Tienda de oysho en la Gran Vía |
Gran
Vía de Madrid. Sábado por la tarde. Me encuentro con una tienda de oysho y se me
ocurre un regalo para una compañera de trabajo a punto de dar a luz. Entro en la
tienda y veo un maniquí con una camiseta que -pienso- podría gustarle para el
momento post-mamá. Miro las tallas disponibles y no encuentro la S, que es la
que le correspondería. Me fijo en el maniquí, hurgo en la camiseta y veo que es
de la talla S. Me acerco a una dependienta y le pregunto por esa talla, que no
encontraba. Me atiende de inmediato, consulta en el almacén y, sin perder la
sonrisa, me dice que no les queda ninguna talla S.
Entonces, le propongo que me venda la camiseta del
maniquí. Con la misma amabilidad, me dice que no pueden tocar los maniquís.
Ante mi perplejidad, me pide que espere un momento,
llama a la supervisora, que acude de inmediato, le expone la situación y obtengo
la misma respuesta.
En
ese momento me debato entre 'montar el pollo' porque, desde mi percepción de
cliente y desde mi obsesión por la calidad, están cometiendo el disparate de
poner el proceso por delante del cliente, o abandonar y olvidarme del
regalo. No sé si la chica lee en mi interior, porque, siempre
sonriente y mirándome a los ojos, me ofrece llamar a otra tienda próxima y
preguntar si allí tienen la talla S.
Bonita ¿verdad? |
Con
cierta displicencia, accedo a que haga la gestión, que resulta exitosa, porque
en la calle Carretas sí tienen la talla S. En cinco minutos, estoy en la calle
Carretas (que Joaquín Sabina inmortilizó en su canción 'Juana la Loca') donde me
reconocen nada más entrar -tal vez porque era el único hombre- y otra
amabilísima dependienta, con otra preciosa sonrisa, me vende la
camiseta.
Todo
esto con las dos tiendas llena de gente, y por una compra de 13 €.
Tal
vez conductas como las de estas profesionales estén detrás del éxito de Zara y
de todas las tiendas del grupo Inditex, que hacen verdad aquello de que 'El
maquillaje que embellece más es una sonrisa sincera'
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