martes, 13 de agosto de 2019

Solo una cosa vuelve un sueño imposible

Se sorprendió al verla tan pronto en la Oficina de Diseño. Solía llegar sobre las 8:30 y eran las 7:45. Karmele Lizarralde le abordó antes de que llegara a su mesa y le pidió que la acompañara a su despacho. Se disculpó por no haberle citado con antelación y le adelantó que quería recibir feedback sobre su trabajo en CAF, en el marco de una beca que finalizaría el 31 de agosto. Se ofreció a darle su propio feedback y facilitarle los trámites necesarios con el Área de Recursos Humanos.

Karmele era la responsable de la Oficina de Diseño. En lo que afectaba a Mikel, era la tutora que le habían asignado, función que apenas había ejercido más allá de los saludos de cortesía y alguna reunión informativa con toda la Oficina.

Mikel tampoco había buscado ese contacto. Aunque no encontraba ningún argumento sólido, se sentía incómodo en su presencia y tenía la percepción de que se trataba de una persona ambiciosa, que no reparaba en los medios para conseguir sus fines. Con él, que era el becario, apenas se había metido, pero era implacable y autoritaria con sus subordinados, beligerante con sus colegas de otros Departamentos y sumisa a todo lo que viniera de la Alta Dirección.

Tenía 55 años, era viuda y madre de tres hijos, de los que apenas hablaba con nadie. Sin ser especialmente atractiva, su altura, su porte y la energía que desprendía le ayudaban a transmitir una buena imagen física, que ella cuidaba. Conservaba el color natural de su pelo, ya entrecano y rizado, que llevaba en una melera corta. Vestía un traje de pantalón y chaqueta de color salmón y una austera blusa blanca; y caminaba sobre unos zapatos casi planos de un tono parecido al del traje. Sin llamar la atención, eran prendas caras. Iba discretamente maquillada y no se pintaba las uñas. Sus ojos, de color gris, fríos, parecían querer taladrar a su interlocutor.

En el tono y el estilo que cuadraba con las referencias de Mikel, empezó por agradecerle, de forma convencional, el trabajo que había desarrollado los meses de verano, anunciándole que no tendría continuidad.

Esa primera comunicación no le impactó demasiado a Mikel. Estaba contento con el trabajo que había hecho desde junio y con todo lo que había aprendido. Le hubiera gustado seguir con algún tipo de contrato, más por lo que representaba de seguridad y soporte económico que por convencimiento y motivación; pero sentía que el atletismo podía ofrecerle una oportunidad, que iba a exprimir hasta la última gota.

En un tono neutro, le fue haciendo preguntas sobre su experiencia en CAF, el trabajo desarrollado, su aportación al proyecto de fin de carrera, el trato con los compañeros de la Oficina de Diseño y con otros Departamentos. También se interesó por su relación con clientes y proveedores y le preguntó por aspectos que, a su modo de ver, podían mejorar el funcionamiento de la Oficina.

Mikel fue contestando de forma breve y bastante convencional, extendiéndose más en lo relativo a su proyecto de fin de carrera que, posiblemente, era lo que menos podía interesar a Karmele.

Fue una entrevista rápida, de apenas veinte minutos, que dio por terminada, deseándole mucha suerte en su futuro profesional. Habían pasado por alto su condición de atleta y le sorprendió cuando se despidió interesándose por sus marcas. Consiguió con ello que Mikel se relajara y le hablara de sus objetivos… y de sus sueños.

- Solo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar –le contestó Karmele- Es una cita de Paulo Coelho.

Se levantó de la mesa, cogió del brazo a Mikel y le acompañó a la salda del despacho. Justo cuando salía le dijo: 

- Ganarías mucho si te afeitaras todos los días.

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