martes, 12 de julio de 2016

Lorenzo Silva y la picolicie

Por circunstancias familiares que no viene al caso comentar, derivadas de la avanzada edad de mis padres, me han tocado recientemente algunas largas esperas hospitalarias. Si no hubiera tenido la precaución de aprovisionarme de lectura, hubieran sido horas de cien minutos y minutos de mil segundos, esperando resultados de las interminables pruebas, que han sustituido al ‘ojo clínico’ de los médicos más veteranos, que –de lo que recuerdo- resultaba bastante efectivo, al menos en el ánimo de los pacientes. 

Gracias a la magia del e-book, han sido tardes sin comer y sin cenar, alimentándome de las novelas de Lorenzo Silva, mientras me olvidaba del tiempo y no sentía los mordiscos del hambre.

Empecé con la última: Donde los escorpiones, que manda a Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro nada menos que a Afganistán para investigar la muerte violenta de un soldado español en circunstancias que nada tienen que ver con la guerra sorda que se libra en ese país.

De los mismos protagonistas, ya había leído El alquimista impaciente (Premio Nadal 2000), La niebla y la doncella, La estrategia del agua, La marca del meridiano (Premio Planeta 2012), y Los cuerpos extraños. Me faltaban la cuarta entrega: La reina sin espejo y una anterior, publicada en 2004, Nadie vale más que otro, que son cuatro casos cortos y menos complejos de lo normal, asesinatos ‘corrientes’, que me ha entusiasmado y, sobre todo, la primera El lejano país de los estanques, que nos presenta a la soldado Chamorro recién salida de la academia, con quien el ya veterano Vila ejerce de Pigmalion. Para mí, la mejor de toda la saga.

Para los amantes de la novela negra, Vila y Chamorro cumplen de largo con los requerimientos del género y son capaces de atraparnos desde la sencillez de sus medios y lo menesteroso de su trabajo, casi anónimo, exento del glamour de los grandes detectives de Hollywood. Pero lo que les hace diferentes y les confiere una imagen de marca es su condición de picoletos atípicos, un punto desengañados a medida que acumulan ascensos y trienios.

Es interesante leerse la saga completa de las nueve novelas y apreciar cómo evolucionan esos dos personajes, lo mismo que la sociedad a la que sirven, mientras la soledad se instala en ellos, con ramalazos de complicidad en los que una mirada vale más que mil palabras huecas.

Los diálogos son brillantes y las reflexiones de ya subteniente Bevilacqua que, como yo, tiene más pasado que futuro, tienen el punto justo de ironía, de humor, de escepticismo y hasta de mala leche. A mí me ha encantado esa inmersión en su pasado, cuando todavía era sargento, y no dejo de mirar al futuro, esperando el momento en el que la ya sargento Chamorro, tan alejada de aquella moza de la primera entrega, tome el protagonismo que su proverbial discreción se empeña en retrasar.



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