Con
El umbral de la eternidad, Ken Follet cierra la trilogía The Century, iniciada en 2010 con la publicación de
La caída de los gigantes, a la que siguió en 2012 El invierno del mundo.
Como los dos anteriores, es un tocho de más de mil páginas, que tiene por escenario la guerra fría, que se inicia en 1961 con el muro de Berlín y la crisis
de los misiles en Cuba y se cierra en 1989 con la caída del muro.
Las cinco familias originales, inglesa, galesa, alemana, rusa y americana, se han ido mezclando y su vástagos han devenido en actores secundarios de un guión
protagonizado por personajes como John y Robert Kennedy, Martin Luther King, Nikita Jrushchov, Erich Honecker, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Leonid Bezhnev y Mihail Gorbachov, entre otros.
Esperaba ansioso este tercera entrega, después de devorar las dos anteriores y, para mí, los nietos no tienen la fuerza épica de sus abuelos y sus padres
Williams, Pechkov, Dewar o Von Ulrich. Están más cerca del poder, pero son menos protagonistas. Parecen instrumentos con los que el autor nos cuenta esos 30 años de guerra fría, con alguna incursión en el movimiento por los derechos civiles de los negros en
Estados Unidos y el florecimiento de la música pop y el rock and roll.
Si para seguir
El invierno de mundo, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, era necesario haber leído
La caída de los gigantes, en el marco de la Primera, El invierno del mundo se puede empezar a leer sin conocer de nada los antecedentes, al menos para quienes hemos vivido esa época.
El estilo lineal y narrativo de Ken Follet hace que resulte fácil engancharse y devorar páginas, que llevan a un desenlace abierto, con unos protagonistas
que se diluyen en el anonimato. Yo he disfrutado, si bien, honestamente, después de las dos primeras entregas, esperaba más.
Puesto recomendar su lectura, pienso en la generación de nuestros hijos, que se han encontrado con un mundo muy distinto del que vivimos en nuestra juventud,
por no hablar del que les tocó vivir a nuestros padres o nuestros abuelos. Un mundo en el que, como los personajes de
El invierno del mundo, nos hemos conformado con un statu quo que ya no parece sostenible, pasando de una época de cambio, en la que hemos estado cómodos, a un cambio de época que ¡ojalá! sepamos gestionar con acierto para defender todos los logros
alcanzados en la segunda mitad del siglo XX, y no caer en El mundo feliz de Aldous Huxley, o en el
1984 de George Orwell.
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