y a tratar de consolar a una mujer que tenía por muy fuerte, incapaz de hacer nada más que llorar, gritar y maldecir en los pocos momentos en los que no permanecía silenciosa y encogida en posición fetal, de la cama al sofá y del sofá a la cama.

Apenas había podido dormir y no hacía más que darle vueltas a la cabeza al desliz –lo tenía cada vez más claro- en el que había incurrido al atender la petición de su amiga de presentar una denuncia formal. El tipo ya estaba en la cárcel y, por el clamor popular, era muy poco probable que saliera de allí en los próximos meses, pero él era un profesional, conocía las leyes, conocía los a jueces y la conocía a ella, la conocía muy bien. Y no es lo mismo una jovencita medio borracha que una mujer hecha y derecha, que nunca había tenido reparos en ejercer su libertad sexual, aunque no fuera políticamente correcta. Por muy fuerte que fuera, y ella lo era, la iban a destrozar.

Se imaginaba a sí mismo en el papel del abogado defensor del agresor y se veía con muchas posibilidades de salir airoso. Cuando uno trabaja como abogado penalista, va perdiendo los escrúpulos y va siendo consciente de las miserias a las que puede llegar un ser humano. No es necesario ser la encarnación del mal para cometer actos atroces. Millones y millones de alemanes, quizá el pueblo más culto y racional del planeta entonces, habían sido cómplices del nazismo y de sus crímenes. Muchos miles de ellos los habían cometido.

Hace cincuenta horas, después de que el amigo escuchara, comprendiera, aceptara y consolara, tenía que haber entrado en escena el profesional. Los dos de la mano, porque los dos eran la misma persona, tenían que haber analizado con cuidado las consecuencias que se podían derivar de esa denuncia y los escenarios que se podían abrir a continuación. Gracias a sus buenos oficios y a sus contactos, habían conseguido salvar la identidad de la víctima. Pan para hoy y hambre para mañana, porque estaba seguro que en una semana esa identidad saldría a la luz. Y a partir de ahí, la vida de su amiga sería un infierno.

Se acordó de aquella vieja frase de El arte de la guerra, de Sun Tzu: ‘Triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuándo no’; y mientras estaban desayunando, muy pronto, a las seis y media de la mañana, como a los dos les gustaba, se la soltó así, en crudo.

Ella, que no había abierto la boca más que para comer con apetito los huevos revueltos y beber el zumo de naranja, dejó de sorber la taza de té, le miró fijamente y le preguntó: ‘Qué quieres decir, Iñaki?

Había insistido en que no la llamara por su nombre, así que se tomó la licencia de recurrir al apodo que le pusieron en la facultad: la garza, elegante ave zancuda y solitaria, como ella. Ese mote no tardaría en llegar a los medios sensacionalistas –ya casi todos- que harían juegos de palabras más o menos ingeniosos, más o menos zafios, con la condición depredadora de un ave aparentemente inofensiva.

‘Sabes muy bien lo que quiero decir, garza mía. Y tú también lo estás pensando. Sabes que va a ser una batalla larga y dura y ten la seguridad de que me tendrás siempre a tu lado. Ese patán te ha humillado como nadie lo había hecho antes. De acuerdo. Mereces que se te haga justicia. Por supuesto. Mi pregunta es: ¿Para qué quieres que se te haga justicia? ¿Qué precio estás dispuesta a pagar? ¿Cómo quieres que sea esa justicia? ¿Cómo te vas a sentir cuando tu intimidad sea violada por lo tipos y las tipas más repugnantes? ¿Cómo y dónde vas a vivir mientras tanto? Cualquier profesional como yo te puede destrozar en un juicio. Y si es un poco canalla, solo un poco, lo hará desde mucho antes del juicio. Tú no eres una jovencita borracha a la que ha violado una cuadrilla de sinvergüenzas, eres una mujer hecha y derecha, que nunca ha exhibido, pero que nunca ha tenido reparos en ejercer su libertad sexual, como lo haría cualquier tío, pero no eres un tío y vives, lo sabes bien, en una sociedad asquerosa e hipócritamente machista. Te violaron en el portal de tu casa y cada minuto que pasa te expones más. Ayer fue sábado y se acabaron las fiestas; hoy es domingo; y el lunes tendrás que decidir si vas a trabajar, te coges unas vacaciones o te vas al médico a pedir la baja. Piensa en la vida que te espera desde ese momento, piensa en todo a lo que vas a tener que renunciar: tu trabajo, tu familia, la vida social, el deporte, probablemente tu cuidad… Te darás cuenta de los pocos amigos que tienes, si es que después de esto te queda alguno, aparte de mí. Tú te conoces bien y no te vas a callar, no vas a poner la otra mejilla y vas morder. Acabas, corrijo, acabamos, porque estoy y estaré al cien por cien contigo. Acabamos de tomar un camino que no sabemos adónde nos puede llevar. En el mejor de los casos, y hago de abogado del diablo, lo siento, es mi oficio, nos puede llevar a que alguien a quien van a presentar como un pobre chaval, tan patán y tan gañán como tantos otros de su edad y su entorno, se pudra en la cárcel durante unos años, mientras a ti, periódicamente, cada vez que sea noticia, te arrastrarán por el lodo de la maledicencia. Para mí, como abogado, es un caso genial, un trampolín profesional en el que no tengo nada que perder, salvo a la persona, a la tía que más quiero y que menos se merece lo que le viene. Estás a tiempo –y ahora hablo en singular- de volver atrás, al lugar donde estabas hace dos días.'

Dejó en la mesa la taza de té que no había dejado de sorber y con la misma elegancia y parsimonia de la garza, se levantó del sofá donde estaba desayunando y se acercó a la mesa donde Iñaki se tomaba un respiro después de speach, disolviendo el Ricoré en el tazón de leche, ya templada, y contando las vueltas que le daba a la cuchara, nunca cucharilla, hasta llegar a cien.


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