Estos días, dándole vueltas al fantástico Maratón de Valencia del pasado domingo, repasando mentalmente el circuito de una cuidad que conozco porque, allá por el año 2002, me la tuve que patear bien pateada, analizando los tiempos y asombrándome ante el nivel de la carrera, he sentido la percepción de que tanta excelencia me dejaba frío, sin emociones, más allá de la admiración por unos atletas capaces de correr a esos ritmos.
Hoy, con Valencia llamando a la puerta de los 6 Majors, y con la coincidencia de fechas, es inimaginable recuperar ese efecto llamada a los atletas por debajo de 2h:30' y hasta de menos de 3h:00', porque es evidente que en Valencia van a tener muchas más oportunidades.
¿Qué se podría hacer, entonces? A mi modo de ver, tenemos que empezar por apelar a las emociones, las sensaciones, el sentido de pertenencia y a intangibles como los que ofrece, por ejemplo, la Behobia-San Sebastián, una carrera dura, por un recorrido sin mucho atractivo, con un nivel deportivo lejos de la élite, sin premios en metálico... ¿sigo?
Como 2021 será -esperemos- año olímpico y, por lo tanto, vendrá después una cierta relajación; y como soñar es gratis, he imaginado un maratón de Donostia con algunos de los mejores maratonianos españoles, aquellos que se hayan quedado fuera de los JJ OO de Tokyo, entre los que no podrían faltar el talento local representado por tipos como Iván Fernández, Iraitz Arrospide, Eneko Agirrezabal...
Donostia cuenta con un magnífico circuito, con una gran masa de atletas populares de gran nivel, con una afición que sabe apreciar el deporte y el esfuerzo, con una organización profesional y capaz de montar una logística excelente, pero no podemos competir con Valencia ni con su modelo, que multiplica el nuestro en presupuesto y capacidad.
Decía Keynes, ahora tan de moda: 'Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?'.
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