
Hace un par de años
(¿o algo más?) por una cuestión de dignidad personal –como la que recuerda de sus
abuelos- Guillermo decidió complicarse –todavía más- una vida ya bastante
agitada entre el trabajo, la familia y organizaciones con la que ya colaboraba,
a la que añadió una más, aportando lo mejor que tenía: tiempo y talento.
O como escuchó decir una vez a uno de sus jefes: compromiso, dedicación y
profesionalidad… de forma totalmente desinteresada.
Decíamos los de mi
generación aquello de que contra Franco
vivíamos mejor. Algo de eso le pasó a Guillermo con quienes, como él, se
pusieron a la tarea. La urgencia y la necesidad unen mucho y aquel grupo, que
nunca llegó a ser un equipo, encaró el problema, tomó decisiones y –si me
permitís el símil- sacó de la arena un barco que había encallado.
Era el momento de
parar, reflexionar, analizar, debatir distintos escenarios y –siguiendo con el
símil- decidir qué hacer con el barco. ¿Hacia dónde quería navegar? ¿Con qué
tripulación? ¿Con qué financiación? Definir un objetivo y trazar una hoja de
ruta para alcanzarlo, algo que Guillermo había hecho en una larga trayectoria
profesional gestionando proyectos y aplicando de forma sistemática el ciclo de
planificar, ejecutar, revisar y optimizar.
También, pensaba
Guillermo, era el momento de dotar al barco de una estructura de gobierno que
vaya más allá de ordeno y mando del capitán y del sálvese quien pueda.
Sus años de trabajo
en el área comercial le habían enseñado a Guillermo la importancia de estar
permanentemente orientado al cliente, aunque ese cliente sea cada día más difícil,
infiel y exigente. Y de buscar nuevos clientes o nuevas líneas de negocio.
Decía Jack Welch
aquello de: La visión sin acción es un
sueño. Acción sin visión es simplemente pasar el tiempo. Y ese era el escenario
que percibía Guillermo: mucha acción y poco proyecto. En un mundo que cambia
cada vez más deprisa, seguir haciendo lo mismo, por mucho que se trabaje, es
volver a poner la proa del barco hacia la arena de la playa, o peor, hacia las
rocas de la costa.
Guillermo,
ingenuamente, intentó orientar a sus compañeros, plantearles nuevos escenarios,
revisar paradigmas, argumentar… sin éxito. Entonces se acordó de la frase de su
amigo Juan Luis, que suele decir: ‘no es
tierra de misiones’ cuando se encuentra en un entorno poco dispuesto a ser
‘evangelizado’, anclado en la tradición (‘siempre
se ha hecho así’) y reactivo a las nuevas ideas.
También se acordó
de la vieja frase de Séneca: ‘No hay
viento favorable para el que no sabe dónde va.’

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