Tras la desconexión digital de la semana pasada y el ajuste... o desajuste derivado del comienzo de curso, volvemos aquí. Y lo haré hablando del extraordinario partido de tenis que nos ofrecieron Rafael (como le llama su tío y mentor, Toni) Nadal y Daniil Medvédev, un partido para la leyenda.
Buena parte de culpa de mi ausencia del lunes y el martes la tiene ese partido, que me tuvo despierto y en tensión hasta bien dadas las tres de la mañana del lunes. Tan tenso estaba que, pese a llevar casi 24 horas de vigilia, era incapaz de conciliar el sueño, de manera que a las 5:00, como de costumbre, me levanté. Y entre el cansancio, la somnolencia y cierta sensación de cabreo he pasado los dos últimos días. Lo del cabreo lo explicaré más adelante.
Me suelo acostar pronto y las 22:00, hora de comienzo del partido, es normal que me vaya a la cama, más aún si me he metido 800 km conduciendo. Pensaba que Nadal ganaría con facilidad y no me apetecía cambiar dos horas de suelo por un paseo militar del español.
Aunque también él tenía que madrugar, mi hijo se quedó y decidí ver el primer set. Quedé inmediatamente enganchado. Ganó Nadal 7-5, con 6-5 a su favor, rompiendo el servicio del ruso en el último juego. Toda una hazaña, como se vería después, porque ganó menos de la cuarta parte de los puntos de break de los que dispuso a lo largo del partido.
El segundo set fue igual de disputado que el primero, con largos intercambios de golpes ganadores, devoluciones inverosímiles, dejadas, subidas a la red y saques demoledores del ruso, que llegaba a casi todas las pelotas y, con su tremenda envergadura, abarcaba una gran superficie de la pista. Nadal defendió bien el break conseguido mediado el set y lo ganó por 6-3.
El tercer set pareció una repetición del segundo, aunque mejorado, porque los tantos eran cada vez más largos y más espectaculares. Con 2-2 y servicio de Medvedev, Nadal hizo un nuevo break y se puso 3-2 y sacando. Se trataba de repetir el guión del segundo set y liquidar el partido, pero el ruso rompió el servicio de Nadal, se puso 4-3 con el suyo y mantuvo ese ventaja hasta el 6-5, con servicio de Nadal, que rompió para ganar el tercer set por 7-5.
Medvedev comenzó sacando el cuarto set, ganando en blanco el primer juego y encadenando -no recuerdo bien- nueve o diez tantos consecutivos. Fue la mejor fase del ruso, que tuvo a Nadal contra las cuerdas, defendiéndose heroicamente con su servicio, para empatar 1-1. Así llegaron al 5-4, otra vez con servicio de Nadal, que Medvedev rompió con un resto fantástico, adjudicándose un cuarto set tan bueno como el tercero.
El quinto set comenzó igual que el cuarto, con el ruso en estado de gracia y el español otra vez contra las cuerdas, teniendo que dar su mejor versión para conseguir el 1-1. Ahí vino la mejor fase del partido para Nadal, que ganó cuatro juegos consecutivos, rompiendo dos veces el servicio del ruso y poniéndose 5-2 y 30/15 con su saque, a dos puntos de llevarse el partido. Medvedev, recordando al mejor Nadal, reaccionó heroicamente y se fue al 5-4, con saque de Nadal, que dispuso de dos match balls, y tuvo un punto de break para empatar a 5. Con el carácter y la fe que le caracterizan, Nadal se llevó el partido en su tercer match ball, en el único primer saque que consiguió meter en ese décimo juego del quinto set.
Fue un triunfo agónico y el abrazo que se dieron los dos gladiadores demuestra la intensidad y la calidad de un partido que, a mi modo de ver, pudo ganar cualquiera de los dos.
Para que no haya dudas de con quien iba, mi hijo, que se fue a la cama con el 3-2 para Nadal del tercer set, se levantó de la cama, a las tres de la mañana, cuando grité: 'No me jodas, Rafa', en una volea aparentemente fácil, que Nadal estrelló contra la red.
Y ahora explico lo del cabreo. Nunca había visto jugar a Medvedev y apenas le ponía cara, pero me entusiasmó. Es un tenista soberbio, que tiene un estilo de juego muy similar al de Nadal, basado en la precisión de los golpes, la defensa hasta lo inverosímil y unas piernas que llegan a casi todas las pelotas, en un despliegue físico agotador. Su gran envergadura le permite abarcar mucha pista y golpear pelotas en ángulos imposibles. Y tiene un saque demoledor, algo que nunca ha conseguido Nadal, pese a haber mejorado con los años. Además, mantuvo la concentración hasta en los perores momentos, impasible, sin un solo gesto. Me impresionó esa frialdad.
Por eso me cabrea que los voceros del deporte nacional -que probablemente no vieron el partido- se dediquen a ensalzar a Nadal, que lo merece sobradamente, sin mencionar a Madvedev, un rival a su altura, sin el que ese 19º Grand Slam hubiera tenido mucho menos brillo.
Cuando vuelvan a enfrentarse, volveré a estar con Rafa, pero me da que cada vez será más difícil que le gane.
Chapeau! para Daniil Medvedev.
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