domingo, 11 de marzo de 2018

Lo que no tuve para mí, que sea para vosotras

Tengo madre (86), esposa (56) e hija (30). Acompañé a mi mujer en la manifestación del 8 de marzo y vi muchas abuelas, como mi madre, muchas madres, como la que iba a mi lado, y muchas hijas, como la mía y bastante más jóvenes.

Se respiraba un ambiente positivo, de esperanza, feminista, en la correcta acepción de esa palabra, que no es el antónimo de machista. Y confirmé que siempre me he sentido a gusto entre mujeres.

De las muchas pancartas que he visto, hay una que me impactó especialmente. La portaba una amoña en Madrid y decía: ‘Lo que no tuve para mí, que sea para vosotras’.

Recuerdo a mi abuela, una mujer analfabeta, encerrada en el caserío, siempre contenta y asumiendo complaciente un rol absolutamente dependiente del de su marido. He mencionado muchas veces aquí a mi abuelo, de quien guardo un gran recuerdo. Aunque apenas fue a la escuela, era un hombre inquieto, leía el periódico, iba todos los días el mercado y una vez a la semana a la feria de Tolosa. Y, sin embargo, como la mayoría de sus coetáneos, era el paradigma del machismo.

Mi madre es una de las primeras mujeres que conducía un coche. Sacó el carné a la primera. Para complementar el sueldo del aita y poder dar una buena educación a sus hijos, con 35 años, cogió en traspaso una pequeña tienda de comestibles en Pasai Antxo y dos años después se trasladó al nuevo barrio de Pontika en Rentería. Aquella fue nuestra segunda casa, a la que íbamos al salir del colegio y donde trabajábamos los sábados de sol a sol. En 1986, todavía en activo, con 55 años, se vino a vivir a Donostia y una tarde, después de llevar veinte años conduciendo todos los días, me llamó para pedirme que le llevara en coche. Aquello me impactó. Aunque se queja mucho, disfruta de una buena salud. Viuda desde hace un año, es casi totalmente autónoma. Ha salido más –poco más- y tiene más mundo que su madre, pero siempre fue la sombra de su marido, el aita, un hombre enormemente trabajador, que tenía perfectamente claro y así lo hacía entender a todo el mundo, quién era el cabeza de familia… aunque era la ama la que llevaba el peso de los hijos, la casa… y hasta la economía familiar. Por volver al ejemplo del coche, ella nunca conducía cuando estaba el aita. Cuando voy con mi hija, conduce ella. Y tengo que aclarar que mi mujer no conduce porque no le da la gana.

Mi mujer me recibió en casa sin saber freír un huevo, sin comer frutas y verduras y aportando a las tareas domésticas que sabía hacer la cama y poco más. Venía de una familia tradicional con dos hijos varones, en la que los roles estaban perfectamente definidos. Todavía hoy, mi madre se extraña y hasta se incomoda cuando yo me levanto a fregar, limpio los baños, pongo la lavadora, cuelgo y recojo la ropa… Yo suelo decir que hago de todo, menos planchar… y cambiar las bombillas. Aunque, como la ama, allá por finales de los años 60 del siglo pasado, podría presumir de ser un adelantado a los de mi sexo en lo de asumir las tareas domésticas, tengo la certeza de que estoy lejos de la igualdad a la que legítimamente aspira mi mujer, a quien tuve la suerte de conocer hace cuarenta años y que en los casi 32 años que llevamos juntos, tengo que agradecer que me haya educado. Hoy como de todo, gracias a que mi mujer es una gran cocinera. Y sabría llevar una casa, algo en lo que ella me enseña todos los días, por ejemplo ayer, al hacer a compra. Con los roles machistas, nunca me he sentido identificado. Y cada vez me identifico menos.

Y como a la amoña de la pancarta, me preocupa mi hija, nuestra hija. Nosotros tenemos dos hijos: chica y chico, y mientras los dos han estado en casa, ella ha vivido como una marquesa, sin hacer nada, hasta el punto de que el chaval (25 años tiene la criatura) era mucho más apañado que su hermana para todo lo relacionado con la casa. Hace unas lentejas y una tortilla de patatas difícilmente superables. Eso sí, nuestra hija, ha trabajado desde que tenía 16 años en fines de semana, festivos y vacaciones, a la vez que estudiaba la carrera.

Nuestra hija ha viajado mucho más que su abuela… y que sus padres. Tiene un buen trabajo y está en al camino de convertirse en una gran profesional. Tiene y gestiona -¡quién lo hubiera dicho hace unos años!- su propia casa. Y, si así lo decide con su pareja, será madre y educará a sus hijos. La echamos de menos en la manifestación del pasado jueves, un movimiento intergenacional, que hubiera sido inaudito para mis abuelos y para mis padres, pero del que no pueden estar al margen mis hijos.

Porque el futuro es feminista, yo también lo soy... y quiero que lo sean mis hijos. Como dice una periodista a la que sigo y que de no mediar la pusilanimidad de nuestros políticos locales, hubiera sido una magnifica Tambor de Oro, Angels Barceló: 'Soy feminista...Y estoy convencida de que esto ya no hay quien lo pare y que quien no quiera entenderlo, tiene un serio problema, se quedará atascado en la historia. Les pido que nos escuchen y nos entiendan y luego se den cuenta de lo equivocados que estaban.'

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