Durante los noventa
minutos largos que duró, disfruté de la intensidad del partido de semifinales
de la Copa del Mundo de Rusia jugado ayer entre Francia y Bélgica. El fútbol, cuando se juega así, puede ser algo muy serio. Lástima que los Diablos Rojos
no consiguieran el empate, que nos privó de media hora más de dos equipos que
jugaron con extraordinario rigor y disciplina, sin apenas fallos o despistes, y
con la única nota discordante del comportamiento de Mbapé, un talento natural que a sus 19 años apunta maneras que
debería corregir. En vez de mirarse en el espejo Neymar, su compañero en el PSG, o CR7, a quien puede suceder en el Real Madrid, podría tomar nota de Griezman, que volvió a dar una lección
de actitud y aptitud. Para mí, es reconfortante observar lo que ha crecido y ha
madurado como futbolista desde que salió de la Real Sociedad.


Nos espera la segunda
semifinal, que enfrenta a Inglaterra, un equipo muy en la línea del de Francia,
quizá con menos talento, y a Croacia que, a mi modo de ver, se ha beneficiado
de unos cruces amigables, que ha resuelto a los penaltis, y que cuenta con Luka Modric, un extraordinario jugador de equipo,
que en todo momento hace lo que hay que hacer y lo que le toca; al que siempre me
gustaría ver en mi equipo y cuya salida del Real Madrid hubiera lamentado mucho
más que la de Cristiano Ronaldo.
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