viernes, 17 de abril de 2020

Cambio cinta rosa por mascarilla FFP3, EPI y triple guante

Hoy damos entrada a Oiana Ortiz, una menuda fondista tolosarra nacida en 1988, inconfundible por el brillo de sus ojos y la cinta rosa rosa que luce en el pelo. Madre de Martina y pareja de Jon, es enfermera de QUIRÓFANO. Lo pongo en mayúsculas porque es un detalle que ella siempre destaca.

Si no me corrige, tiene 39:25 en 10 km, 1:25:39 en medio maratón y 3:03:09 en maratón. Y por terminar de dibujar su perfil, me atrevería a decir que le gusta la buena mesa, por aquello de que hemos coincido varias veces en buenos restaurantes de Gipuzkoa.

Así nos cuenta su nueva vida en la época del Covid19, el estado de alarma y el confinamiento indiscriminado:

Hace más un mes, el 13 y 14 de marzo, fue la última vez que troté libremente con dos amigas. Con una el viernes y con otra el sábado a la mañana. Creo que todas sabíamos que algo iba a cambiar, pero ¿tan rápido y de esta forma? Fueron dos salidas de confesiones y planes. ¡Qué lejos se ven ahora!

Ese mismo sábado anunciaron el comienzo del confinamiento, que se hizo oficial el lunes. Mucho ha llovido desde entonces. Yo estaba feliz, cuidando de mi hija que acaba de cumplir 8 meses, y no volvía a trabajar hasta mediados de mayo. Todavía seguiría de excedencia si todo esto no hubiera ocurrido.

Antes de mi baja por embarazo, llevaba trabajando nueve años como enfermera de quirófano y esperaba con ilusión el momento de volver.

Esa misma semana, una tarde, hablando con mi antigua supervisora, que ahora coordina el personal y el funcionamiento de los cambios por el Covid19, le comenté que si hiciera falta contasen con mi ayuda. Ni 24 horas pasaron desde aquella conversación. A la mañana siguiente, me llamo el jefe de personal, preguntándome si estaba dispuesta a reincorporarme dos meses antes de lo previsto. Necesitan reforzar la UCI y contaban conmigo por mi experiencia.

Lo tenía hablado con mi pareja y acepté al momento. Siendo enfermera y viendo la situación, no podía quedarme cruzada de brazos.

A partir de ese momento, dudas y más dudas. Con lo bien que estaba… ¿Estaré haciendo bien? Temor por contagiar a mi familia, a mi hija, a mi madre, que entramos en edades peligrosas. Privarle de poder ver crecer a Martina, su nieta… Dos días después me reincorporé y hasta ahora.

De momento, en la UCI, a los pacientes más graves los intubamos y conectamos al respirador para estabilizarlos y mandarlos al hospital de Donostia. Esas son las órdenes. Mientras, ayudamos en lo que se pueda en las plantas, al principio desbordadas. Afortunadamente, muy poco a poco se empiezan a notar los efectos del confinamiento, con menos ingresos.

A esas plantas las hemos bautizado como Chernobyl y Zona 0. Vemos escenas muy tristes a diario, con pacientes solos y muy asustados, sin llegar a entender qué les sucede y por qué sus familiares más directos no van a verles. Solo nos ven a nosotros que entramos con los famosos EPIs y parecemos astronautas. Yo siempre me presento, les digo mi nombre, les intento transmitir un poco de cariño y humanidad.

Hay matrimonios, ingresados en la misma habitación, en los que uno de ellos de va poniendo peor... hasta morir. Asistir a ese sufrimiento se hace muy duro y piensas que podría ser un familiar.

Los pacientes se van clasificando a reanimables y no reanimables, siguiendo un protocolo en el que se tienen en cuenta distintos criterios, de los que la edad es sólo uno de ellos.

En este escenario me quiero quedar con los buenos momentos, como esas video-llamadas con sus familias, para las que les ayudamos porque muchos, por aquello de la edad, no controlan la tecnología de los móviles.

También me quedo con el compañerismo y las ganas de ayudar de todos los que trabajamos en el hospital, dejando a un lado nuestros miedos y actuando sin dilación.

Al terminar de la jornada, llega el ritual de limpieza-desinfección. Me ducho antes de llegar a casa, en el mismo hospital. Desenvuelvo el móvil del plástico protector y lo lavo. Después, me vuelvo a lavar las manos una y otra vez.

Al entrar por la puerta de casa, me tengo que aguantar las ganas de besar y achuchar a Martina. Me rocío con un spray desinfectante, dejo los zapatos a la entrada, meto las llaves y el bolso en una bolsa y echo toda la ropa a lavar. Vuelvo a lavarme las manos hasta casi hacerme daño y, entonces sí, corro hasta donde está ella para achucharla, confiando en no estar contagiada y en no contagiar a Martina y tampoco a Jon, mientras las dudas asaltan mi cabeza: ¿me he quitado bien el traje? ¿me duele la cabeza o es cansancio? ¿me molesta la garganta? Dudas y temores, pero estamos todos bien y eso es lo importante.

Lejos han quedado las preocupaciones de antes, de cuándo volver a entrenar y salir a correr; de cuándo volveré a ponerme la cinta rosa.

Pero esto pasará… y nos reiremos… y lo recordaremos… y también lo iremos olvidando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario