lunes, 20 de abril de 2020

Donde hay muertos, hay buitres

La frase se la atribuyeron ayer a Juan José Millás, en A vivir que son dos días, programa de la Cadena SER  que se emite las mañanas de los sábados y los domingos. Venía a cuento de la facilidad con la que, en España, se hace política poniendo encima de la mesa los muertos, sean de ETA, del GAL, del 11M o de lo que convenga en cada momento. Ahora tocan los muertos del Covid19.

Dijo Antonio Machado que 'En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa.'

La cita, que he encontrado esta mañana, me ha hecho reflexionar y preguntarme en qué medida estoy pensando, desde que el Gobierno de España decretó el estado de alarma el pasado 14 de marzo; y en qué medida estoy embistiendo con los posts que vengo publicando desde entonces en este modesto blog, que te agradezco que sigas leyendo.

Creo que habrá poca discusión en pensar que los dirigentes políticos que hemos elegido en los últimos procesos electorales, estén en el Gobierno o en la Oposición, no están a la altura de los desafíos a los que se tienen que enfrentar, enfrascados en rencillas mezquinas, cuando no miserables, que terminan sacando lo peor de una sociedad, la española, con una escasa autoestima, de la que quizá hable próximamente.

Quienes damos importancia a las formas, al respeto, a la compostura, asistimos atónitos al espectáculo -por que es eso, un espectáculo- que nos lleva ofreciendo la clase política en España desde hace más de una década y cuyo detonante podríamos encontrar en las elecciones generales de marzo del 2004, justo después del 11M. Aquel triste episodio lo viví en Alemania, lo tengo grabado y puede que algún día me anime a contar lo que vi, lo que escuché y lo que sentí.

No sé de quién es la frase 'la moral está en las formas', que suelo tratar de aplicar, confesaré que con escaso éxito. Si fuera cierta esa afirmación, el comportamiento de nuestra clase política estaría siendo inmoral.

Si nos venimos aquí y ahora, la imagen de confusión, duda y ausencia de planes a medio y largo plazo, más allá de la gestión del día a día, que transmite el Gobierno, sin que existan evidencias de que la Oposición tienen algún plan mejor o alternativo, se ve difuminada por sus asesores científicos y técnicos, que dan la impresión de estar tan confusos y dubitativos como el propio Gobierno y el propio presidente. Respecto de esos asesores, no tengo duda de su existencia y en cuanto a su capacidad, como aquello del valor en el soldado, se la supongo.

En este escenario, en el que nadie sabe a ciencia cierta cómo actuar y, parafraseando a Millás: 'no saben no saber', debo reconocer que el margen político para tomar grandes decisiones en materia de salud pública, economía y sociedad es muy estrecho.

Puede que gestos como el de Rita Maestre, concejal en el Ayuntamiento de Madrid por la lista más votada (Más Madrid), que encabezaba la anterior alcaldesa Manuela Carmena, dando su apoyo al alcalde, Martínez Almeida, que gobierna gracias a los votos de Vox, nos ofrezcan un hilo de esperanza.

Cuesta imaginarlo, pero parece imprescindible que esa generosidad manifestada por Rita Maestre se extienda más allá del Ayuntamiento de Madrid. Será necesario generar un mínimo clima de confianza, un compromiso de mínimos, ser todos más humildes. Es absolutamente necesario un cambio radical de actitud.

La derecha tendría que cambiar su estrategia. La prioridad de los españoles no es echar al Gobierno, que nos guste  más o nos guste menos, es un Gobierno legítimo. Nuestra prioridad es salir de la encrucijada sanitaria, económica y social en la que nos hemos metido -o nos han metido; ahora ¿qué más da?- compartiendo esfuerzos, con cesiones, con pactos y hasta con complicidades como sucede en otros países y buena prueba tenemos cerca, en Portugal. 

El Gobierno debería preocuparse menos por el relato y más por la acción, reconocer sus errores y admitir que los seguirá cometiendo, porque estamos en territorio desconocido y, mientras no haya una vacuna, habrá que gestionar con el método de la prueba y el error. Debería modificar la estrategia del miedo por la de apelar a la responsabilidad que, con mínimas excepciones, estamos acreditando los ciudadanos. Debería escuchar a los interlocutores económicos, sociales y culturales

Todos tendrían, tendríamos, que aparcar nuestras máximas aspiraciones, que pueden ser absolutamente legítimas, pero que resultan inoportunas si queremos llegar a un acuerdo que, como mínimo, revierta los recortes y el descrédito al que se sometió a la INVESTIGACIÓN (con mayúsculas) y la Sanidad. 

Estamos obligados a llegar a un acuerdo, aunque sea de mínimos, para repensar el modelo económico de España, poniendo el énfasis en políticas sociales en favor de los más desfavorecidos, en los millones de parados que van a dejar la pandemia y su gestión, en la eliminación de los contratos basura y los falsos autónomos; o el fraude de las becas para los jóvenes. 

En España, tenemos que favorecer, de verdad, a los emprendedores, permitirles que se equivoquen y ayudarles a levantarse cuando se caigan. Cada error, cada caída es un aprendizaje. Bien los sabemos los deportistas ¿verdad?

Y también, enunciar los desacuerdos, como se hace en cualquier negociación colaborativa que es la que demandamos los ciudadanos de este país. Porque, tal como yo lo veo, a estas alturas, si seguimos en una negociación competitiva, todos saldremos perdiendo.

Enterremos a los muertos como merecen y ahuyentamos a los buitres.

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