jueves, 30 de abril de 2020

¿Quién me ha robado el mes de abril?

Quién me ha robado el mes de abril
Cómo pudo sucederme a mí
Quién me ha robado el mes de abril
Lo guardaba en el cajón
Donde guardo el corazón



Hoy, 30 de abril, estamos a punto de cumplir la séptima semana de confinamiento. Casi 50 días encerrados en casa, mi mujer y yo, sin apenas salir, sin ver a nuestros hijos, sin darles los besos y los abrazos que no sé si ellos reclaman, pero sí sé que nosotros necesitamos.

Casi 50 días en los que he sido muy crítico con el estado de alarma decretado por el Gobierno de España; y no tanto con el QUÉ como con el CÓMO. A mi modo de ver -y no me extenderé en argumentos ya sobradamente expuestos- se ha hecho un uso desmedido y abusivo, provocando el miedo de los ciudadanos y tratándonos como menores de edad, en vez de apelar a nuestra responsabilidad y nuestro civismo, valores de los que la inmensa mayoría de nosotros hemos dado buena prueba.

Casi 50 días, no, muchos más, si llevo bien la cuenta, serían 107 días desde que se constituyó el Gobierno de la XIV Legislatura, con una oposición feroz, implacable, montaraz, despiadada, impúdica, irrespetuosa, incapaz de hacer una sola propuesta, más allá de proclamar, como ha vuelto a pedir hoy en el Congreso, la declaración del luto nacional. Una oposición necrófila, que utiliza a los muertos por el Covid19, como sigue utilizando a los muertos por ETA o por el 11M. Una oposición que se dice patriótica mientras prioriza el objetivo de derribar a un Gobierno al que debía intentar ayudar o, al menos, no poner zancadillas. Una oposición que acusa de mentir al Gobierno, mientras ellos y sus medios llevan años mintiendo descarada y sistemáticamente. Una oposición que utiliza un poder judicial, que presume dócil a sus tesis -y los hechos lo demuestran- para resolver cuestiones políticas... y cuyo órgano máximo, el Consejo General del Poder Judicial, lleva en funciones desde finales de 2018 y que, dado el tiempo transcurrido, a falta de acuerdo de los partidos políticos, debiera tener la decencia de dimitir.

Estamos en manos de unos dirigentes que no saben (¿hay alguien que sepa?), una oposición que no quiere sumar y prefiere restar y dividir y unos gobiernos autónómicos, más próximos a los ciudadanos, que no pueden ayudar porque no les dejan. Estamos perdiendo una gran oportunidad de consolidar el Estado de las Autonomías.

Vienen tiempos difíciles. Como he leído esta mañana a un buen amigo, el debate no es salud versus economía. El verdadero debate es salud a corto plazo (confinamiento para evitar muertes) frente a salud a largo plazo (empobrecimiento de los de siempre, peores condiciones de vida...) ¿Quién y cómo va a pagar los ERTES, el paro, las pensiones... y la Sanidad, si no hay actividad económica, si no hay recaudación de impuestos y si, por consiguiente, hay que aplicar nuevos y más duros recortes?

Mientras no haya una vacuna -y esa vacuna puede tardar- tendremos rebrotes de la pandemia. Mientras no modifiquemos drásticamente nuestra 'normalidad', estamos expuestos a nuevos virus y a nuevas pandemias. Mientras no nos tomemos en serio el medio ambiente, vamos a sufrir como sociedad y vamos a correr un serio riesgo de involución con la eclosión de los populismos, que son la antesala de los salvapatrias y los totalitarismos.

Como he escuchado decir esta mañana a Iñaki Gabilondo: 'Si los ciudadanos nos comportamos como nuestros representantes políticos, estamos perdidos.'

En este escenario ¿qué importa que me hayan, que nos hayan robado este precioso mes de abril del que sólo hemos podido disfrutar desde nuestros balcones?

miércoles, 29 de abril de 2020

Ni sexo ni mentiras ni cintas de vídeo

Salió de la ducha, se secó bien y se puso una camiseta negra de tiras, que le llegaba hasta la mitad del muslo y se fue a la cocina, donde se encontró con Asier, que estaba hablando por teléfono. Miró el reloj de la pared, que marcaba las 6:34, y metió un tazón de leche de avena en el microondas. Mientras se calentaba, limpió su teléfono móvil con alcohol y consultó el whatsapp, en el que no encontró nada de interés. 

Dos minutos y medio después, sacó el tazón del microondas, le echó una cucharada sopera de Ricoré y le dio cien vueltas, mientras observaba a Asier, que ya había colgado el teléfono y le ofrecía un paquete de galletas de avena. Había es sus ojos una expresión de asombro y sorpresa, como si acabara de descubrir algo. Y no tardó en soltarlo.

- ¡Joder! ayer Iker y yo estuvimos viendo Sexo, mentiras y cintas de vídeo ¿te suena? -Inés negó con la cabeza, mientras sorbía la leche- Te veo igualita a Andie MacDowell, la prota de la peli: los mismos pelos, las mismas facciones, la misma camiseta...
- ¿Andie MacDowell? ¿La pija de Cuatro bodas y un funeral? ¡Anda, no me jodas!
- La misma, sí, pero con algunos años menos y mucho menos sofisticada. La tienes que ver.
- Para pelis estoy yo. Menuda noche me han dado en el hospital. Me voy a la cama. ¡Ah! y no hagáis mucho ruido con la bici... ni con lo demás. ¿A quién le toca hacer la comida?
- Perdona, Inés, es que flipo con el parecido ¿Cómo van las cosas por arriba?
- Mal, bastante mal, nos falta material, estamos cayendo como moscas y los pacientes que entran están acojonados. Está siendo muy duro y yo también tengo miedo de contagiarme... y de contagiaros a vosotros. Tenemos que hacer una buena limpieza. En condiciones normales, yo puedo ser la más desordenada de los cuatro, pero debemos tener mucho cuidado con... Por cierto, hoy entraré a trabajar a las diez de la noche ¿a qué hora puedo usar el rodillo? Prefiero por la tarde. ¡Ah! y cada vez que lo usemos, tenemos que pasarle un trapo con alcohol. El domingo fui detrás de Rubén y estaba lleno de sudor.
- Ahora que hablas de Rubén, se fue ayer por la tarde. Ya sabes que le habían echado del curro y se ha vuelto a Tudela, sin idea de volver. Tenía pagado el trimestre. Ya se lo ha dicho a los caseros. ¿Conoces a alguien que pudiera estar interesado en alquilar su habitación? Antes de que nos metan un desconocido... ¡Ah! y la comida me toca a mí. Lentejas ¿Te mola?
- ¿Se ha ido Rubén? Pues nos hemos quedado sin Netflix.
- ¡Ostras! No me había dado cuenta. Vete tranquila a la cama. Esta mañana, en cuanto tenga un rato, me doy de alta, que estoy viendo La casa de papel y está guay.

Asier, además de ser un chico muy guapo y simpático, uno de esos tímidos encantadores, era un gran cocinero. Hacía unas lentejas de concurso. Se había puesto las gafas, que le daban un aire intelectual. Muy madrugador, se levantaba todos los días a las cinco. Antes del confinamiento, salía a correr o nadar, desayunaba y se iba a clase, siempre en bici. Ingeniero de formación, era profesor de matemáticas en el Instituto Zubiri-Manteo. 

Desde hacía dos semanas, se había montado un gimnasio en el salón, con algunas pesas, una rueda, una barra de halterofilia... Aprovechando unas banquetas de madera, hacía a diario un circuito, en el que empleaba casi hora y media. Vestía un pantalón corto negro de Decathlon y una camiseta gris, en la que se veía y se olía el resultado de ese ejercicio.

Se levantó de la silla y, en vez de ir a la ducha, se cambió de ropa. Se puso la de la víspera, que iba a echar a lavar: un slip, una camiseta, unos calcetines blancos, un vaquero gris, una sudadera roja, unas New Balance azules con el logo gris y una gorra azul marino. Calculó que Bahir tendría una talla menos que él y metió en una mochila los vaqueros más prietos que tenía, una camiseta y una sudadera. 

- Bueno, Andie, digo, Inés, tengo que salir a buscar a un alumno en apuros. Nos vemos en la comida y felices sueños.

Le guiñó un ojo, cargó con la bici escaleras abajo y fue a buscar al chaval.

martes, 28 de abril de 2020

Por la diversidad lingüística y cultural

Esta mañana, a esas horas tan raras en la que me levanto, me he encontrado con el comentario que sigue, realizado ayer en Facebook sobre el post Chiquita de la Calzada, que publiqué el pasado miércoles:

Lo siento Gabi, pero desde el respeto y la amistad que te tengo, no puedo estar más en desacuerdo contigo. No voy a entrar en tu affair personal con el estado de alarma. Pero voy a reconocerte que siendo consciente de que tu intención no era la de ofender, tu comentario me ha dolido.

Tuve un profesor de Lengua en 1°de BUP en Córdoba, Don Ángel, en esa época todavía se les llamaba de Don a los profesores y posiblemente el mejor que he tenido en esta materia, que nos enseñó, transmitió e hizo sentirnos orgullosos durante todo un trimestre, de la riqueza cultural de las hablas, lenguas, dialectos y sus variantes, que había en España. Desde el galego, bable, euskera, fabla aragonesa, occitano, catalán, rosellonés, mallorquín, valenciano, castellano...hasta el andaluz. En este último, como es obvio, profundizó en las variantes dialécticas, heredadas de la multiculturalidad que lo caracteriza en sus casi 400km en lo más largo y sus casi 700km de ancho.... y sus años de historia.

No me entra en la cabeza que un Euskaldun , con lo que habéis sufrido con el maltrato lingüístico y ninguneo cultural por parte de la facción (o fachón) más rancia del Estado, caiga en el mismo error.

Insisto que soy consciente de que tu intención no era ofender. Pero vamos a tener memoria y separarnos de los clichés del andaluz cateto y graciosillo que cuenta chistes, que no hacen ningún bien a nadie. Y en el que solo ganan los mismos de siempre.

Un abrazo

Quien así se expresa es Jesús, un corbodés que lleva ¿diez? años entre nosotros, a quien conozco desde hace algunos más, cuando trabajaba en una sucursal de Kutxa en Sevilla, de quien, creo, fui uno de los primeros contactos que tuvo aquí y a quien aprecio muy sinceramente. Por eso, me duele que ese post le haya hecho daño. 

Por esas coincidencias que a veces se dan, esta mañana, en la radio, he escuchado decir que la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno de España, María Jesús Montero, a quien aludía en el post, reivindicaba y defendía su derecho a hablar como habla, con ese nítido acento andaluz. Yo, además de reivindicar y defender que hable con ese acento, lo aplaudo.

¡Cómo me hubiera gustado conocer a Don Ángel! Porque suscribo al cien por cien lo que cita Jesús. Soy un enamorado del español y de la riqueza cultural que Don Ángel transmitía a sus alumnos.

Mi lengua materna es el euskera. Puede que sea la lengua de mis emociones. Puede que lo sea, pero yo fui educado en castellano, descubrí el placer de leer en castellano, sueño en castellano y disfruto de un idioma con tantos registros.

En 1978, empecé a trabajar en la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, en la ventanilla de la sucursal de Azkuene. Allí estuve seis años, teniendo al otro lado a una clientela mayoritariamente gallega, haciendo el oído y la boca a la cadencia de esa lengua. Mi mujer y yo hemos estado mucho en Galicia y, cada vez que vamos, ella se vuelve con el acento. Lo mismo le pasa en Andalucía, una tierra de adoramos y en la que no descartamos vivir la última etapa de nuestra vida. Escuchar, por ejemplo, a Antonio Gala, es música celestial.

Tengo amigos navarros y maños y soy capaz de distinguir los matices entre las formas de hablar de unos y otros.

Los leoneses están a medio camino de los asturianos y los castellanos de Palencia o Valladolid, o de los gallegos y los de Zamora.

Los extremeños tienen una forma peculiar de hablar, como la tienen los murcianos. Y qué decir de los canarios. 

Al ministro de Sanidad, tan presente estos días, se le nota el acento y la formas de hablar de los catalanes, con expresiones  propias, como las que tienen los valencianos.

El euskera que yo hablo nada tiene que vez con el que pueda escuchar en Bizkaia, en Navarra, en Hendaia o en Azkoitia. Todos tienen su punto, su gracia y hasta su ritmo

Y si cruzamos el charco, qué maravilla la forma de hablar de los mexicanos, tan distinta de los colombianos y los peruanos. Y cómo no quedar envuelto por la portentosa locuacidad de argentinos, chilenos y uruguayos. Valdano, él solito, te salva el peor partido de fútbol.

Y hasta el tristemente fallecido Michael Robinson (D.E.P.) con esa acento británico que nunca perdió, afortunadamente, le daba un registro distinto al español, del que dominaba como pocos las expresiones con doble sentido.

Lamento que mi admiración por Chiquito de la Calzada, un genio del humor, a quien vi en acción mucho antes de que fuera famoso por la televisión... pero esa es otra historia, me llevara a hacer daño a Jesús y a quienes hayan podido sentir lo mismo que él.

En la comunicación hay un emisor, un mensaje, un medio y un receptor. No importa lo que el emisor (en este caso, yo) quiera contar; lo que importa es lo que el receptor (Jesús) haya captado del mensaje. Eso es lo importante.

Lo siento, Jesús, y muchas gracias por tu comentario porque, tienes razón, si nos hacemos daño, seguirán ganando los de siempre.

Un fuerte abrazo,

lunes, 27 de abril de 2020

Asqueado de intoxicadores y tramposos

La imagen que ilustra este post tiene truco. Ha sido ampliamente difundida por las redes sociales y ha suscitado múltiples y exaltados comentarios de mansos y crédulos ciudadanos, encantados de vivir confinados y amparados por el manto protector de policías, militares, políticos y supuestos expertos.

Ayer, mientras millones de niños salían a la calle cumpliendo con la norma de ir acompañados de una sola persona, durante una hora y a una distancia máxima de un kilómetros de sus casas, unos pocos padres -tengo la convicción de que muy muy pocos- salían en pareja, unas pocas familias se juntaban con otras, algún grupo excepcional y anecdótico jugaba al fútbol en un parque... y esa era la noticia en la prensa sensacionalista y banderiza, la televisión basura y el estercolero de las redes sociales. Esa foto es un buen ejemplo.

Si nos fijamos atentamente, podemos ver varios elementos que chocan en ese paisaje. Debo su descubrimiento a Karlos Solana y están perfectamente señalados. La foto, tomada desde el final de la Avenida de la Zurriola, usando un zoom muy potente, apunta al Ayuntamiento y recoge toda la gente que hay en esa acera en un kilómetro de distancia, aproximadamente. Es una foto tramposa.

Me sigue asombrando la facilidad con la que nos engañan o nos dejamos engañar.

Me sigue asombrando que nos sintamos más cómodos vigilados y vigilantes que siendo responsables.

No me asombra -y así lo vengo diciendo- que en estas circunstancias aflore lo peor de la condición humana: la envidia, la ira, la gula, la avaricia, la pereza...

Y ya me estoy asqueando de intoxicadores y tramposos.  Y también de pusilánimes y oportunistas, mucho más tóxicos que el Covid19.

domingo, 26 de abril de 2020

Quería estudiar medicina

Cuando llegó la Ertzaintza no tuvo que llamar a la puerta. Estaba abierta. Eran las seis de la mañana y Bahir les vio venir, en la oscuridad. Desde que empezó el confinamiento, salía a correr nada más levantarse, a las cinco. Subía por la carretera de Ulía, hasta el colector de aguas del Añarbe, a oscuras, por una carretera sin tráfico, con cuestas, en las que practicaba cambios de ritmo. Amanecía el martes 31 de marzo y esa noche había dormido solo en el caserío abandonado que compartía con su hermano mayor. 

Se paró en seco y aprovechando la oscuridad, volvió sobre sus pasos, salió de la carretera y se ocultó en una curva, detrás de un árbol de gran alzada y voluminoso tronco, que ofrecía una vista privilegiada del caserío. Si volvía en ese momento, le iban a pillar con droga. Aunque estaba escondida, era fácil de encontrar. Parecía evidente que habían cazado a su hermano y él tenía que librarse como fuera.

Sabía que Hamza estaba trapicheando a pequeña escala y un par de veces, a comienzo de curso, le había hecho de recadista, dejando caer unas bolsitas en un punto concreto del parque de María Cristina, mientras corría por allí. Su hermano, sentado en un banco, indicaba al cliente dónde podía recoger la droga que había cobrado previamente. La segunda vez, nada más dejar caer la bolsita, sólo unos metros más adelante, se cruzó con una pareja de municipales y le entró tal miedo que estuvo a punto de caer mareado. Le dijo a Hamza que era la última vez y no había vuelto a hacerlo.

Bahir tenía 17 años y había nacido en Taghramt, cerca de Ceuta. Con 5 años, habían emigrado a Francia y se instalaron en Burdeos, donde sus padres abrieron una frutería cerca de la Gare de Saint Jean, en la que les ayudaban sus dos hijos. Su vida transcurría entra la escuela y la frutería. Fue entonces cuando empezó a practicar el atletismo y a destacar en las competiciones escolares.  

Todos los años, en verano, volvían a Taghramt. Hacían el viaje en coche. En 2015, su hermano mayor, Hamza, no quiso acompañarles y se quedó en Irun, donde tenían familia. En una curva del desfiladero de Pancorbo, su coche, un viejo Peugeot 504, se salió de la carretera, volcó y sus padres murieron en el acto. Bahir tenía 12 años y ya no volvió a Burdeos. 

Tras pasar unos meses en Irun, su hermano Hanza, que había empezado a trabajar en la construcción, se trasladó a un viejo caserío en la carretera de Ulía, que fueron acondicionado entre los dos. Bahir se matriculó en la escuela pública de Zuhaizti. Sabía hablar castellano, que aprendió de pequeño, hablaba perfectamente árabe y francés y antes de fin de curso se defendía mejor que bien en euskera. Siempre fue un buen estudiante, especialmente en ciencias, y no le costó nada adaptarse a una cuidad más pequeña y no menos atractiva de Burdeos.

Cinco años después, estaba en segundo de Bachiller, tenía un buen expediente y a nada que afinara en la selectividad, estaba seguro de conseguir la nota suficiente para estudiar medicina. Y si, como decían, no había selectividad, mejor, porque estaba entre las mejores notas medias del Instituto Zubiri-Manteo. Lo sabía por Asier, su profesor de matemáticas y triatleta, que le animó a federarse en su club, el  Atlético San Sebastián. Como buen magrebí, se había decantado por el medio fondo. Esta temporada, había corrido los 800 metros en 2:00:02 y los 1.500 metros en 4:00.04.

Era una madrugada húmeda, estaba empapado de sudor y cubierto por un pantalón corto y una simple camiseta. Empezó a sentir frío. Volvió a la carretera, corrió un kilómetro hacia arriba y se paró en el albergue, que estaba cerrado. Siempre salía a correr con el teléfono y desde allí le llamó. Eran las 6:30 de la mañana y sabía que estaría despierto, porque a esa hora le solía corregir los deberes que le iba mandando desde que cerraron el Instituto. Al primer tono, escuchó la voz de Asier.

sábado, 25 de abril de 2020

Jon lo tuvo claro

El barco se lo quedó Jon en la adjudicación de la herencia de su madre, fallecida el 14 de marzo de 2019. Era un velero clásico, con casi un siglo de antigüedad, que había sido propiedad de su abuelo. Con él había salido del puerto de Lekeitio el 15 de septiembre de 1936, llevando consigo a su mujer y su hija, la madre de Jon, y un arcón con 200 lingotes de oro. Se instaló en Brighton y dirigió desde allí la compañía pesquera que dejó en Bermeo en manos de su hermano, un seminarista apocado, al que la Guerra Civil Española pilló en Madrid y que, por salvar el pellejo, se adhirió a la causa nacional. 

Juan Aguirre, que así se llamaba, volvió a España cuarenta años después, y lo hizo en el mismo velero, acompañado de sus dos nietos... y sin lingotes de oro. Su mujer había fallecido un año antes y su hija voló en avión desde Londres hasta el viejo aeropuerto de Sondika. Falleció el 1 de mayo de 1983, de un infarto, a los pocos minutos de que el Athletic de Bilbao ganara en Las Palmas por 1-5 y se confirmara la derrota del Real Madrid en Valencia,  por 1-0, que le daba el título. Jon, que entonces tenía 18 años, estaba con su abuelo, escuchando por la radio la narración, y de la euforia pasó al llanto, en un día que nunca olvidaría. 

Ese mismo año, empezó a estudiar en la Universidad y fue uno de los primeros licenciados en salir de la Facultad de Informática de Donostia. En aquellos años, finales de los 80 y principios de los 90, los informáticos gozaban de un estatus privilegiado y Jon fue alternando diversas compañías, bancos, cajas de ahorros, Gobierno Vasco... hasta recalar, hacía diez años, en una Compañía de Seguros, con sede en Bilbao. Desde 2015, él trabajaba desde casa, en Donostia, y se había especializado en la rama de seguros médicos.

Cumpliría 55 años el 4 de abril y seguía soltero. Había tenido varias parejas y con alguna de ellas había llegado a convivir, pero había desistido de compartir el espacio con nadie que no fuera su sombra. Desde hacía diez años, mantenía una relación con Julia, una exiliada, como él, de padre albanés, psicóloga, que había tenido su momento de gloria en un reality show de televisión, allá por 2010, que fue cuando la conoció. Julia no era de los concursantes, sino que les ofrecía apoyo y tratamiento profesional. Se veían casi a diario, se acostaban regularmente, iban juntos de vacaciones, casi siempre navegando, solos o en compañía de otros amigos. 

A la muerte de su madre, Jon, el cuarto de sus hijos, el segundo varón, y el único que no le le había dado ningún nieto, se quedó con el velero, que valoraron en 200.000 €, y con distintos activos: acciones, depósitos, fondos de inversión... valorados en casi dos millones de euros. La liquidación de la herencia fue un proceso largo, que concluyó en diciembre de 2019, momento en el que tomó la decisión de dejar la empresa y dedicarse a navegar.

Lo habló con Julia y también con sus jefes, que le rogaron que se lo pensara y les diera tiempo para buscar un relevo. Jon no tenía prisa y se planteaba dejar la empresa en el horizonte de un año, pero la crisis del coronavirus precipitó los acontecimientos.

Por su posición y responsabilidades en la compañía de seguros, Jon tenía información sobre la gravedad de la pandemia y ya a finales de enero, cuando nadie se lo planteaba -y menos los políticos- estaban dibujando distintos escenarios, que contemplaban alternativas como el confinamiento total, siguiendo el modelo chino. 

Jon lo tuvo claro. Vendió el viejo barco de su abuelo, una joya, por el que le dieron más de quinientos mil euros, con los que compró un moderno velero, con bandera inglesa, que llegó al puerto de Lekeitio, con toda la documentación en regla, el 7 de marzo.

El 13 de marzo, firmó el finiquito en la compañía de seguros, se despidió de sus jefes, cerró su piso de Donostia, hizo las maletas y pasó la noche en casa de Julia. 

El 14 de marzo, justo un año después del fallecimiento de su madre, cogió un taxi, y fue a visitarla en el cementerio de Lekeitio, tras lo cual, Julia y él embarcaron en el Gezi, con agua y provisiones para tres meses y se hicieron a la mar.

viernes, 24 de abril de 2020

Paso firme, espalda recta y mirada al frente

'Paso firme, espalda recta y mirada al frente, que no se note que no tenemos ni puta idea de a dónde vamos.' 

Si esto del confinamiento salvaje que estamos padeciendo los ciudadanos de este país fuera la trama de una película, es más que probable que en alguna secuencia apareciera el presidente del Gobierno, o quien toma las decisiones, arengando a su equipos con esa frase o alguna similar.

También vale para los líderes de la Oposición, a quienes les va como anillo al dedo.

Esta semana, vi un debate en la plataforma ciudadana Zarautz On, en el que participaban Juanjo Álvarez, catedrático de Derecho Internacional Privado de la UPV, y Félix Zubía, un médico que trabaja en la UCI del Hospital Donostia. Es de lo mejor que he visto y oído, junto a lo que está escribiendo Juan Ignacio Pérez, catedrático de Fisiología y ex-rector de la UPV.

Empezó con un post titulado La alternativa del Diablo; y lo último que ha escrito lo titula COVID-19: El dilema diabólico entre salvar la bolsa o la vida. Merece la pena leerlo y termina así: '...Ahora más que nunca necesitamos líderes, personas que se ganen la confianza del pueblo que gobiernan; pero confianza y credibilidad exigen seriedad, claridad y transparencia. En definitiva, hace falta que nos traten como a personas maduras y responsables.' 

Volviendo al debate de Zarautz ON, si le queréis dedicar hora y media, ahí tenéis el link. Hicieron muchas reflexiones interesantes y he elegido ésta  del médico, Félix Zubia: 'Ante lo nuevo no hay experiencia y si no hay experiencia no hay expertos.'

Es un ejercicio de humildad, de la que tan escasos están quienes están tomando las decisiones políticas en España... y quienes esperan sentados a que pase por delante el cadáver de su adversario/enemigo.

jueves, 23 de abril de 2020

La autoestima de los españoles

'El ego es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro.' La cita es de Les Luthiers y encabeza este post en homenaje a Marcos Mundstock, uno de sus miembros fundadores que ayer nos dejó para siempre.

En el post del pasado lunes, hablaba de la escasa autoestima de los españoles y prometía desarrollar esa hipótesis; y nada mejor que empezar con un pueblo, el argentino que, aparentemente, disfruta de una gran autoestima.

En el año 2006 dirigí en kutxa el que bautizamos como Proyecto Hobetu, cuyo objetivo era transformar la organización, haciéndola más eficiente y dando más valor al cliente. Nos ayudaba desde fuera una consultora internacional, liderada por un portugués, cuyo equipo completaban un sueco, un búlgaro, un catalán y un mexicano. Todos hablaban un buen castellano y el búlgaro lo hacía igual igual que Stoichkov. Sigo manteniendo relación con el mexicano, residente en España, que ha devenido en alto directivo de una aseguradora. 

Javier, que así se llama el mexicano, solía decir algo así como: 'El mejor negocio es comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale'. Eso fue después de que en el mundial de 2006, en Alemania, Argentina eliminara a México por 2-1 en octavos de final, gracias a un golazo de Maxi Rodríguez en el minuto 98 del alargue.

Si le damos la vuelta a la frase, podríamos decir que: 'El peor negocio es comprar a un español por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale.'

Vamos por la sexta semana de confinamiento salvaje y salvo contadísimas excepciones -exageradas por el Gobierno y por los medios, para expandir el miedo entre la población- el comportamiento de los españoles está siendo ejemplar.

Y sin embargo, no nos lo terminamos de creer. El lunes, leyendo La Vanguardia, me encontré con una encuesta, en la que se hacía esta pregunta: ¿Los españoles sabremos respetar las normas anticontagio cuando se relaje el confinamiento? A las 17:00 horas habían respondido 58.746 personas, que es una muestra más que representativa.

Para mi sorpresa, el 77,58% (45.573) respondían que no y sólo el 22,42% (13.173) contestaba afirmativamente.

De ahí y de lo que vengo oyendo y leyendo, viene mi percepción de la escasa autoestima de los españoles, estimulada, sin duda, por las maniobras del Gobierno que, también ¿sorprendentemente?, a mi modo de ver, no han sido contestadas por la Oposición.

Nos quieren tener -y nos tienen- instalados en el miedo. Y debemos reclamar que nos instalen en la responsabilidad, porque estoy seguro de que la inmensa mayoría seremos responsables, como lo estamos siendo estas seis semanas, y cumpliremos la normas.

Tenemos el ejemplo de Europa. ¿Por qué el modelo alemán o francés no se puede aplicar en España? ¿Cómo podemos reclamar la condición de europeos si pensamos que no nos podemos comportarnos con el mismo civismo que ellos? ¿Cuándo nos vamos a sacudir ese complejo de inferioridad? 

Muy cerca, en Portugal, país que he visitado varias veces, en el que siempre me ha atrapado la cortesía, buen tono y sosiego de sus gentes y que, sin embargo, muchos españoles tratan con cierto desdén, absolutamente cateto,  allí, tan cerca de nosotros, sus políticos, en el poder y en la oposición, no sólo están siendo mucho más eficaces frente a la pandemia, contando con menos medios, sino que nos están dando una lección de civismo y cordura.

Leí en la prensa de ayer una frase atribuida a José María Calleja (D.E.P), fallecido ayer con 64 años, los mismos que tengo yo: 'Debemos tener la dignidad y la valentía dos peldaños por encima del miedo.'


Necesitamos constituir entre todos una sociedad civil más fuerte, menos dependiente de los políticos, sean del signo que sean. Necesitamos confiar en nosotros mismos y reclamar esa misma confianza a quienes nos gobiernan, sin dejar que nos sigan tratando como si fuéramos menores de edad y como ciudadanos gregariamente domesticados.

Si nuestros gobernantes quieren recuperar la confianza que han perdido con sus decisiones, tienen que empezar por confiar en los ciudadanos.

miércoles, 22 de abril de 2020

Chiquita de la Calzada

Todo el mundo dice que la salud es lo primero. Y casi me han convencido. Soy de los que duerme poco, pero con un sueño muy aprovechado. Meterme a la cama y quedarme frito es todo uno. Y levantarme, igual, suena el despertador a las 5:00 y ya estoy de pie. 

Sin embargo, con el confinamiento salvaje decretado por el Gobierno de España, empecé a tener pesadillas, algo que muy excepcionalmente he sufrido en mis 64 años de vida. Como no están las cosas como para ir al ambulatorio, y menos llamar por teléfono para, con la que nos está cayendo con el Covid19, consultar estas tonterías, empecé a analizar las causas de esas pesadillas y a automedicarme distintas medidas. 

Con el método de prueba y error, creo que he llegado a la conclusión de que el seguimiento de los informativos perjudicaba seriamente mi salud física y mental, especialmente las comparecencias de los distintos ministros, policías y militares en televisión -no digamos nada de las del presidente del Gobierno- y llevo dos semanas a dieta, limitándome a escuchar, en la cadena SER, los informativos del mediodía y de la noche.

Ayer, puse la radio un poco tarde y lo primero que escuché fue lo siguiente: 'Estos menores de 14 años podrán acompañar al adurto (sic) al supermercado...'

No reconocí a la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno; y pensé, por el comienzo de la frase y por la entonación, que una mujer estaba imitando a Chiquito de la Calzada. Craso error. La señora ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno de España, escoltada por la ministra de Educación, estaba hablando en serio.


martes, 21 de abril de 2020

Espárragos para cenar

Tenía puesta la radio mientras se machacaba en la bici y sacaba chispas al rodillo, cuando escuchó a su tío Ariel, quejándose de que no tenía gente para recoger espárragos en plena temporada. 

Cinco minutos después, tras dos horas de bici, sudoroso y acelerado, cogió el móvil y le mandó a su tío un escueto whatsapp: El trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer. 

Rubén había encontrado la cita, atribuida a Oscar Wilde, en una tarjeta que su madre había dejado olvidada encima de la mesilla del salón y le pareció oportuna para llamar la atención de su tío, un hombre de campo, ingeniero agrónomo y muy aficionado a la lectura, que había sido como un padre para él desde que su padre biológico los abandonó cuando tenía 12 años.

Tenía dos hectáreas en Tudela, con las filas bien cubiertas por plásticos negros, a la espera de su recogida, que solía hacer con temporeros búlgaros y rumanos. Con las fronteras cerradas, era imposible contar con ellos y los posibles trabajadores locales, aunque llevaran más de un mes sin trabajar y sin expectativas de hacerlo en el futuro más próximo, se resistían a un trabajo tan duro. De los primeros veinte que consiguió reclutar, sólo le quedaban cinco. Agachado o de rodillas, se necesita paciencia, esfuerzo físico y destreza para cortar los espárragos por el sitio justo, utilizando la gubia. Además, lo hacían de noche para que la punta estuviera más tierna, manteniendo la humedad y el color, sin ponerse morada con la luz del sol.

Sus mejores clientes, bares y restaurantes, que se llevaban las mejores piezas, los había tenido que sustituir por las distribuidoras de alimentación, que pagaban mucho menos, pero que le permitían sobrevivir y dar salida a la escasa producción que había conseguido arrancar a la tierra.

Hasta que se decretó el estado de alarma, Rubén estaba haciendo prácticas en la empresa del padre de un compañero con el que compartía el piso donde vivía, en Donostia. Se dedicaba a la organización de eventos y buscaba alguien que trabajase bases de datos, de dudosa procedencia, con la que hacía promociones y ofertas. Rubén estaba terminando ingeniería informática y, aunque trabajaba en unas condiciones leoninas, estaba entusiasmado con las posibilidades que le ofrecía el caos en el que se movía Javier Peña, un vendehumos muy simpático e intuitivo, al que le faltó tiempo para echar la persiana y despedirle sin mayores explicaciones, en cuanto advirtió que ese negocio, muy centrado en la hostelería, se iba al garete. Era el 17 de marzo.

Aguantó en el piso de Donostia, que compartía con dos jóvenes profesores de instituto: Iker y Asier, y una médico, Inés, hasta el 31 de marzo, aprovechando el tiempo para estudiar. Tenía pagado el alquiler hasta esa fecha y esa misma tarde cogió el autobús para volver a Tudela, con su madre.

A los cinco minutos de haber mandado el whatsapp, recibió la llamada de su tío, un tipo muy directo, que no se andaba con rodeos: Muchas gracias, Rubén. Ya sabes dónde te metes ¿verdad? Ven a cenar a casa. Tenemos espárragos. De los buenos. Después, al tajo.

lunes, 20 de abril de 2020

Donde hay muertos, hay buitres

La frase se la atribuyeron ayer a Juan José Millás, en A vivir que son dos días, programa de la Cadena SER  que se emite las mañanas de los sábados y los domingos. Venía a cuento de la facilidad con la que, en España, se hace política poniendo encima de la mesa los muertos, sean de ETA, del GAL, del 11M o de lo que convenga en cada momento. Ahora tocan los muertos del Covid19.

Dijo Antonio Machado que 'En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa.'

La cita, que he encontrado esta mañana, me ha hecho reflexionar y preguntarme en qué medida estoy pensando, desde que el Gobierno de España decretó el estado de alarma el pasado 14 de marzo; y en qué medida estoy embistiendo con los posts que vengo publicando desde entonces en este modesto blog, que te agradezco que sigas leyendo.

Creo que habrá poca discusión en pensar que los dirigentes políticos que hemos elegido en los últimos procesos electorales, estén en el Gobierno o en la Oposición, no están a la altura de los desafíos a los que se tienen que enfrentar, enfrascados en rencillas mezquinas, cuando no miserables, que terminan sacando lo peor de una sociedad, la española, con una escasa autoestima, de la que quizá hable próximamente.

Quienes damos importancia a las formas, al respeto, a la compostura, asistimos atónitos al espectáculo -por que es eso, un espectáculo- que nos lleva ofreciendo la clase política en España desde hace más de una década y cuyo detonante podríamos encontrar en las elecciones generales de marzo del 2004, justo después del 11M. Aquel triste episodio lo viví en Alemania, lo tengo grabado y puede que algún día me anime a contar lo que vi, lo que escuché y lo que sentí.

No sé de quién es la frase 'la moral está en las formas', que suelo tratar de aplicar, confesaré que con escaso éxito. Si fuera cierta esa afirmación, el comportamiento de nuestra clase política estaría siendo inmoral.

Si nos venimos aquí y ahora, la imagen de confusión, duda y ausencia de planes a medio y largo plazo, más allá de la gestión del día a día, que transmite el Gobierno, sin que existan evidencias de que la Oposición tienen algún plan mejor o alternativo, se ve difuminada por sus asesores científicos y técnicos, que dan la impresión de estar tan confusos y dubitativos como el propio Gobierno y el propio presidente. Respecto de esos asesores, no tengo duda de su existencia y en cuanto a su capacidad, como aquello del valor en el soldado, se la supongo.

En este escenario, en el que nadie sabe a ciencia cierta cómo actuar y, parafraseando a Millás: 'no saben no saber', debo reconocer que el margen político para tomar grandes decisiones en materia de salud pública, economía y sociedad es muy estrecho.

Puede que gestos como el de Rita Maestre, concejal en el Ayuntamiento de Madrid por la lista más votada (Más Madrid), que encabezaba la anterior alcaldesa Manuela Carmena, dando su apoyo al alcalde, Martínez Almeida, que gobierna gracias a los votos de Vox, nos ofrezcan un hilo de esperanza.

Cuesta imaginarlo, pero parece imprescindible que esa generosidad manifestada por Rita Maestre se extienda más allá del Ayuntamiento de Madrid. Será necesario generar un mínimo clima de confianza, un compromiso de mínimos, ser todos más humildes. Es absolutamente necesario un cambio radical de actitud.

La derecha tendría que cambiar su estrategia. La prioridad de los españoles no es echar al Gobierno, que nos guste  más o nos guste menos, es un Gobierno legítimo. Nuestra prioridad es salir de la encrucijada sanitaria, económica y social en la que nos hemos metido -o nos han metido; ahora ¿qué más da?- compartiendo esfuerzos, con cesiones, con pactos y hasta con complicidades como sucede en otros países y buena prueba tenemos cerca, en Portugal. 

El Gobierno debería preocuparse menos por el relato y más por la acción, reconocer sus errores y admitir que los seguirá cometiendo, porque estamos en territorio desconocido y, mientras no haya una vacuna, habrá que gestionar con el método de la prueba y el error. Debería modificar la estrategia del miedo por la de apelar a la responsabilidad que, con mínimas excepciones, estamos acreditando los ciudadanos. Debería escuchar a los interlocutores económicos, sociales y culturales

Todos tendrían, tendríamos, que aparcar nuestras máximas aspiraciones, que pueden ser absolutamente legítimas, pero que resultan inoportunas si queremos llegar a un acuerdo que, como mínimo, revierta los recortes y el descrédito al que se sometió a la INVESTIGACIÓN (con mayúsculas) y la Sanidad. 

Estamos obligados a llegar a un acuerdo, aunque sea de mínimos, para repensar el modelo económico de España, poniendo el énfasis en políticas sociales en favor de los más desfavorecidos, en los millones de parados que van a dejar la pandemia y su gestión, en la eliminación de los contratos basura y los falsos autónomos; o el fraude de las becas para los jóvenes. 

En España, tenemos que favorecer, de verdad, a los emprendedores, permitirles que se equivoquen y ayudarles a levantarse cuando se caigan. Cada error, cada caída es un aprendizaje. Bien los sabemos los deportistas ¿verdad?

Y también, enunciar los desacuerdos, como se hace en cualquier negociación colaborativa que es la que demandamos los ciudadanos de este país. Porque, tal como yo lo veo, a estas alturas, si seguimos en una negociación competitiva, todos saldremos perdiendo.

Enterremos a los muertos como merecen y ahuyentamos a los buitres.

domingo, 19 de abril de 2020

Me siento como una oveja

Coincidentes a veces, divergentes otras, enriquecedoras siempre, están siendo las aportaciones y los comentarios de dos buenos amigos, a los que aventajo en diez años de edad/experiencia, y a los que conocí en aquellos románticos años del Laister

Rafa Loyola, que fue un espigado fondista, devenido en nadador, trabaja en primera línea en la Sanidad Pública; y Xabier Erentxun, un sólido mediofondista, que bajó de  dos minutos en 800 metros y de cuatro minutos en 1.500, que sigue corriendo, trabaja como comercial y a quien supongo vendiendo desde casa, en el intervalo de pocos minutos, me han mandado un vídeo que os invito a ver y escuchar con atención. 

Son poco más de seis minutos protagonizados por un pastor francés, con una dicción casi perfecta... y con subtítulos. Aunque sólo fuera por practicar el idioma, merece la pena.

La figura del pastor se ha utilizado de forma recurrente por el cristianismo: el Buen Pastor, la oveja descarriada... 

En La rebelión de las masas, Ortega y Gasset explica cómo el pastor conduce a la ovejas y maniobra para conseguir sus fines, en una parábola del hombre-masa, casi igualmente aplicable a movimientos tan aparentemente antagónicos como el fascismo de Mussolini o la revolución bolchevique.

En el vídeo, el pastor explica cómo él solo es capaz de controlar, esquilar, vacunar, disciplinar y hasta sacrificar a miles de ovejas, con la ayuda de un perro, utilizando una sola herramienta: el MIEDO. 

Desde que el Gobierno de España decretó el estado de alarma, hace ya cinco semanas, ha utilizado y sigue utilizando el miedo para mantenernos a todos dócilmente encarcelados en nuestra casas, como si fuéramos ovejas.

Con la desinformación sistemática, con una escenificación en las que las fuerzas del orden público comparten protagonismo con científicos y sanitarios, van creando un caldo de cultivo y un clima de opinión que silencia cualquier pensamiento alternativo, ayudado por una oposición cerril, que no niega la mayor: el estado de alarma y el recorte de las libertades más elementales, cercenando la responsabilidad individual.

En esas comparecencias, los distintos representantes del Gobierno, en vez de explicar por qué faltan mascarillas o son defectuosas, por qué faltan EPIs, por qué hay tantos sanitarios contagiados, por qué España, a pesar del confinamiento, es el país con más muertos por el Covid19 por habitante del mundo... en vez de decir lo que van a hacer DE VERDAD para corregir esas deficiencias, con fechas, datos, responsables y compromisos... en vez de probar distintas soluciones para Madrid, con más cien muertos por 100.000 habitantes, que para Canarias, con 5, Andalucía con 11 y Baleares también con 11... dedican buena parte de esas comparecencias a hablar de denuncias, multas y encarcelamientos, cuando resulta que la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país, nos guste más o nos guste menos, estamos mansamente encarcelados en nuestras casas.

Como dice el pastor en el vídeo: el miedo cortocircuita la reflexión. 'Me siento como una oveja', me decía Rafa. Y hablando de pastores ¡qué mala suerte hemos tenido con el que nos ha tocado!