Le pones un chándal y un gorro y podría ser él |
Ocho y cuarto de la mañana. Hace frío. Como casi todos los sábados, me dispongo a rodar unos diez o doce kilómetros. En cuanto me asomo a La Concha, me aborda un hombre de correr cansino, que parece salido de la Rusia de los zares, si no fuera por su atuendo: un chándal totalmente negro. Gorro negro, como para correr por Siberia, larga barba blanca, pequeña estatura, muy delgado y de edad tan avanzada que hasta podría haber conocido al último zar.
Me habla en un idioma del que no pillo nada y me enseña su acreditación como atleta participante en el Campeonatos de Europa de Atletas Veteranos, que se celebran esta semana en Donostia. Con ese dato, me entero de que es ruso. Y también me enseña la tarjeta de su habitación en el hotel Londres, del que estamos a menos de 400 metros en línea recta. Creo entender que es ahí adonde quiere ir. Le señalo el hotel y las letras rojas que se distinguen con toda claridad en el tejado.
Mi idea era ir hacia Ondarreta, pero cambio de opinión en cuanto observo que, en vez de seguir en línea recta, se mete por la primera bocacalle, hacia la plaza Zaragoza. Llego rápidamente donde él y le acompaño hasta la puerta del hotel. Hemos ido corriendo, muy despacio. Yo he seguido mi camino y el ruso me ha despedido juntando las palmas de las manos y haciéndome una reverencia. Espero que no me haya confundido con el zar... ni con Lenin.
Cuando he vuelto, me ha parado un vecino, que, al parecer, había sido previamente abordado por el veteranísimo atleta y había observado mi 'maniobra'. 'Menudo despiste llevaba el ruso', me ha dicho.
Le he sonreído y he llegado al portal de casa, pensando que puede ser normal que un anciano atleta ruso se despiste por La Concha, aunque no haya pérdida ¿verdad? Lo que ya parece más difícil de asumir es el despiste en el que lleva instalado, va para dos años, el alcalde de Donostia, una cuidad que, para su tamaño, podría ser hasta cosmopolita y que él se empeña en gobernar como si fuera el pueblo de Igeldo... en la época de los zares.
Como dice Joaquín Sabina: 'No hay nostalgia peor que añorar lo que
nunca jamás existió'.
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