sábado, 22 de junio de 2019

Eran de Madrid

Serían media docena, más o menos. Eran de Madrid. Lo digo porque vestían idéntico bañador con los colores y las estrellas de esa Comunidad Autónoma. También por el acento y la forma de hablar, ya sabéis, el  ejj quee ese de los de la capital del reino.

Tendrían entre 18 y 20 años, algunos con una barba incidente y hasta con algunos pelos en unos torsos esculturales, con las piernas depiladas, como corresponde a nadadores de lo que parecía una selección. 

Coincidimos en el vestuario de las piscinas de Anoeta, durante apenas cinco o diez minutos. Era un viernes, sobre las 20:15 horas. Ellos habían terminado su entrenamiento y yo me estaba cambiando para mi hora diaria de natación... o lo que sea que haga dentro del agua, donde mi primer objetivo es intentar flotar para no ahogarme.

De su conversación, la charla habitual de chicos jóvenes y sanos de esa edad, deduje que competían el fin de semana.

Lo que me resultó sorprendente fue la forma en la que se cambiaron todos, sin excepción. Tras un breve paso por la ducha, con el bañador puesto, se secaron con la toalla, se la colocaron por encima de la cintura, se quitaron el bañador y, por debajo de la toalla, se pusieron los calzoncillos.  En jóvenes de esa edad, en 2019, me pareció un comportamiento extraño y, a mi modo de ver, antinatural.

Me hizo pensar sobre la forma en la que los habían educado y me he animado a compartir esa reflexión.

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