Para los que ya
tenemos una edad, hay personas que dejan huella, pese a que apenas hayamos
tenido relación con ellas. Un gesto, un detalle, una sonrisa, una ayuda
desinteresada, quedan en nuestra ya frágil memoria y nos golpean, como nos ha
golpeado a muchos la muerte repentina de Iñigo
Oyarzabal, un hombre nacido en 1964, que para mí, que vine a este mundo
nueve años antes, podía estar en la mejor etapa de su vida personal y
profesional, como lo demuestra la foto de abajo, en la que saluda al Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, en la reciente visita de éste a Gureak.

Un par de años
antes, Iñigo Oyarzabal corrió la
primera de las 23 B/SS que tiene en su palmarés y justo entonces hizo su mejor
tiempo: 1:22:08. Este año hubiera hecho la 24ª.
Cuatro años
después, en 2001, Amaia Arana hizo
su marca de maratón en Rotterdam: 2:45:13 y cuenta que, mediada la carrera,
animando a tope, estaban Iñigo y su
mujer que, sin decirle nada, se había acercado desde Amsterdam, al enterarse de
que corría.

Dicen algunos que
la muerte llega cuando hemos perdido la costumbre de vivir. Seguro que no es el
caso de Iñigo Oyarzabal, un apasionado
de la vida, a quien hubiera preferido seguir saludando, sin ponerle nombre, y
que todos pudiéramos seguir disfrutando de ese gran tipo.
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