domingo, 30 de julio de 2017

Ven con poca ropa

Foto El Corte Inglés
Ven con poca ropa, que no tenemos tiempo que perder –decía el whatsapp que recibió de Iria, justo cuando estaba pensando qué ponerse para la cita. Por un momento, pensó en un look makarra, como el de CR7: camiseta de tiras y pantalón corto, pero, tras pensárselo mejor, decidió ser fiel a su imagen. Se puso unos pantalones de lino crudo y un polo azul marino, que le quedaba como un guante, y salió de casa a las 21:40. Yendo tranquilo, a pie, tardaría quince minutos.

La tarde noche era magnífica, con apenas veinte grados de temperatura y una luz, que sin ser la de la noche de San Juan, le permitiría llegar a casa de Iria antes de que el sol se escondiera por la ría de Pontevedra.

Había estado una vez allí; una casa unifamiliar, en la Avenida de Buenos Aires, a la altura del puente peatonal Celso Emilio Ferreiro, que comunicaba ese lado del río Lérez con la Illa das Esculturas; un lugar privilegiado, que consiguió gracias a los buenos oficios de su padre, el notario. Se la podía permitir. Había hecho una reforma total de la planta baja, dejando una pequeña cocina, un salón funcional, y un gimnasio con pesas, bici estática y una cinta para correr en invierno, cuando el frío o la humedad desaconsejaban salir a la calle, e invitaban a entrenar con vistas al río.

Puente peatonal Celso Emilio Ferreiro
Su habitación, sencilla y funcional, estaba en la primera planta. Vivía sola y de las tareas domésticas se encargaba la buena de Carmiña, que era como de la familia. Tenía 50 años y se había ocupado de Iria desde que nació. Tenía entrada libre, salvo cuando la niña (Iria) le ponía un whatsapp con el texto do not disturb. La última vez que lo hizo fue el 13 de julio, justo hacía una semana.

En ese encuentro iba pensando Mario, mientras caminaba por la orilla del río. Aquel día, acababa de correr un 1.500, el último de la temporada. Había hecho marca personal, sin bajar de cuatro minutos y una sensación agridulce, combinada con el ácido láctico, le corría por las venas. Se quitó la camiseta y se topó de bruces con Iria, que acabada su sesión vespertina, todavía sin ducharse, se había quedado a ver las pruebas.

Estadio da Xuventude
Se conocían de toda la vida porque sus padres frecuentaban los mismos círculos elitistas de Pontevedra. Un notario y un abogado que habían inculcado a sus hijos el hábito del deporte. Para Mario, Iria había sido como una hermana mayor, hasta que las hormonas le hicieron cambiar de opinión, aunque una chica cuatro años mayor y portada de revistas le pareciera inaccesible.

El poco trato que tenían ahora era muy natural. Coincidían en las pistas del Estadio da Xuventude y cuando Mario era más joven hasta habían  hecho series juntos. Luego, a medida que él fue mejorando sus marcas, se distanciaron en la faena. Desde que empezó a trabajar, se veían mucho menos.

Aquel 13 de julio, Iria, tras darle los dos besos de rigor y un cachete en culo fue al grano:

Estás cada día más bueno, Mario. No sabes cómo me pone verte así, sudado, sin camiseta y jadeando todavía.
No me tomes el pelo, Iria, que me lo creo ¿eh?
Mira, chaval, ahora mismo no hay nada mejor que tú en dos kilómetros a la redonda, llevo más de un mes sin echar un buen polvo y créeme que lo necesito.
¿Hablas en serio?
Recupera, come y bebe algo y vente a casa. Ya sabes donde vivo. ¡Ah! No te duches ¿eh?

En esas estaba pensando Mario cuando llegó. Si hacía una semana había ido sudando y vestido con un chándal, esta vez llegaba reciben duchado y afeitado, decentemente vestido y mucho más excitado que entonces, cuando Iria le recibió en la puerta, también sudada y con una camiseta de algodón de la talla XL, sin nada debajo. Eran las 21:55 y tocó el timbre.

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