
Tal como nos los presenta el autor, son tres los motores de la motivación:
- Autonomía. He sido afortunado y en 40 años de vida profesional he tenido muy buenos jefes (también alguno malo ¿eh?), que me han dejado hacer, me han permitido crecer, me han escuchado y me han orientado en la buena dirección. Sé detectar cuando tengo un buen jefe… y cuando no lo tengo. En mi trabajo, me tengo que conformar con el que me ha tocado y gestionarlo lo mejor que pueda y sepa. Fuera de mi trabajo, cuando estoy haciendo algo de forma voluntaria y desinteresada, si el ‘jefe’ (director, guía, líder, rector, capitán…) no está a la altura, rápidamente pierdo el interés. Ya no vale con la obediencia, necesitamos el compromiso.
- Dominio. Es sentirte capaz de hacer aquello que te encargan o que te propones. Es ponerte retos, que sean exigentes y que, con trabajo y esfuerzo, estén a tu alcance. Con toda la humildad que soy capaz de expresar, me he enfrentado y he superado con éxito retos profesionales, personales, familiares, sociales y deportivos. También he tenido tropezones y he cometido errores de los que he procurado aprender. Con el tiempo, me he ido conociendo y procuro combinar aquello de ‘no meterme en camisa de once varas’, con una pizca de riesgo y de vértigo. Me sigo equivocando y creo que he aprendido a rectificar a tiempo y a bajarme del tren antes de que descarrile y/o coja demasiada velocidad.
- Finalidad. El famoso ¿para qué? En este mismo blog, arriba, debajo de mi nombre hay una pestaña: Sobre mí, que dice así: Soy un corredor de fondo, convencido de que el trabajo duro es divertido, si te sabes reír de ti mismo, te rodeas de personas inteligentes y evitas a los que se quejan por todo. Creo que el tiempo es mi mayor tesoro y que la mejor forma de disfrutarlo es procurar el progreso y la felicidad de mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis clientes y mi entorno, estimulándoles a salir de su zona de comodidad y acompañándoles en el camino. Y hay una cita a la que recurro en momentos de duda o confusión: ‘El que no sabe dónde va, no llega a ninguna parte’. Tengo 62 años, me quedan cada vez menos y quiero que sean interesantes. Quiero tener intereses comunes con aquellos con quienes me embarco, quiero saber adónde se dirige el barco y quiero conocer el rumbo que va a tomar. Cuando se llega a un puerto, hay que elegir el siguiente y quiero estar convencido de que es una buena elección.
Termino con una cita de Sebastian Coe, medalla de oro de 1.500 metros en los JJ OO de Moscú (1980) y Los Ángeles (1984) y actual presidente de la IAAF, que aparece en el libro: ‘A lo largo de toda mi carrera atlética, la meta global ha sido siempre ser mejor atleta de lo que era en aquel momento, ya fuera a la semana siguiente, al mes siguiente o al año siguiente. La mejora era el objetivo. La medalla era simplemente la última gratificación por conseguir esa meta’.
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