‘Siria:
la indignación no basta’
‘El
Parlamento británico rechaza el plan de ataque militar contra Siria’
‘Obama
se muestra dispuesto a actuar en solitario contra Siria’
‘Cruz
Roja describe un escenario de catástrofe por falta de medicinas’
Son
titulares de prensa de estos días respecto de lo que parece inminente ataque norteamericano a
Siria, un país gobernado con mano de hierro por el dictador Bachar Al-Assad,
con el soporte del ruso Putin -de muy dudosas credenciales- y de otro país tan ‘democrático’
como China.
Si
nadie lo remedia -mientras esa misma prensa nos narcotiza con el ‘soma’ de la clasificación de la Real
para la Champions League o el rocambolesco fichaje de Bale por el Real Madrid- estamos
a las puertas de otra tragedia, como las de Afganistán o Irak, que hacen bueno aquello de que ‘con la guerra se pierde
todo’… aunque no todos pierden ¿verdad?. Que se lo pregunten si no a los fabricantes de armas.
Ahora
bien: ¿No estamos, ya, frente a una tragedia a la que la única respuesta
posible, ahora mismo, es algo más que la indignación? ¿Cuánta gente ha muerto ya en Siria? ¿De verdad nos podemos cruzar de brazos, pensando que es un asunto interno? ¿Para qué sirven entonces
los ejércitos?
Para
dar respuesta a estas situaciones, se hace cada vez más necesaria –en mi
opinión- una gobernanza mundial -¿para qué se sirven las Naciones
Unidas?- capaz de actuar de acuerdo con la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y de hacerlo con la independencia y diligencia necesarias,
superando la arrogancia de los más poderosos y sus anacrónicos derechos de
veto.
Volviendo, una vez más, a Benjamin Franklin, afirmo con él que 'nunca existió una buena guerra ni una mala paz.'
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