La última llamada del año la hizo a las 19:35 y fue a Guillermo. Antes había llamado a sus hermanas para felicitarles el año y para confirmarles que, un año más, no asistiría a la cena de Nochevieja y volvería a apagar el teléfono móvil.
Cuando recibió la llamada, Guillermo estaba poniendo la mesa de Nochevieja, mientras pensaba qué y cómo hacer para acostarse lo antes posible, tras pasar con la mejor cara por el trance de ver y escuchar por la tele las 12 campanadas en la Puerta del Sol.
Habían pasado casi dos meses desde la última llamada de Guillermo para felicitarle por su cumpleaños y pensaba que su amigo le llamaba para felicitarle el año, como acostumbrada hacer cada Navidad, gráficamente, con un christma muy especial, original y artesano, que le llegaba por correo ordinario, que había echado en falta.
No hubo tal felicitación, sino una propuesta: salir a correr juntos el 1 de enero de 2019, a las 6:00. La idea le tentó a Guillermo, pero hizo cuentas. Se había levantado a las 4:15, estaba muerto de sueño, le esperaba una pesada cena de Nochevieja y difícilmente se acostaría antes de la una de la mañana. Ya tenía una edad y para activarse necesitaba, como mínimo, una hora, por lo que tendría que levantarse a las 5:00, tras dormir, como mucho, cuatro horas.
En unos pocos segundos, analizó la situación y rechazó la invitación, no sin sentir una sala envidia por su amigo, que se acostaría pronto, sin cometer excesos con la comida ni con la bebida, y evitaría el bochornoso espectáculo de cada Nochevieja: las 12 uvas, los brindis, los besos impostados, las llamadas de teléfono, los whatsapps, los cohetes; y un largo etcétera de buenismos que apenas sobrevivirían unas pocas horas, hasta el que el 2 de enero de 2019 nos devolviera a todos a la cruda realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario