martes, 31 de marzo de 2020

Pensamiento único

El pensamiento único es uno de los fundamentos y los objetivos de cualquier dictadura, como la que, aquí y ahora, estamos padeciendo en España.

Empezaré por decir que, aunque discrepo del planteamiento, estoy cumpliendo escrupulosamente y hasta con exceso las normas de confinamiento a las que estamos sometidos. ¡Ojalá! pudieran decir lo mismo, en conciencia, quienes apostados en los balcones vigilan la vida de los otros

El post que publiqué ayer ha suscitado un interesante debate, con posiciones que van desde la defensa a ultranza de las medidas en vigor, hasta el desconcierto y la impotencia de los más directamente afectados por esas medidas.

Entiendo que un médico defienda esas medidas e incluso quiera llegar mucho más lejos. Seguro que yo, en su pellejo, haría lo mismo. Lo que pasa es que, a mi modo de ver, además del punto de vista de los médicos, que son quienes están llevando el peso de esta crisis, en unas condiciones dantescas (el New York Times utilizaba un titular sensacionalista para calificarlos de kamikazes), habría que tener presentes otras perspectivas.

En mi larga trayectoria profesional en la banca he pasado por el área Comercial, en contacto directo con el cliente, por el área Financiera, por Recursos Humanos, por Calidad, por Organización, por Procesos y por Operaciones. No pasé ni por Riesgos, ni por Seguridad, que, trazando un paralelismo con la situación actual, podría ser Sanidad y Policía. No en vano solíamos decir que era importante tener una cartera de créditos 'sana' y evitar la 'contaminación' del riesgo. Y en cada una de esas funciones, me he puesto la 'gorra' correspondiente, defendiendo posiciones que podían ser discrepantes con las que hubiera podido sostener antes y con las que tendría que proponer en el futuro.

El Director General se tiene que rodear de un equipo con todas esas visiones, lo mismo que la sociedad, que, además de médicos y personal sanitario (a los que tanto tenemos que agradecer), necesita ingenieros, juristas, economistas, científicos, arquitectos, psicólogos, artesanos, artistas... y muchísimos trabajadores de todos los sectores. Hasta funcionarios necesitamos, aunque no sé si son tan esenciales como lo entiende el Gobierno.

Y hablando del Gobierno, su Presidente está obligado a analizar todas las vertientes de los problemas que tiene que abordar. Yo, sinceramente, echo de menos esa visión holística y global. Además, sus antecedentes y los bandazos que ha dado en los últimos años (Catalunya, reforma laboral, 'no es no', 'insomnio' que le provocaba Pablo Iglesias, que terminó entrando en el gobierno...), no son especialmente tranquilizadores.

Empiezo a estar harto de tanto buenismo y tanto lenguaje políticamente correcto con el que nos acribillan desde los medios de comunicación. Creo que las cosas se pueden hacer de otra manera. Siempre enriquece y ayuda a decidir mejor, escuchar a los que no piensan como nosotros y, muy especialmente, a los que se van a ver afectados por nuestras decisiones.

En Alemania, por ejemplo, se han implantado medidas mucho más laxas y, a mi modo de ver, mucho más razonables, además de pactadas, con el resultado de que el % de muertes es mucho más bajo que en Italia o España; y el % de sanitarios contagiados (escandaloso en el caso de España) está mucho más controlado.

Hace unos días, en respuesta a uno de los comentarios que se hicieron, formulaba esta pregunta: ¿hasta cuándo la salud será lo primero? 

¿Qué pasará cuando los que ya no tienen nada que perder, porque lo han perdido todo, se movilicen? ¿Qué pasará cuando la supervivencia concreta, individual y egoísta, natural en la condición humana, se enfrente a la salud en abstracto? ¿Cambiarán entonces las prioridades del Presidente del Gobierno, como cambiaron sus principios, sus desvelos y sus promesas electorales?

Decía Einstein que la formulación de un problema es más importante que su solución. Nos enfrentemos a un problema muy complejo, con múltiples variables e incógnitas y nos quieren imponer una solución tan simple que sólo vale para resolver una pequeña parte del problema... y enredar todas las demás: personales, familiares, económicas, sociales, politicas...

lunes, 30 de marzo de 2020

Pongamos que se llama Juan

Es un joven ingeniero, entrado en la treintena. Desde que acabó la carrera, fue alternando trabajos precarios en distintas empresas hasta que, harto de trabajar a cambio de un salario miserable, decidió abordar su propia aventura empresarial.

Con sus magros ahorros, la ayuda de sus padres y la financiación de un familiar, que asumió  el riesgo que no querían correr los bancos y creyó en el proyecto, se hizo cargo de una empresa modesta, con una plantilla de dos docenas de personas, escasamente formadas y pobremente motivadas. Había de todo, desde un par de veteranos próximos a la jubilación, hasta otro par de inmigrantes magrebíes, pasando por jóvenes con apenas el graduado escolar y un sindicalista, más preocupado por sus horas que por la buena marcha de la empresa.

Los primeros meses, trabajando de sol a sol y estando presente en los tres turnos, de manera que, prácticamente vivía en la nave industrial, los dedicó a organizar la producción, implantar modelos de calidad, conocer a los trabajadores y formar un equipo. No fue fácil, con una plantilla que venía de experiencias previas muy negativas.

Fabricaban un producto poco sofisticado y tras asentar y asegurar la producción, se dedicó a fidelizar a sus clientes actuales y a buscar nuevos, diversificando la facturación y los riesgos.

Gracias a esas gestiones y a un servicio excelente, orientado a satisfacer sus requerimientos, llevaban seis meses trabajando con un cliente, que ya se había convertido en su principal fuente de ingresos. Ese cliente trabajaba a su vez para tres de las principales cadenas de distribución alimentaria en España. Y tenían comprometida la entrega de un pedido para el 5 abril.

El sábado a la tarde, cuando escuchó al presidente del Gobierno anunciar la paralización de toda actividad no esencial, estuvo a punto de echarse a llorar. Su pareja, que trabaja en la asesoría jurídica de una gran empresa, empezó a buscar por internet y a hacer llamadas a sus colegas. 

Fueron horas de un sin vivir, llamando a los trabajadores de la empresa, contestando sus llamadas, sin saber qué decirles.

El mismo sábado, llamó a su cliente, a ese que esperaba un pedido para el 5 de abril. Fue inflexible. A él también le estaban apretando desde las cadenas de distribución y estaba trabajando en un plan B: 'Si me fallas tú, tengo que buscar alternativas.' Todo el esfuerzo comercial, toda la dedicación en la adaptación de sus procesos, todos los desvelos por ofrecer un servicio excelente podían quedar en nada.

Ayer, treinta horas después del primer anuncio, casi al filo de la medianoche, se publicó en el B.O.E. el detalle del decreto. Amaia, su pareja, tras leerlo una y otra vez, le vio un resquicio: 'Estás en la cadena de valor de la alimentación. Tu cliente da servicio a Mercadona y a Eroski. Y ellos necesitan tu producto. La nave donde trabajáis es amplia, cada máquina la opera un trabajador y están muy separadas unas de otras.'

Sin importar la hora, llamó a su cliente, que le confirmó que ellos iban a trabajar. Llamó después a los trabajadores que entraban en el turno de las 6:00 y les pidió que fueran a trabajar. Los seis le dijeron que contara con ellos.

A las dos de la mañana, se fue a la cama, puso el despertador a las cuatro, se despertó, se duchó, se tomó dos cafés y se fue a abrir la empresa. Todavía sin dormir, sigue allí, esperando al turno de las 10:00.

Todo parecido con la realidad no es una pura coincidencia.

domingo, 29 de marzo de 2020

Éramos felices y no lo sabíamos

El cambio de hora me dio la oportunidad de hacerme la primera trampa generosa del confinamento. Me acosté cerca de una de la mañana, después de ver ´La dama de oro' y colgar la ropa. Si me hubiera levantado a las 5:00, habría dormido poco más de tres horas, así que mi plan B fue levantarme a las 7:00. Para las 6:45 ya estaba dando vueltas en la cama y a las 6:55 ya estaba levantado.

He puesto en marcha las rutinas de cada día, una de las cuales es encender la radio y he escuchado esta frase: 'Éramos felices y no lo sabíamos.'

He imaginado el placer de salir a correr por La Concha, en vez de torturarme en la bici estática. Y me he tenido que conformar con andar menos de un kilómetro para comprar el periódico y el pan. 

He disfrutado del placer de subir 6 pisos de una escalera de 127 peldaños, que previamente había bajado de uno en uno, y que de dos en dos, teniendo en cuenta los tramos impares, se quedan en 67.

Un domingo normal, después de correr y de desayunar, mi mujer y yo hubiéramos ido a nadar, probablemente a Etxadi. En una hora, yo hubiera hecho entre 80 y 90 largos, depende del día, y ella entre 8 ó 10 más. Después, hubiéramos repetido el desayuno (nadar da mucha hambre) y hubiéramos andado un par de horas.

En vez de comer solos lo que sobró del arroz de ayer (que hoy seguía estando exquisito) es probable que un domingo cualquiera nuestros hijos y sus parejas, que ya son de la familia, hubiéramos comido juntos alguna de esas comidas tan especiales que prepara con tanto mimo mi mujer.

La sobremesa se hubiera prolongado en el sofá hasta que mi mujer repartiera los tuppers, que nuestros hijos ya no necesitan, porque los dos están en las que son sus casas, teletrabajando, o lo que sea eso, y le están cogiendo gusto a eso de cocinar. Han tenido y tienen una buena maestra.

Puede que ahora veamos una película, o que yo lea el periódico, que tengo pendiente, o siga leyendo, o sucumba la tentación de seguir navegando por la ciénaga de internet. 

En estas reflexiones estoy, cuando me encuentro con esta cita de Alberto Moravia: 'La felicidad es tanto mayor cuanto menos la advertimos.'

sábado, 28 de marzo de 2020

Una reflexión sobre el poder

Sigo preocupado con el estado de alerta decretado por el Gobierno de España; y me produce una profunda desazón escuchar (he dejado de verlos por la intimidatoria puesta en escena) a los policías y militares, que han tomado un protagonismo que, a mi modo de ver, debería corresponder a las autoridades sanitarias y a la comunidad científica, en su lucha contra esta pandemia.

La muerte de Franco (1975) me pilló con 20 años recién cumplidos, estudiando en Bilbao. Entre aquel 20 de noviembre y el 23 de febrero de 1981, cuando Tejero entró a tiros en el Parlamente, se ensayó una transición, que quedó congelada tras el –aquel sí- recordado discurso del Rey Juan Carlos I, ahora rey (d)emérito, en afortunada adjetivación que he descubierto por Juan Ignacio Sampedro.

Viví todos estos años con la ilusión de que aquella transición, si no perfecta, era de notable, incluso alto, hasta los sucesos de Catalunya, que arrancaron, creo, en 2012, y la desaparición de ETA, que todos celebramos... menos algunos. Solíamos decir aquello de que 'contra Franco vivíamos mejor' y me da que hay quien contra ETA también vivía mejor.

Desde entonces, el discurso nacionalista español ha cobrado fuerza y fenómenos como el de Vox no son casualidad. Recordemos todos que Franco murió en la cama. Y seguro que quienes tienen mi edad o más recuerdan a personas, con cara, ojos, nombres y apellidos, que nunca dijeron ni hicieron nada contra el dictador y el régimen de Franco, convertidos en demócratas de toda la vida. Apuesto a que muchos de ellos nos vigilan y nos denuncian desde sus balcones.

Por eso, haciendo una reflexión sobre el poder, he seleccionado esta media docena de citas:

‘Nada cambiará mientras el poder siga en manos de una minoría privilegiada.’ (George Orwell)

‘Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control.’ (Denis Diderot)

‘El poder más peligroso es el que manda, pero no gobierna’ (Gonzalo Torrente Ballester)

‘Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.’ (Abraham Lincoln)

‘No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder.’ (Benjamin Franklin)

‘La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente’ (Francisco Ayala)

Así me siento yo mientras permanezco cómoda y mansamente confinado en mi casa.

viernes, 27 de marzo de 2020

¿Optimismo o esperanza?

El pasado domingo, en un programa que giraba alrededor de la situación a la que nos ha abocado el Gobierno de España con este asunto del Covid19, Jordi Évole entrevistaba por streaming al Papa Francisco. Le preguntó si era optimista y el Papa contestó así:  

‘Es una palabra que no me gusta… me suena a maquillaje… yo tengo esperanza… esperanza en la humanidad… en los pueblos que van a tomar de esta crisis enseñanzas para revisar sus vidas. Vamos a salir mejores, menos, por supuesto, muchos quedan en el camino; y es duro… pero tengo fe, vamos a salir mejores.’

Viendo lo que veo y lo que he visto en mis 64 años de vida, no puedo ser optimista, pero, como el Papa, me aferro a la esperanza.

Tengo esperanza de que esta crisis se lleve por delante a los ineptos que nos gobiernan, o por decirlo en positivo, que quienes nos gobiernen sean personas aptas. Porque para ser ministro de Economía, a mi modo de ver, es necesario haber dirigido antes una empresa y saber lo que significa pagar mil nóminas al mes. Porque creo que para ser ministro de Sanidad hay que ser médico o tener una formación científica y social de alto nivel. Porque para ser ministro de Justicia, no basta con ser juez o fiscal y se necesita, tal como yo lo veo, conocer las necesidades y expectativas de justicia de una sociedad cada vez más compleja. Porque para ser Presidente del Gobierno, además de hablar inglés como si fuera tu lengua materna, me parece que hay que tener una enorme capacidad de comunicación, un carisma personal y un liderazgo que se atreva a tomar las decisiones que hay que tomar y no las que dan más votos a corto plazo. Hay que ser un estadista.

Como no puedo evitar que mi voto valga lo mismo que el de Belén Esteban, tengo la esperanza de que sus ¿opiniones? en materia de economía, por poner un ejemplo, no valgan lo mismo que la de, por ejemplo, Emilio Ontiveros.

Tengo la esperanza de que l@s médicos y l@s enfermer@s se quedan aquí porque les ofrecen unas condiciones de trabajo dignas.

Tengo la esperanza de no morir abandonado en una residencia de ancianos y de poder decidir cuándo me quiero ir de este mundo.

Tengo la esperanza de que los futbolistas y los deportistas de élite no exhiban obscenamente las casas donde viven, los yates que tienen, los coches que se compran. Yo, que soy poco de salir, me confinaría eternamente en la casa de Sergio Ramos.

Tengo la esperanza de quien trabaja honradamente sea retribuido dignamente.

Tengo la esperanza de que quien quiera formar una familia, sea cual sea la forma de esa familia, pueda hacerlo libremente, pueda tener hijos, pueda criarlos sanos y pueda darles una buena educación.

Tengo la esperanza de que el reconocimiento económico y social esté asociado a la capacidad de cada uno de nosotros de añadir valor a la sociedad.

Tengo la esperanza de que el presidente de una gran empresa no gane mil veces lo que gana uno de sus empleados ¿No es suficiente con ganar cien veces más?

Tengo la esperanza de que se actúe de verdad contra los paraísos fiscales.

Tengo la esperanza de que los charlatanes que nos abruman en la televisión, en la radio, en la prensa, en las redes sociales… y en la política, que lo mismo valen para un roto que para un descosido; o, como decía uno de mis profesores, que lo mismo planchan un huevo que fríen una corbata, sean sustituidos por personas, por profesionales que de verdad saben de lo que hablan.

Y, por fin, tengo la esperanza de estar equivocado y de que este estado de alarma, este confinamiento, esta docilidad acrítica con la que hemos aceptado que nos impongan un estado de excepción encubierto, no degenere en una revuelta social, cuando se nos acabe el dinero para comprar papel higiénico… y venga, entonces, un salvapatrias a salvarnos de nosotros mismos.

jueves, 26 de marzo de 2020

Banderas y papel higiénico

Después del lamentable episodio -uno más- ofrecido ayer por sus señorías en el Congreso de los Diputados, del que sólo sé de oídas, pues no le dediqué ni un minuto, me quedo con una frase que he escuchado a un tertuliano esta mañana en la Cadena Ser. Estaba torturándome en la bici y no la he podido apuntar, por lo que igual no es literal: '... en este país, algunos solucionan los problemas con la bandera y otros con el papel higiénico...'

Ni mi admirado Woody Allen -cuyas memorias, o lo que sean, tituladas A propósito de nada,  se  pueden adquirir ya on line en todo el mundo y se publicarán en mayo en España- lo hubiera satirizado mejor.

Con la población confinada en sus casas, cercenadas las libertades más elementales, los hospitales atestados, la Sanidad Pública desabastecida de material indispensable y desbordada de enfermos, los ancianos de las residencias cayendo como moscas, los muertos aguardando su entierro o incineración en el Palacio de Hielo de Madrid, la economía colapsada, millón y medio de trabajadores, de momento, sin trabajo... ¿sigo?  

Con este panorama, algunos políticos hacen propuestas tan consistentes como apelar al patriotismo, mientras las autonomías que gobiernan hacen la guerra -¡cómo les gusta esta palabra!- por su cuenta, o celebrar un gran funeral de estado.

Mientras tanto, los ciudadanos a los que representan se abastecen de papel higiénico, como si estuvieran condenados a una eterna diarrea.

Con perdón.

miércoles, 25 de marzo de 2020

La estupidez crece con el confinamiento

'La estupidez es más difícil de derrotar que la delincuencia'  Con esta frase ha cerrado Iñaki Gabilondo el speech que todas las mañanas hace en la Cadena Ser a eso de las 8:30, de lunes a jueves, y que todos podemos ver y escuchar por YouTube.

¡Cuánta razón! 

Hoy he salido por primera vez a la calle, desde las 8:15 del pasado domingo, para hacer la compra de la semana en el Eroski de Easo. Para no coger el coche, he subido por San Bartolomé y he bajado por la calle Lizarra, provisto de dos mochilas en las que traer esa compra.

Abren a las 9:00 y me he puesto en la cola un minuto antes. Habría una docena larga de personas y ya sabía que tienen preferencia los mayores de 65 años (tengo 64), las mujeres embarazadas, quienes tengan alguna minusvalía, los sanitarios... Una señora que se ha puesto detrás, que no aparentaba ninguna de esas circunstancias, se ha encargado de recordármelo. Sin previo aviso ni saludo, me ha espetado: 'Los mayores de 65 pasamos antes, que lo sepas.'

Mientras el personal del Eroski organizaba la cola y nos daba los guantes de plástico, me he fijado en las caras, en las expresiones y, en la medida de lo posible, en los comportamientos de las personas que me acompañaban en la espera. Rostros serios, caras largas, miradas inquisitivas... MIEDO con mayúsculas. 

Ya dentro del supermercado, he hecho la compra de la forma más rápida y diligente que he sido capaz y me he dirigido a una Caja libre, en la que he tenido la percepción de ser tratado como un apestado. La cajera, con un tono de voz que -siempre desde mi percepción- denotaba enfado, sin corresponder al egun on con el que le he saludado, me ha indicado que me coloque en el extremo de la cinta y que vaya dejando allí los productos. Una vez que todos han pasado por el lector, me he demorado en colocarlos en las dos mochilas que llevaba, no sin antes pagar con la tarjeta. He terminado la maniobra, bajo la mirada inquisitiva de la citada cajera, sin que ella corresponda al 'que tenga un buen día' con el que me he despedido. 

Soy consciente de la chusma que tendrá que aguantar esa buena mujer a lo largo de una jornada que no había hecho más que empezar... y que puede acabar vaya usted a saber cómo, mientras pienso en la sonrisa con la que me han atendido en la pescadería. 

Y mientras observo las compras de muchos de los clientes, que muy probablemente vuelvan mañana, o incluso esta tarde, a por algún capricho puntual. 

De vuelta a casa, vuelvo a percibir desconfianza, recelo, sospecha, temor y levanto la vista a los balcones desde los que probos ciudadanos y ciudadanas ves pasar la vida de los otros. Si lo tenéis a mano, os recomiendo la lectura del artículo que publicó ayer Alberto Moyano en El Diario Vasco. Está en la página 17 y se titula: 'Cada balcón, un Vietnam'.

Yo seguiré leyendo, haciendo todo el ejercicio físico que se puede hacer en un piso, ocupándome de la limpieza... Yo que soy un fan de la radio, la mantengo apagada, salvo a primera hora de la mañana, al mediodía y por la noche, para estar al día de las noticias. Quizá un día de estos empiece con una serie. 

Sigo sin poner la televisión, porque me aterra seguir viendo a los militares en las ruedas de prensa y porque, como dijo Albert Camus: 'La estupidez insiste siempre.' 

martes, 24 de marzo de 2020

El viaje del elefante (José Saramago)

Entre las inevitables turistadas que ofrece Oporto, donde estuvimos hace ahora seis meses, está la visita a la librería Lello. Rumores nunca confirmados por la autora de la saga Harry Potter sostienen que se inspiró en esta tienda cuando escribía la historia del niño mago.

Se accede a la librería tras guardar una larga cola y pagar 5 € por visitante, que se descuentan en caso de comprar un libro. La visita merece la pena, tanto por la impresionante fachada neogótica, como por la espectacular escalera, las vidrieras, y la disposición y selección de los libros.

En la sección de literatura en castellano, compré una primorosa edición de Cien años de soledad (24,90 €) y El viaje del elefante (18,50 €), para acercarme José Saramago (1922), portugués, Premio Nobel de literatura en 1998.

La novela, escrita en 2008, poco antes de su muerte, cuenta el azaroso viaje de un elefante llamado Salomón, desde Lisboa hasta Viena, regalado por el rey Juan III de Portugal a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria.

La entrega del elefante se hace en Valladolid y desde allí llegan a Rosas, en la Costa Brava, donde embarcan para llegar a Génova. Tras atravesar el norte de Italia, llegan a la frontera natural de los Alpes, que atraviesan en las duras condiciones del invierno, para llegar a Viena a comienzos de 1552.

Con su particular manera de narrar, puntuar y escribir –a la que hay que acostumbrarse, por lo que es clave aguantar las primeras 20 ó 30 páginas- Saramago nos va haciendo reflexiones, cargada de humor e ironía, sobre la naturaleza de los hombres, las diferencias de clase, sus flaquezas, sus dudas…

Una historia que puede parecer extravagante, inverosímil, insensata… y por emplear el adjetivo de moda, hasta distópica.

Contiene citas memorables, de las que he entresacado esta media docena:

“Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.”

“Tener que pagar por los propios sueños debe de ser la peor de las desesperaciones.”

“Las mejores lecciones nos llegan siempre de la gente sencilla.”

“La voz pública que, como sabemos, es capaz de jurar lo que no vio y afirmar lo que no sabe.”

“La dura experiencia de la vida nos ha demostrado que no es aconsejable confiar demasiado en la naturaleza humana, en general.”

“Si todo el mundo hiciera lo que puede, el mundo sería, con certeza, mejor.”

Las tres últimas se pueden aplicar a lo que está pasando actualmente en el mundo. Quizá no es casualidad que la haya leído estos días de confinamiento.

lunes, 23 de marzo de 2020

Confinados

Tenemos tres semanas por delante, mínimo, y desconocemos hasta dónde podemos mantener el espíritu positivo, el buenismo y las iniciativas solidarias, mientras seguimos confinados en nuestras casas. 

Es más fácil para quienes viven en espacios amplios y abiertos, con todo tipo de comodidades y medios, como exhiben muchos deportistas, futbolistas, famosos y no tan famosos, con sus amplios jardines, sus gimnasios particulares, sus cintas de correr, elípticas, bicis, rodillos, bibliotecas, Netflix, HBO...

Y mucho más complicado es vivir confinado en pisos-zulo, sin espacios y sin privacidad. Por seguir con el deporte y por poner dos  ejemplos extremos, no es lo mismo vivir en la casa de un futbolista de élite que en un piso de 50 metros que comparten tres jugadoras de baloncesto.

Ayer leí la entrevista que Alberto Moyano hacía en El Diario Vasco al filosofo Daniel Innerarity. La he recortado para releer porque contiene reflexiones sobre cuestiones diversas, que, a mi modo de ver, merecen la pena ser tomadas en consideración, sabiendo que, como él mismo apunta al final: '... los filósofos no tenemos la satisfacción de dejar un problema resuelto para siempre, nosotros lo dejamos siempre a medias. 

A preguntas del periodista, entra en lo que sucede con el estado de alerta decretado por el Gobierno de España, con frases como ésta: '... ahora mismo estamos en una situación irreal, de cierre y clausura, insostenible durante mucho tiempo. A lo que hay que volver es a la normalidad democrática, al trabajo, al comercio, al espacio abierto, a la escuela... Y esa es la verdadera realidad, esto es un paréntesis y, desde luego, no muy sostenible en el tiempo.

Para volver o para llegar ahí, es imprescindible que respetemos al 100% las normas de confinamiento, que persiguen quebrar la curva de crecimiento de la pandemia. Si no somos capaces hacerlo en estas tres semanas, nos podemos enfrentar a problemas mucho más graves que los causados por el covid 19

¿Hasta cuándo puede durar el buen rollo?

domingo, 22 de marzo de 2020

Yo no soy un héroe

Para mí, jubilado, con una existencia bastante austera y con escasa vida social, más allá de las quedadas de los martes y jueves a las 8:00, en Anoeta, para hacer entrenamientos de -en mi caso- dudosa calidad; viviendo en casa con mi mujer, con nuestros hijos fuera, con sus respectivas parejas, el confinamiento está resultando más que llevadero.

El fin de semana pasado se complicó con el fallecimiento de la ama, a quien despedimos el lunes. Desde el martes, cuando hice la compra de  la semana, hemos entrado en una nueva dinámica. Yo me sigo levantando a las 5:00, hago mi tabla de estiramientos, a la que he añadido algunos ejercicios de fuerza y coordinación, aunque esto último, en mi caso, sea lo más próximo a un oxímoron. Recordad que me apellido Beldarrain y que del 'beldarra' a 'baldarra' sólo hay una letra de diferencia.

Tras desayunar, bajo y subo seis pisos de escaleras para comprar el periódico y el pan; y desde las 8:15, aproximadamente, estamos confinados en casa. Mi mujer va a trabajar y desde el viernes al mediodía, no ha salido para nada. Mañana tiene que volver a trabajar.

Echo mucho de menos poder salir a correr y lo sustituyo por la bici estática, un auténtico coñazo, agravado porque me deja el culo y la zona del periné super-doloridos.

Leo el periódico, escucho la radio, ojeo la prensa en el PC, leo, ordeno papeles, hacemos la limpieza... La mañana se pasa volando.

Comemos pronto, echamos la siesta, y a la tarde, entre enredar en el PC, seguir la tabla de ejercicios que puntualmente nos ofrece, a las 17:30, Andu Mtz de Rituerto desde Tolosa, escribir el post de cada día, hablar con nuestros hijos, y salir al balcón a las 8:00 a aplaudir a quienes están llevando el peso de esta catástrofe, nos llega la hora de cenar.

Yo me acuesto pronto y mi mujer se queda un rato viendo alguna serie.

Nada tiene de heroico vivir así. Nos quedan, de momento, otras tres semanas. Y como dijo Bertol Brecht: 'Infeliz es la tierra que necesita héroes.'

sábado, 21 de marzo de 2020

La vida de los otros

Vuelvo al cine para buscar referentes alternativos al pensamiento único instalado tras la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno de España. Entiendo que, en la dinámica actual, hay que mantener el confinamiento e incluso llegar a la paralización de toda actividad, pero me preocupa cada día más lo que leo, veo y oigo en los medios y en las posiciones de la gente.

La vida de los otros es una película alemana de 2006, que ganó el Oscar al mejor film en habla no inglesa en 2007. Muy recomendable para quienes no la hayáis visto y también para volver a ver cómo se las gastaba la Stasi, la policía secreta en la Alemania del Este, allá por 1984, antes de la caída del muro de Berlin.

'El miedo se propaga cien veces más rápido que el virus.' 'El miedo irracional mata' Son dos frases que he entresacado de la columna semanal de Álvaro Bermejo en El Diario Vasco.

También en El Diario Vasco, en la sección Sirimiri, que se publica en las páginas de información local de Donostia, y bajo el título Estado de alarma, pudimos leer esta semana: 

'Denuncia Imanol: El domingo, en la zona de Igara y Errotaburu se seguía viendo gente patinando en la calle, haciendo runnig, etc. La Guardia Municipal y la Ertzaintza en las calles está brillando por su ausencia en algunos barrios, cuando su presencia como medida disuasoria es más que necesaria. Hay que denunciar esta situación y hacer palanca para que la gente se conciencie dado que, de momento, las medidas de control del movimiento de la gente por parte de las instituciones no se está viendo por ninguna parte. Los gestos de insolidaridad que estoy presenciando merecen un espacio en primera plana.'

Digo yo que mejor estarán las distintas policías impidiendo las concentraciones de personas o las salidas masivas a las playas o a segundas residencias de ciudades como Madrid, Bilbao o Valencia, que hemos visto esta semana.

Por no irnos muy atrás en la historia, ni muy lejos en el espacio y el tiempo, puede que con posiciones como la de este Imanol empezaran las denuncias a los judíos en la Alemania nazi, los 'paseos' en la guerra y posguerra Civil en España, el señalamiento de objetivos a los terroristas de ETA, la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia...

Volviendo a La vida de los otros, la Stasi contaba con una plantilla de 100.000 agentes y 200.000 informantes (Wikipedia).

Hace un par de días, en uno de los, para mí, vomitivos informativos de Tele 5 se invitaba a la gente a denunciar. En uno de los vídeos con los que nos están inundando en whatsapp, he visto aplaudir desde los balcones a unos policías que reducían por la fuerza a una mujer en Intxaurrondo. En los EE UU se dispara la venta de armas. Y recordad que estamos en estado de alarma, en un estado policial, en el que están suspendidas las libertadas más básicas y donde los militares salen en todos los informativos y hablan de guerra.

Ni practico, ni promuevo, ni defiendo comportamientos incívicos y/o insolidarios, pero no me busquéis entre los delatores. Se empieza como ese Imanol, pero nadie sabe cómo podemos acabar.

Como dice la Biblia: 'El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra'

viernes, 20 de marzo de 2020

¿Por qué no publico los comentarios anónimos?

El 24 de febrero de 2018 publiqué un post titulado De anónimos y de trolls, que os invito a repasar. 

Ahora mismo, tengo pendiente de publicación un comentario anónimo, realizado el 18 de marzo, sobre el post que publiqué el 17 de marzo: La mala reputación

Invito a quien lo ha hecho que se identifique y, hasta entonces, lo voy a dejar entre los pendientes.

Como ya decía hace dos años: '... cuando alguien quiere discrepar, puntualizar, corregir, enmendar e incluso atacar al autor es absolutamente necesario que se identifique, porque yo no puedo debatir con una sombra....' . 

Yo estoy encantado de debatir, me gusta hacerlo y me enriquece escuchar puntos de vista distintos del mío, siempre que se haga con respeto. Y una prueba de respeto es dar la cara.

En otro orden de cosas, os adelanto que en unos días se cerrará la página que en Facebook tiene la Asociación Gipuzkoana de Atletas Veteranos (https://www.facebook.com/asogav.net/) en la que suelo publicar los posts de este blog.

Tenedlo presente quienes lo seguís desde ahí y sabed que podéis acceder a este blog por cualquiera de estas vías:

Eskerrik asko!

jueves, 19 de marzo de 2020

El discurso del rey

El discurso del rey es una película de 2011, ganadora del Oscar, que gira alrededor de la declaración de guerra a Alemania, realizada por el rey Jorge VI y de sus esfuerzos para superar la tartamudez que padecía. Merece la pena verla.

No escuché ayer el discurso de Felipe VI, pero sí vi su imagen, tiesa y envarada, luciendo su magnífica planta, con impecable nudo de corbata. En los siete minutos que duró, mientras catorce millones de españoles lo seguían, yo, como, supongo millones de ciudadanos, salí al balcón con un cucharón y la tapa de una cazuela. Vivo en un sexto piso, mi balcón da al final de la calle San Martín y desde él pude ver a los vecinos del cuarto dándole a la cacerola. Son, creo, jóvenes estudiantes. Enfrente, vecinos conocidos y ya en la tercera edad, como yo, personas serias, cuyas identidades no desvelaré, se entregaban con entusiasmo a la misma tarea.

Esta mañana, he leído en la prensa el citado ¿discurso? y me ha dejado vacío. Quienes me leéis, os habréis percatado de que soy parco en el uso de los adjetivos y generoso con los datos. En este caso haré una excepción y, a falta de datos, os diré que, a mi modo de ver, fue una intervención intrascendente, irrelevante, que no aportó nada, carente de emoción, plana...

Los antecedentes no eran muy esperanzadores. Todos recordamos su intervención el pasado 3 de octubre de 2017, tras la declaración de independencia de Catalunya. Para mí, fue tremendamente desafortunada, pero levantó pasiones, a favor y en contra. No creo que pase lo mismo con la de ayer.

Antes de poner el título al post, he buscado sinónimos de discurso. En word (revisar) aparecen 27. el que mejor le encaja, a mi modo de ver, sería perorata.

Dicen que el discurso de Jorge VI lo escribió Winston Churchill. Es evidente que Felipe VI no cuenta con estadistas de ese nivel.

En fin, un discurso o una perorata que no pasará a la historia, de un rey que ¡ojalá! pase a la historia por ser el último que tenemos que padecer... y mantener.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La condición humana

El factor humano es un libro, escrito por John Carlin en 2008, que cuenta la fascinante historia de cómo Nelson Mandela consiguió el milagro de la reconciliación entra blancos y negros en Sudáfrica. Quienes no lo hayáis leído, es probable que hayáis visto la película Invictus (2009). Uno y otra son un buen plan para estos días de confinamiento con los que nos ha castigado el Gobierno de España.

El factor humano es determinante en nuestras relaciones y la clave del éxito de muchos planes, proyectos, iniciativas... y fundamental para la resolución de conflictos.

No abundan las personas que tienen esa virtud -y buena muestra la tenemos en la mayoría  nuestros actuales dirigentes políticos- y, por el contrario, situaciones como ésta del confinamiento contribuyen a que aflore lo peor de la condición humana.

Como muestra os contaré lo que me pasó ayer en el Lidl de Galarreta. 

El lunes por la tarde, incineramos a mi madre en el Tanatorio de Rekalde. Nos dijeron que pasáramos al día siguiente, a partir de las nueve de la mañana, para recoger las cenizas. Así lo hice y aproveché que había cogido el coche para acercarme al Lidl de Galarreta. Para mi sorpresa (agradable), había muy poca gente. A la entrada, nos hicieron limpiarnos las manos y ponernos unos guantes de plástico. Hasta aquí, todo normal.

Compré 24 yugures naturales (son un vicio), 6 litros de leche de avena, una bolsa de 4 kilos de naranjas para zumo, 3 kilos de patatas, mantequilla y un bote de tomate. Cuando me acerqué a pagar a las líneas de Caja, tenía un único cliente por delante y me situé a un par de metros de distancia de él, siguiendo las recomendaciones que todos estamos recibiendo... sin darme cuenta de que las rayas marcadas en el suelo con una cinta blanca, estaban más alejadas que esos dos metros. Detrás de mí, otro cliente, también a un par de metros.

Me detendré en el cliente que me precedía, protagonista de esta historia y trataré de ser lo más aséptico y objetivo que pueda. Era un tipo corpulento, probablemente más joven que yo, que tengo 64 años, pero -permitidme la vanidad- con bastante peor aspecto y -aquí seré objetivo- peores modales, mucho peores.

Mientras yo colocaba esas poquitas cosas en la cinta, a voces, me dijo que respetara la raya. Al darme cuenta de mi error, le di la razón, le pedí disculpas, dejé que la cinta corriera y retrocedí medio metro para situarme detrás de la raya. No contento con eso, siguió vociferando, diciendo que todos nos vamos a morir, pero que él, de momento, quería seguir vivo.

Mi difunto abuelo solía decir, en euskera: 'Hariak jostorratza baino luzeagoa izan behar du' (el hilo tiene que ser más largo que la aguja). Es una frase que me aplico en situaciones en las que se puede generar un conflicto gratuito y, ayer, lo último que quería era tener un conflicto con un tipo al que podría describir como entrado en carnes, probablemente camorrista y evidentemente grosero. Si midiera dos metros y pesara cien kilos, quizá hubiera reaccionado de otra manera, pero con mis 60 kilos escasos, preferí ignorarle y esperar que terminara de pagar.

En la entrada, pedían que los pagos se hicieran con tarjeta y solo permitían la entrada de una persona por carro. Pues bien, este cliente, que llevaba un carro a reventar, pese a que la Cajera se lo recordó, pagó en efectivo, demorándose en buscar monedas y billetes en sus bolsillos. Y no acaba aquí la historia.

Dado lo que había comprado, mi proceso de pago fue rápido y con tarjeta, por supuesto. Al salir, me crucé con este cliente, que estaba en otra Caja, pagando también en efectivo la compra que había hecho una mujer (otro carro a reventar), con la que deduzco que convive y con la que sospecho que tendrá un comportamiento parecido. Pobrecita.

En fin, la condición humana. Y no hemos hecho más que empezar.

martes, 17 de marzo de 2020

La mala reputación

Voy a tratar de explicar el título de este post, que es el mismo de la canción de Georges Brassens, La mauvaise reputation (1952)

Au village, sans prétention
J'ai mauvaise réputation
Que je me démène ou que je reste coi
Je passe pour un je-ne-sais-quoi
Je ne fais pourtant de tort à personne

En suivant mon ch'min de petit bonhomme
Mais les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux
Non, les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux

Tout le monde médit de moi
Sauf les muets, ça va de soi

Le jour du quatorze juillet
Je reste dans mon lit douillet
La musique qui marche au pas
Cela ne me regarde pas
Je ne fais pourtant de tort à personne

En n'écoutant pas le clairon qui sonne

Mais les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux
Non les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux
Tout le monde me montre au doigt
Sauf les manchots, ça va de soi

Quand je croise un voleur malchanceux
Poursuivi par un cul-terreux
Je lance la patte et pourquoi le taire
Le cul-terreux se retrouve par terre
Je ne fais pourtant de tort à personne

En laissant courir les voleurs de pommes

Mais les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux
Non les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux

Tout le monde se rue sur moi
Sauf les culs-de-jatte, ça va de soi

Pas besoin d'être Jérémie
Pour d'viner l' sort qui m'est promis
S'ils trouvent une corde à leur goût

Ils me la passeront au cou
Je ne fais pourtant de tort à personne
En suivant les ch'mins qui ne mènent pas à Rome

Mais les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux
Non les braves gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux

Tout le monde viendra me voir pendu
Sauf les aveugles, bien entendu

Paco Ibañez lo canta así

En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal,
Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño;

No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe

Todos todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar

Nunca me supo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado

Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe

Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata

Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe

Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer.

No hace falta saber latín
Yo ya se cual será mi fin,
En el pueblo se empieza a oir,
Muerte, muerte al villano vil,
Yo no pienso pues armar ningún lío
Con que no va a Roma el camino mío,

No a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe

Todos vendrán a verme ahorcar,
Salvo los ciegos, es natural.

Todo este preámbulo para manifestar mi posición diametralmente contraria al estado de alarma decretado por el Gobierno de España.

Fijaos en la foto, especialmente en los que están en segunda fila. ¿Qué os sugiere? ¿Miedo, tal vez? Eso es lo que quieren, tenernos acojonados. Y cuando todo se vaya al carajo, cuando la gente no cobre a fin de mes, cuando los autónomos tengan que cerrar y cuando a los pensionistas nos rebajen las pensiones… 

Porque ¿quién paga esta fiesta? ¿de dónde van a salir los 200.000 millones prometidos por Pedro Sánchez? ¿de un estado arruinado y con una deuda monstruosa? ¿qué credibilidad tiene el presidente del Gobierno, que el 8 de marzo daba barra libre y que desde el 15 de marzo nos tiene confinados? ¿por qué sólo escuchamos a los médicos que defienden el confinamiento y tienen silenciados a los que lo cuestionan? ¿hasta cuándo nos vamos a quedar mansamente confinados? ¿dónde vamos a comprar cuándo no tengamos dinero?...

Ya que no podemos hablar de atletismo, vamos a entrar en otras cuestiones… aunque me gane una mala reputación.